No sorprende, ni tampoco puede ser catalogado como algo ilógico. Es más, lo que está ocurriendo es la natural consecuencia de una mala comprensión, por parte de Mohammed Mursi, de lo que significan la palabras “transición” y “proceso”.
Antes de ganar los comicios presidenciales, celebrados en 2012, el hasta ayer presidente egipcio prometía que trabajaría a la par con todos los sectores de la sociedad civil y política. Realizó gestos simbólicos y esperanzó a quienes, inocentemente, pensaban que Mursi tendría la sapiencia de entender la situación y emular a los “islamistas moderados”.
Aquello fue el primer error, ya que los medios occidentales –y también la sociedad occidental- se creyeron el cuento e, ingenuamente, comenzaron a alabar este nuevo gobierno egipcio, el cual parecía ser un digno sucesor del “gran sistema turco”.
Con el paso del tiempo, las cosas fueron poniéndose en su lugar. Y así fue que la Hermandad Musulmana empezó a tejer sus redes, las mismas que habían sido prohibidas durante la dictadura de Hosni Mubarak y que ahora, a través de una Constitución aprobada en forma democrática, parecía dar libertad a los islamistas.
Esto último fue otro craso error. Primero, porque Mursi ganó con un pequeño margen las presidenciales (algo cercano al 51,7%). Segundo, pues el referéndum constitucional contó con apenas un 35%, aproximadamente, de participación. Tercero, y esto es, con seguridad, lo más grave, porque el líder de la Hermandad Musulmana nunca entendió que el actual gobierno no era más que un eslabón entre la dictadura de Mubarak y el proceso de lenta democratización de la sociedad y la institucionalidad de Egipto.
Las ansias de poder de él, pero también de sus cercanos y de su partido político, impidieron que pudiese ver más allá de la punta de su nariz. Y esto le costó demasiado caro.
El golpe de estado es nefasto, pero tampoco se puede avalar un régimen que tiene por objetivo restringir las libertades personales, privilegiando las doctrinas conservadoras de los islamistas.Mursi sabía a lo que se exponía y aún así no hizo caso. Jugó con fuego y, obviamente, se quemó.
Y aquí hay que detenerse, pues hace años que se viene hablando del “islamismo moderado”, concepto que, en la práctica y por ahora, no existe. Lo acontecido en Turquía ha sido el más fiel ejemplo, ya que demostró que los islamistas se presentan como ovejas, pero, tarde o temprano, se muestran como lobos.
Lo hacen en forma progresiva, lo cual es una de sus principales virtudes, pero, lamentablemente para Mursi, él ni siquiera tuvo la estrategia de implementar cambios en forma lenta y pensando en el largo plazo. No, él lo quiso ahora, a pesar que su país está mal económicamente y que la sociedad se encuentra muy dividida no sólo en lo político, sino que también en lo religioso.
No se debe olvidar que Egipto no es un país donde sólo viven musulmanes –algo que tampoco es cierto en los estados de “mayoría musulmana”, ya que, ante la inexistencia de censos, se manipulan esas cifras-, pues hay una fuerte presencia de cristianos coptos.
A eso debe agregarse el hecho que muchos musulmanes no quieren un Islam político, ni tampoco comparten los paradigmas de aquellos sectores conservadores o ultra conservadores.
En definitiva, lo que hoy ocurre en Egipto es el lógico resultado de un proceso mal llevado.En vez de trabajar por una sólida transición, la Hermandad Musulmana, simbolizada en la figura de Mohammed Mursi, sólo realizó una cadena de equivocaciones.Una tras otra.
Ahora, es momento que los egipcios comprendan que el presente golpe de estado no es positivo, ni negativo, sino que una parte más del proceso que está viviendo su país. La lógica indicaba que tras la caída de Hosni Mubarak los islamistas llegasen al poder y esa misma línea de pensamiento llevaba a la conclusión que si Mursi daba pasos en falso la sociedad no le perdonaría eso. Y los militares, verdaderos dueños de Egipto, tampoco.
Hoy, Egipto enfrenta una nueva etapa del proceso de transición y para que se retome la senda de la “calma”, es importante que la Hermandad Musulmana asuma su error y se retire, por ahora, de la escena política. Nadie les dice que se vayan de ahí, pero es muy probable que en los próximos comicios presidenciales –los cuales aún no tienen fecha- pierdan. Y esto último también es parte del proceso.
Entonces, habrá que ver si la actual oposición entiende la trama del juego y está a la altura de las circunstancias. De no comprender aquello, Egipto seguirá en medio del caos y de la incertidumbre, algo que también puede ocurrir a pesar que los grupos opositores actúen con inteligencia.
Se ha abierto una Caja de Pandora y eso es lo preocupante.