Se puede jugar a las cartas con un extraño dos, tres veces si eso te entretiene, pero si a la cuarta vez te das cuenta de que sus cartas están marcadas, ¿seguirías jugando con él?
¿Qué pasa cuando luego de 23 años te das cuenta de que estás jugando a la democracia con cartas marcadas?
Un grupo considerable de chilenos hemos abierto los ojos al real engaño que es la Constitución de 1980.
Ese corsé que nos colocaron para que luciéramos según los dictados de la moda internacional promovida por Milton Friedman, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, no sólo nos moldeó la figura, sino que nos impide movernos como queremos: sólo podemos hacerlo en algunos sentidos, aquellos determinados por el diseñador local, Jaime Guzmán, personaje que algunos quieren canonizar y otros, condenar a los fuegos eternos.
Él fue quien determinó que la Constitución que la dictadura nos legaría sería tan férrea que si sus adversarios ganaban alguna elección – como ocurrió desde 1988 hasta 2009 – no pudiéramos alterar el modelo en su esencia. Es lo que hicimos durante 20 años: administrar el modelo heredado, con algunas correcciones.
¿Cómo aguantamos tanto tiempo? ¿Cómo no abrimos los ojos antes?
Admitámoslo, por miedo. Miedo a otro golpe militar, miedo a los amos del mundo que nos manejan a través de los medios de comunicación y nos manipulan con sus inversiones.
Pero ese miedo se acabó. Ahora llegó otra generación, aquella pos-dictadura, que viene sin temores y con la mirada limpia para ver lo que realmente ocurre y que ya salió a las calles a gritar ¡basta!.
Con el apoyo de sesudos constitucionalistas que estudiaron el problema incluso fuera del país, hoy sabemos que necesitamos un nuevo rayado de la cancha, donde los que ganen el partido, ganen de verdad y los que pierdan, simplemente pierdan.
¿Y quiénes van a establecer el nuevo rayado? ¿Los parlamentarios que siguen jugando en la misma cancha antigua, entrampados en el binominal? Por cierto que no. Deberá hacerlo una Asamblea Constituyente, que elijamos democráticamente de entre los movimientos políticos y sociales, capitalinos y regionales; con las etnias y los distintos géneros; con obreros, estudiantes, científicos, académicos, artistas…
La convocaremos a través de un plebiscito donde se pregunte si se desea o no una Nueva Constitución.
Así como el pueblo terminó con la dictadura a través de un plebiscito, según dichos del cientista político Manuel Antonio Garretón (encuentro “Plebiscito para una Nueva Constitución”, Santiago, 20.7.13), “necesitamos otro plebiscito para cambiar la institucionalidad ilegítima que hoy nos rige”.
Pero el plebiscito no aparece en esta institucionalidad ilegítima (calificativo que Frei Montalva ya había aplicado en su momento), salvo para dictadores o casos especiales. Y como los chilenos somos legalistas, preferimos no saltarla y someternos a ella aunque nos siga haciendo lesos. ¿Qué hacer?
El abogado constitucionalista Fernando Atria nos abre el camino cuando afirma que el Presidente de la República está autorizado constitucionalmente para convocar a un plebiscito y que esta convocatoria, como todos los decretos de un Presidente, vale en la medida que no sea impugnada por alguna de las Cámaras del Congreso.
En este caso ellas pueden recurrir al “último cerrojo de la dictadura” (Atria), el Tribunal Constitucional. Pero esto no sería necesario si ambas Cámaras estuvieran de acuerdo con ese decreto por medio de la mayoría de los diputados y senadores presentes.
Tenemos tres tareas claras por delante: uno, seguir presionando en las calles por una Nueva Constitución vía Asamblea Constituyente; dos, marcando el voto con una “AC” en el costado superior derecho (Campaña “Marca tu Voto”) en las próximas elecciones y tres, ganar el máximo de los asientos parlamentarios en forma contundente para la Nueva Mayoría.
Cuando la calle grita, los gobernantes deben escuchar. No serán los actuales, pero podrán ser los próximos.