Espero nunca olvidar esa pareja de ancianos que cruzaban la calle Chacabuco de Concepción, rumbo a su recinto de votación. Era el mediodía del 5 de octubre de 1988.Para mí era la primera vez que votaría, para esos ancianos quizás la última. Me impresionó hondamente su indumentaria. Vestían con gran dignidad unos humildes trajes de domingo. El caballero de corbata y terno gris, ella de vestido largo. Iban a participar en una ceremonia republicana y se habían vestido y preparado para ello.
Desde los albores de nuestra nación nuestros antepasados han hecho votos pidiendo la bendición divina o en expresión de gracias. Los Libertadores hacían solemne profesión de votos al iniciar cada campaña militar. Y consolidada nuestra república, los chilenos se habituaron a resolver sus conflictos y diferencias mediante el voto libre, secreto y crecientemente universal.
Quienes hablan mal del acto de votar y ensalzan la abstención cometen un grave error. Pues decir nuestro dictamen mediante la silenciosa voz de nuestra conciencia que se convierte en un voto constituye un acto de inapreciable valor civilizatorio, civil, cívico. Se trata de un instrumento central de nuestra historia republicana y democrática. Detrás del sencillo expediente de depositar una papeleta marcada en una urna se escoden conquistas inapreciables de la humanidad.
En primer lugar cuando votamos contamos cabezas y no cortamos cabezas.Esto parece central. Por muy graves que sean nuestras diferencias en intereses e ideas, al votar nos reconocemos como seres humanos todos dignos de igual respeto.Nada de excluir personas, violentando cuerpos y/o conciencias.
El poder político no reside en última instancia en el dinero ni en el fusil, sino que en la unión del mayor número y más intensa posible de ciudadanos que se conciertan a través de grandes palabras y grandes hechos. No es raro que los que creen en la violencia política o en la acción directa llamen a no votar o pongan problemas a las elecciones.
En segundo lugar, en una sociedad tan marcada por profundas desigualdades sociales, étnicas, sexuales, territoriales y etáreas, el voto nos hace iguales aunque sea por una vez cada cuatro años. Porque el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el viejo y el joven, el de Santiago y de la provincia, el mestizo y el mapuche valen lo mismo cuando se trata de votar. ¿Hay algo más igualitario que esto en nuestra sociedad de privilegios, clases y grupos?
Finalmente, el voto nos recuerda lo subversiva que es la democracia. Pues ella subvierte el viejo principio que decía que el poder venía de arriba, que algunos nacían para gobernar y otros para servilmente obedecer. Mediante el voto las cosas se ponen en su lugar. Nada menos que los que aspiran al máximo cargo republicano deben recurrir al apoyo de cada ciudadano pues el poder reside en el pueblo.
Así redescubrimos que ser libre no sólo es hacer lo que quiera con mi vida con tal de no afectar el mismo derecho del vecino. Sólo soy libre cuando mi libertad se encuentra y se suma a la del otro y juntos conformamos una comunidad independiente que se auto gobierna. En ella, si alguien quiere ser autoridad, que venga a solicitarlo al más humilde de los ciudadanos.
El próximo domingo 30 de junio, por primera vez en nuestra historia, a través de primarias legales elegiremos a nuestros candidatos presidenciales. A nivel comparado, en estas instancias que son voluntarias, vota un promedio de un 10% de los inscritos en los registros electorales.
Por ende, el próximo domingo debieran votar alrededor de un millón trescientas mil personas. Todos los candidatos a presidentes pudieron haberse inscrito. En la oposición van candidatos socialistas democráticos, socialcristianos, radicales, y liberales que son apoyados desde comunistas hasta partidarios del libre mercado. En las filas del gobierno van dos significativos y muy representativos candidatos de sus dos grandes organizaciones partidarias. La oferta política está servida.
¿Por qué no ir a votar? ¿Qué poco o nada cambiamos con el voto? Menos cambiarán si nos quedamos en casa. Tras las elecciones municipales del 2012 y ese millón y medio de chilenos que no fueron a votar, ¿alguien cree que los alcaldes así elegidos tienen hoy menos poder que antes o que los partidos políticos dejaron de levantar sus candidatos y plataformas con menos fuerza?
Al revés que en el mercado, en que el consumidor que no compra perjudica al productor, aquí es el ciudadano el que pierde, pues al representante popular no le disminuyen sus prerrogativas constitucionales para gobernar si votaron más o menos por él.
Más aún, estos tendrán menos gente que representar en sus acciones diarias. ¿A quiénes? A sus electores, obviamente les dirán. A los que votaron por ellos; no a los que no lo hicieron. Sólo cuando hay enormes procesos de abstención y graves crisis sociales y políticas el no ir a votar se puede transformar en poderosa arma de cambio, aunque no siempre democrático.
Los que quieran que siga gobernando la Alianza, que vayan a votar. Si la oposición atrae muchos más votantes, lo que dicen las encuestas se sumará a los ratings televisivos de los debates opositores y la derecha sufrirá otro golpe.
Del mismo modo, los que creen que el gobierno de Sebastián Piñera no ha sido bueno; los que recuerdan las protestas del 2011 y la abstención del 2012 harían bien en ir a votar por la oposición para lograr un cambio mayoritario. La principal fuerza de ella es el voto, no el dinero ni el control de los medios de comunicación social.
Si la oposición no gana abultadamente, las estructuras político-constitucionales y socioeconómicas tendrán aún más poder de veto a los cambios que se proponen por los candidatos opositores. Si hay muchos, opositores y gobiernistas, que nos les gustan los candidatos presentados recuerden que en política normalmente se vota más por el mal menor, que por gozosa elección. Si nos cuesta elegir la pareja deseada, la carrera ideal, el equipo de fútbol de nuestros sueños o la iglesia de nuestra fe, no le pidamos a la política una perfección propia de sabios o santas.
Los que quieran evitar las polarizaciones políticas o graves distorsiones representativas de nuestra democracia, sepan que entre más vote la ciudadanía el próximo domingo, más surgirá esa noche un resultado que se parezca al Chile real y no al de las diferencias siderales entre lo que quiere la gente y lo que debaten, dicen y proponen sus representantes políticos.
En suma, grave error cometen los que desprecian el sobrio acto de votar. Y, por el contrario, esa pareja de ancianos del mediodía de octubre de 1988 nos recuerdan que el votar es un derecho y un deber propio de los hombres y mujeres tan dignos como libres.
Vamos todos juntos a votar el domingo 30 de junio. No perderemos nada más que un poco de tiempo de nuestra vida y, por el contrario, ganaremos en igualdad, paz, libertad y dignidad cívica.