Los reconocimientos al filósofo chileno se suceden tanto en Chile como en el exterior. Recientemente la Universidad Arcis le concedió el grado de Doctor Honoris Causa, anteriormente lo había hecho la Universidad de Chile como así también la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, por nombrar simplemente los reconocimientos nacionales. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales
1999.
Se trata, sin duda, de las prosas filosóficas más influyentes y seductoras que ha marcado buena parte del hacer creativo en un ámbito que es tan difícil serlo: la filosofía.
Giannini es un filósofo que se deja leer con deleite en medio de tanta aridez. Pero es también un provocador, un pensador valiente más cercano, sin duda, a la temeridad.
Nunca bajó la voz en los años difíciles y nos dio innumerables ejemplos de coraje cuando hubo que actuar para defender derechos fundamentales. Acción y pensamiento dan cuenta de un hombre íntegro, cercano, afectuoso y humilde.
No pretendo recorrer su obra para dar cuenta de su andamiaje argumentativo, más bien busco detenerme en aquellos lugares en que Giannini establece ciertos cruces que nos permiten avizorar la intimidad de una reflexión genuina en que blandiendo, muchas veces, los tópicos del medioevo nos permite leer nuestro presente.
Pensar el lenguaje de la ira, de la avaricia, de la acedía, en definitiva del mal, en un contexto en que estos campean en la vida cotidiana como si fuera lo más natural del mundo, no hace sino hablar de su compromiso claro y explícito con la humanidad.
Nuestro filósofo es un hombre cercano, amable e inmensamente jovial. Su obra es siempre una invitación al diálogo y más aún a la conversación. Ha salido de los muros universitarios a buscar lectores que recién se inician en la faena del pensar: los alumnos de la enseñanza media que leen con entusiasmo la urdiembre argumentativa tanto de su Historia de la filosofía como su obra más ensayística.
En tal sentido Giannini es un pensador auroral: despierta y desafía a navegar hacia la búsqueda de lo que él llama “la experiencia común”, es más bien una interpelación, una faena que tiene más de futuro que de nostalgia.
Giannini ha entendido a la filosofía como un camino para mejorar al hombre, si hasta en el avaro Giannini deja entrever un atisbo de humanidad. Tiene razón Jorge Acevedo cuando afirma que Giannini es el filósofo de la convivencia y la tolerancia.
Es interesante su esfuerzo por mostrarnos que en los vicios capitales existe un núcleo autodestructivo que parece más perverso que el mal que podemos inferir al prójimo.
Por ejemplo, si ya es perverso en el avaro restar al otro de aquello que él tiene en exceso, más terrible es el autoengaño al confundir la mera tenencia con la verdadera posesión, queriendo hacernos ver la pobreza del vínculo que el avaro establece con el mundo, los otros y consigo mismo. La abundancia de la tenencia es la justa medida de su pobreza posesiva.
En ello Giannini nos muestra la permanente filiación socrática de su reflexión. Digo aquello, pensando en que el mal se nos aparece instigado por la ignorancia, desencadenando un profundo desencuentro con el mundo, el prójimo y consigo mismo. Pero no está todo perdido para el avaro, pues su anhelo de unidad, si bien descaminado, revela, en último término, la búsqueda de la unidad perdida, digamos en su forma más degradada y despreciable.
“La re-flexión cotidiana” y “La experiencia moral”, dos obras interrelacionadas, que nos ofrecen una vía de comprensión del pasar característico del vivir cotidiano. De hecho los denominados Interloquios de la primera obra ofrecen ciertas pistas de esos intentos de asir en las palabras el transcurrir del vivir cotidiano. Con acierto nuestro pensador, reconoce esa dimensión autobiográfica y diarística como una vía filosófica que no renuncia a las referencias concretas.
Tiene razón Martín Cerda cuando afirma que el escribir un diario solo es posible en tiempos de menesterosidad. “No es azar que el género diarístico haya prosperado particularmente en tiempos de alteración, en los que la vida siempre transcurre como perpetuo sobresalto, desasosiego o perturbación”_(“La palabra quebrada” pag.101).
Giannini tuvo la audacia de ver allí, donde nada, pasa un objeto de pensar genuino. En esos años 80 Jaime Lizama daba cuenta poéticamente de nuestras precarias vidas.
“Todo crece aquí cual maleza/nada crece más bien/ni como maleza/nada/excepto esta nada/que crece cual maleza/.
Giannini nos hizo ver la posibilidad de una arqueología del presente y que era posible, entonces, en medio de tantas vidas desperdiciadas, reconstruirnos atendiendo a estas cuestiones básicas: calle, domicilio, trabajo y avizorar en ellos la posibilidad de una experiencia común.
Sus clases fueron y siguen siendo la tribuna para sus reflexiones y junto a ellas, las revistas Teoría, publicación de la Sede Norte de la Universidad de Chile ( Escuela cerrada por la dictadura); y luego Escritos de Teoría, en donde quedaron registros del esfuerzo reflexivo que hizo resistencia a la dictadura cívico militar de Pinochet.
El trabajo filosófico en condiciones peligrosas no dejó de realizarse en Chile, Giannini fue capaz de aglutinar a las figuras más emblemáticas del hacer filosófico democrático.
Carlos Ruíz, Pablo Oyarzún, Gonzalo Catalán, Olga Grau, Patricia Bonzi, Arturo Gaete, Ignacio Hernández, Claudio Rivas, José Palominos y tantos otros, dieron vida a un conjunto de publicaciones que bien vale la pena rescatar del olvido
Giannini ha sido un categórico defensor de la educación pública y republicana, sin ella, difícilmente podremos construir un nosotros que nos permita hacer comunidad.