El derrumbe de un edificio en Bangladesh el pasado 24 de abril ha dejado la escalofriante cifra de 350 fallecidos y sumando… En tanto, el español Amancio Ortega sube dos puestos en el ranking Forbes con una fortuna de US$ 57.000 millones pasando a ser el tercer hombre más millonario del planeta y sumando…
Usted se preguntará qué relación hay aquí.Bueno, le cuento que en ese edificio elaboraban productos textiles para marcas como Benetton, El Corte Inglés, Mango, H&M y Zara, esta última de propiedad del multimillonario español. Aprovecho de contarle que el salario mínimo para los puestos “menos calificados” en estos talleres textiles es de 38 dólares mensuales (algo así como $18.000 pesos).
Días previos al derrumbe, la policía local había advertido de grietas en la edificación, que fue construido con cinco plantas y a su estructura inicial se añadieron tres plantas más para dar una mayor capacidad industrial. Allí mismo, los trabajadores no pudieron negarse a la presión de seguir trabajando, con nula posibilidad de conformar sindicatos que permitiera resguardar ciertos mínimos de seguridad. Esos hombres y mujeres no pudieron conmemorar el 1 de mayo.
Pero, ¿quién es el responsable de esta tragedia? ¿Los trabajadores que no supieron reclamar por sus derechos? ¿El arquitecto que no supo construir un edificio que resistiera a 3 mil personas? ¿El dueño de Zara? Probablemente la responsabilidad sea compartida.
Le hago otra pregunta ¿Qué responsabilidad le cabe a usted, que se encuentra aquí en Chile, a miles de kilómetros de distancia de Bangladesh?
Este desastre industrial no solo pone de manifiesto las pésimas condiciones laborales en las que trabajan esas personas, sino que implícitamente, nos hace un llamado a reflexionar sobre el tipo de producto que consumimos.
Cuando se compre una blusa o un traje en Zara, recuerde que el dueño de Zara no solo gana con el dinero que usted le está entregando por esa prenda, sino que gana maximizando sus utilidades a costa de personas explotadas en Bangladesh.
Cuando usted hace una fila por horas para la apertura de la tienda H&M en el Costanera Center, sepa que en Bangladesh alguien está recibiendo un salario de 18 mil pesos mensuales en jornadas laborales extenuantes.
¿Se ha preguntado quién hizo la polera que lleva puesta?
¿Se ha preguntado alguna vez en qué condiciones se elaboró el pantalón que hoy le luce tan bien?
¿Sabe si las zapatillas que hace poco se compró fueron hechas por niños?
¿No le parece al menos extraño que las grandes tiendas ofrezcan ropa a tan bajo costo, por ejemplo, un pack de 3 camisas por $2.990?
El acto de pagarle a A, B o C un producto, no es sólo un simple ejercicio ingenuo de intercambiar dinero por producto, sino que es un acto político que avala las formas en que ese producto fue elaborado. Cuando yo le compro a A, B o C, digo: acepto las condiciones en que se hizo este pantalón. Aunque en realidad, pocas veces nos cuestionamos esto. Lo más fácil y sencillo es no preguntarse eso y más bien fijarse si el producto es original de la marca, o si es Full HD o si lo usa el artista de moda.
Para ir cerrando, señalar 2 elementos recientes que nos pueden iluminar respecto al panorama nacional y mundial en estas materias y abre una luz de esperanza.
1) el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder señaló que en tiempos de crisis económica internacional, la economía social y solidaria es una vía posible para enfrentar con seguridad un marco sostenible de empleo.
2) el Papa Francisco recientemente hizo un llamado enérgico para hacer una reforma económica y ética, que sea saludable para todos y que cree un equilibrio y un orden social más humano.
Que el desastre en el país asiático no solo sirva para cuestionar a las grandes marcas por sus tratos indignos en contra de sus trabajadores.
Que también sirva para que antes de comprar un producto, miremos si en la etiqueta dice Made in Bangladesh y nos preguntemos hasta qué punto podemos tomar decisiones que marquen la diferencia para construir una sociedad que detenga el frenesí de este modelo económico imperante hacia formas alternativas que miren la economía social y solidaria como una vía posible.