Sólo el tiempo nos dirá qué quiso decir el papa Francisco en la audiencia privada con la directiva de la Conferencia de Religiosos de América Latina y el Caribe, ocasión en la que refiriéndose a la corrupción que afecta a la Iglesia, reconoció la existencia de un “lobby gay”. El alcance de la expresión no se desprende con claridad del único texto que hasta ahora conocemos y que corresponde a notas personales de alguno de los concurrentes, posteriormente publicadas en el sitio www.reflexionyliberacion.cl.
La afirmación del Papa es muy grave, porque el “lobby gay” haría parte de la corrupta corriente que estaría ofreciendo resistencia a las iniciativas de reforma en la Curia Vaticana que él desea impulsar. La denuncia debiera constituirse en un motivo en sí mismo para que los católicos nos movilicemos en el sentido contrario, ayudando al Papa desde donde estamos, para que la Iglesia gane en transparencia, rectitud de intención y fidelidad a Jesucristo, erradicando sin miedo las malas prácticas que la distraen del anuncio de la Buena Noticia, con una opción preferencial por los pobres.
Ante los dichos del Papa, no faltarán quienes interpreten sus palabras de manera tendenciosa para reafirmar posiciones homofóbicas de fuerte raigambre cultural. A ellos vale la pena recordar que la corrupción no es característica de un género en particular, ni de una orientación sexual específica, sino expresión transversal del pecado en todo el género humano. Sin distinciones, aunque con particular prevalencia en quienes ejercen algún tipo de poder.
Si el Papa dice que hay un “lobby gay” que daña a la Iglesia, no puedo sino sumarme a su intención de erradicarlo. Pero si de ese reconocimiento se siguiera una generalización que desacredite a los homosexuales en su lucha por mayores espacios de reconocimiento y, en consecuencia, se cierren las puertas de nuestras comunidades para ellos, tendría que –en fidelidad al Papa- oponerme a esas consecuencias con todos los medios a mi alcance.
Justifico lo afirmado en el párrafo anterior en el hecho que el Papa ha dado muestras de estar combatiendo un tipo de corrupción que tiene componentes mucho más peligrosos que un determinado lobby, que se puede presentar bajo la apariencia de espiritualidades muy profundas y, sin embargo, heréticas.
En la misma fuente que da origen a estas palabras ha mencionado a dos: al pelagianismo involucionista, que se caracteriza por la autoafirmación voluntarista del ser humano negando la acción de la Gracia, y al gnosticismo panteísta que, en un clima de espiritualismo etéreo, niega la Encarnación y por lo tanto las obligaciones prácticas con nuestros hermanos que sufren en carne propia las consecuencias de la injusticia.
Junto con denunciar la corrupción, el Papa Francisco nos alienta insistentemente a remediar sus efectos, tendiendo puentes, abriendo puertas, acercándonos a los nuevos sujetos emergentes, sin miedo a accidentarnos o a “meter la pata”.
El Papa nos ha desafiado a ir a las periferias y ha manifestado, en más de una ocasión, que prefiere una Iglesia accidentada en su misión, a una enferma por el encierro; una Iglesia de los pobres y para los pobres.