Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.Se debe escribir en una lengua que no sea materna.Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte.Un poema es una cosa que será.Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser. Vicente García Huidobro, Altazor, 1931
Una fría noche de noviembre del año 1943, el sonido ronco de 444 aviones surcó el oscuro cielo de Berlín.
Era el primero de una serie de 16 ataques y bombardeos mortíferos a una ciudad vencida y despedazada.
Una cálida noche de agosto del año 2010, el motor de un helicóptero llena los cielos de Berlín. Un hombre escudriña inquieto la oscuridad del firmamento, fragmentos de papel flotan sobre su cabeza, levanta los brazos, los alcanza, busca la luz, lee, llora, abraza a una mujer y allí permanecen… suspendidos en ese cielo, en ese bombardeo de poemas alemanes y chilenos sobre el suelo de una ciudad alborotada y festiva.
Dos imágenes, desplazadas en el tiempo. Más de medio siglo separan los bombardeos de guerra de aquellos bombardeos de poemas que los jóvenes poetas chilenos de CASAGRANDE – realizan desde el año 2001 sobre los cuerpos adoloridos de ciudades como Santiago, Guernica, Dubrovnik, Dresden, Nagasaki… y Berlín.
Bombardear las ciudades desde los cielos, ha sido históricamente, abrazar en llamas sus sueños, sus deseos y sus nombres. Bombardear las ciudades de poemas es hoy, interpelarlas en esos mismos sueños y deseos abortados, ocultados, censurados… una apuesta y un afán para volver a nombrar e imaginar.
Poemas revestidos de marcalibros, que en su movimiento caen suavemente desde el cielo abriéndonos a una multiplicidad de sentidos, de movimientos corporales, de sonrisas y de lágrimas,desordenando las certezas y abriéndonos a la esperanza de un abrazo social. Movimientos festivos del cielo que “hacen hablar” nuevas miradas de la política, de la historia y de la cultura.
Movimientos metafóricos que exacerban el desborde de lo político, y anuncian la imposibilidad contenedora de lo nacional, lo urbano. Es cultura que se gesta sobre nuestras cabezas para suspender lo rutinario y despertar al homo ludens que yace dormido en esa memoria del olvido.
Bombardear las ciudades de poemas escritos en otras lenguas, es una invitación al descentramiento para abrirse a una perspectiva crítica de la herida infligida, porque no hay manera de sanar si ella no sangra; suturar la herida, exige del gesto y el acto de raspar, limpiar, desinfectar lo que fue abierto y violentado.
Emplear la imaginación poética en estas ciudades bombardeadas y saqueadas, hace estallar la memoria enquistada en el temor a la palabra, a la designación de la herida en el cuerpo colectivo y urbano.
Acoger los poemas que se nos lanzan del cielo y las nubes – subvirtiendo así el espacio aéreo – es atreverse a levantar los brazos para abrazarnos en esa memoria que por dolorosa, hemos enquistado y negado.
Acto reparatorio – doloroso y festivo – que nos vuelve la mirada a ese mismo cielo, pero esta vez, invocándolo como se invoca a los buenos dioses. Casagrande nos regala esta posibilidad, haciendo del cielo y el aire, un espacio otro, pero común y soberano para la representación y concelebración del trauma que por generaciones hemos mantenido ocultos en las trastiendas de la nación.
Celebración amorosa del dolor colectivo que nos recuerda que la imaginación poética – intuición creativa – está ahí sobre nuestras cabezas para develar lo que el pensamiento político y la estrategia militar, no pudieron hacer ni comprender.
Poética del poder, poética de la memoria que Casagrande nos ofrece como acto de reparación de las memorias hipertrofiadas de horror, de silencio y de olvido.
Poética y emoción colectiva que tensiona la razón y nos retrotrae a la experiencia aun dolorosa de lo vivido. El trauma de esa experiencia primera se vuelve entonces sensiblemente nuestra, colectiva, universal, global. Desde Santiago a Guernica, desde Santiago a Dresden, desde Santiago a Berlín…poética sin fronteras en la concelebración de su dolor.
Los jóvenes poetas de Casagrande nos regalan así un lugar para la imaginación y la emoción literaria en la vida pública; la poesía deja de ser ornamentación, y nos abre a la poética del poder y el ensanchamiento del campo de lo posible.