El clásico entre la U y la UC sirvió de marco para el retorno del Presidente Sebastián Piñera a su club de siempre, al de sus amores, la UC y no al del negocio.
El fervor real con que celebró los goles no dejaron indiferentes a quienes recordaron que el Presidente como candidato compró la mayoría de las acciones de Colo Colo y se integró al club declarándose colocolino de corazón y negándose incluso a vender sus acciones cuando estas ya aparecían como un claro conflicto de interés. Muchos sostuvieron que el Presidente quiso simplemente hacer un negocio y, de paso, influir electoralmente, en los hinchas del club más grande y popular de Chile.
Cuando su gobierno termina, un poco anticipadamente, y el Presidente siente que no tiene ninguna elección que ganar personalmente, vuelve a ser apasionadamente de la UC y solo se puede decir bien por el Presidente que vuelve a ser él mismo, deja de fingir y es el Piñera que comienza a retornar a la normalidad después de una enorme borrachera de poder que una vez lo llevó a decir que su gobierno sería el mejor de la historia de Chile, un poco rocambolescamente y sin fijarse mucho en la dimensión de lo que afirmaba.
Sin embargo, para los hinchas que ese día vimos celebrar a Piñera no nos pasa por alto un rasgo de su carácter, entre otros positivos y negativos como los que todos tenemos.
Su tendencia a la instrumentalización, a actuar siempre al borde de lo permitido legal o éticamente, casi como si ello fuera un estímulo, una necesidad psicológica a través de la cual establece una supremacía sobre los demás.
Esto, que puede ser una anécdota sin importancia, simplemente vista repetidamente por cientos de miles de teleespectadores del clásico, revela, sin embargo, uno de los rasgos de sus carácter y de su gobierno: la escasa confiabilidad que despierta en la ciudadanía y que le impide crecer en adhesión y disminuir la enorme brecha de impopularidad y de rechazo que mantiene en la ciudadanía cuando ya faltan pocos meses del término de su mandato.
Estos factores subjetivos pesan mucho en la consideración de la ciudadanía hacia Piñera y su gobierno. Porque tal como nadie podría afirmar seriamente que éste ha sido un buen gobierno, nadie podría afirmar tampoco, sin tener que hacer un gesto de sectarismo extremo, que ha sido un pésimo gobierno, que ha causado daño al país o que lo ha hecho retroceder en diversos aspectos.
Lo que ha ocurrido es que este gobierno tiene varios límites de fondo que no logra o no puede o no quiere resolver: en lo que cuenta, su extrema adhesión al modelo económico, su falta de coraje para abordar las reformas políticas y, yo diría sobre todo, su desconexión con la dinámica que vive el país, con esa nueva subjetividad que recorre Chile y que coloca en cuestión justamente lo que Piñera defiende.
Los gobiernos no son, en momentos en que las ideologías tienen un peso menor, conservadores o progresistas. Lo son en función de cómo se comportan frente a los desafíos que las sociedades están dispuestas a asumir y si en esas fases de cambio, que no se producen todos los días en la historia, se colocan o no a la cabeza de un proyecto de país que las encarne.
Si las cosas son así, este gobierno de Piñera que fue elegido porque podía representar una alternancia de cambio desde una derecha encabezada por un liberal, termina siendo un gobierno conservador, casi de ordinaria administración, incapaz de asumir las demandas de una sociedad más radical y muy lejos siquiera de comprender culturalmente a esta sociedad mas avanzada, liberal, diversa y compleja.
Un gobierno que además ha sido incapaz de generar un relato político de si mismo, que no logra mostrar una imagen nueva de la derecha chilena y desaprovecha una oportunidad que puede ser única, dado que la derecha gobierna democráticamente con larguísimos intervalos, el último duró 50 años, de proyectar al país el discurso de una derecha democrática que nada tiene que ver con la herencia institucional del pasado dictatorial.
Por el contrario, el verdadero drama de Piñera como líder, es que el único relato escrito es el de Novoa y si Longueira gana las primarias y se unge , como es lo mas probable, en el candidato de la derecha, el Presidente verá completamente subsumida su atisbo de herencia política en un discurso hegemónico de una derecha que como la UDI defiende lo que el país mayoritariamente rechaza y lo que es mas sorprendente no le importa, porque cree que las elecciones presidenciales están perdidas y que hay que simplemente preservar el poder que se tiene en el parlamento para proyectar ese discurso hacia el futuro y no el que Piñera soñó probablemente, en algún momento encarnar.
Se pueden entregar muchas cifras, pero el índice es si este gobierno responde o no a las exigencias de la sociedad y del desarrollo de hoy. Piñera no avanza nada en gratuidad y fin al lucro en la educación y no mejora la educación pública. Saldrá acorralado por las manifestaciones de protestas de los estudiantes que ya han botado a tres de sus Ministros del ramo.
No hay nada en protección del medio ambiente y en la formulación de un proyecto sustentable de desarrollo de la economía que preserve el agua, que genere energía limpia – el sector energía está paralizado -, que resguarde las ciudades de la voracidad edilicia.
No hay nada nuevo, ni siquiera un cambio legal que amplíe las facultades del SERNAC, para proteger a los usuarios y consumidores de los abusos de las empresas y del sistema financiero, de la colusión en precios y tarifas, de los engaños en los servicios y en el país reina una enorme sensación de desamparo.
El país continua con la Constitución del 80, remozada por los cambios que fue posible consensuar en los últimos 23 años, y que la mayoría del país quiere cambiar porque no une a los chilenos, divide, toda vez que tiene un origen ilegítimo y preserva elementos del pasado autoritario.
Piñera prometió cambiar la ley binominal mayoritaria y no cumplió, elegiremos el parlamento del 2014 con una ley binominal que el país rechaza porque está hecha para impedir que las mayorías se expresen, porque consolida exclusión y empate permanente y con ello debilita el sistema político y degrada la representación. No hay plebiscito, ni iniciativa popular de ley, instrumentos con los cuales el propio Presidente se declaraba favorable como senador pero que como Mandatrio ha olvidado completamente
La brecha de la distribución del ingreso no se ha modificado, no hay una disminución real de la pobreza, no se ha avanzado en nuevas normas laborales y de estímulo a la sindicalización Terminamos con los índices de inflación, CENSO, medición de la pobreza, cuestionados por una manipulación politiquera y efectista que causa daño a la imagen y a la solidez institucional del país.
Poco para exhibir tiene el gobierno Piñera a pocos meses del fin de su mandato y el balance político es especialmente deficitario para un gobierno que se proponía como el mejor de la historia.