Ni a Carlos Ibáñez (que había sido dictador veinte años antes) le avergonzaron los partidos que lo apoyaban en 1952. No los desestimó, a pesar de que la suma de ellos era menor que su personal popularidad.
En ese año, cuando volvió con “la escoba” para barrer “la corrupción” del gobierno radical, contó con el apoyo de nacionalistas bastante nazis (el Partido Agrario Laborista), el Partido Femenino de Chile, que encabezaba la famosa María de la Cruz (militante peronista a la vez), y el Partido Socialista Popular (el más grande de los socialistas de la época, que no contaba con Salvador Allende).
Allende que, como Marmaduque Grove en los 30, nunca se entendió con Ibáñez, ya surgía como líder popular y contaba con el apoyo de los comunistas.
Ibáñez nunca fue hombre de partido pero los valoró, incluso en demasía, en su bamboleante segundo gobierno, sin tener clara ninguna hoja de ruta.
El Presidente siguiente, Jorge Alessandri Rodríguez, antiguo empresario y político (había sido diputado y Ministro de Estado), se disputó con Frei Montalva en 1958 el apoyo de liberales y conservadores, que titubearon porque a esa altura Alessandri no pertenecía a ningún partido.
La muerte de Raúl Marín Balmaceda, discurseando en su favor en la asamblea liberal definitiva, le entregó el apoyo explícito y militante de la vieja derecha, que al final murió con él, como en el tango, cuando las luces de su gobierno se apagaron en 1964.
En ese año de 1958, una vez proclamado como candidato presidencial por su partido, el recién nacido PDC, el mismo Frei Montalva, joven de 47 años (exactamente los años que hoy tiene “el jovencito” Claudio Orrego) pidió, por carta, el apoyo a liberales y conservadores que, por culpa del impacto emocional de la muerte de Raúl Marín, terminaron apoyando a Alessandri.
En 1964, Frei Montalva, que había dirigido su partido por casi 30 años, se hizo uno solo con el PDC, no suspendió militancia siendo Presidente de la República, y se jugó personalmente en su interior para ganar la batalla contra la izquierda de la DC (Gumucio, Chonchol, Jerez, Silva, Bosco Parra) que proclamaba la vía no capitalista de desarrollo y la unidad con toda la izquierda. El partido sufrió quiebres de envergadura y llegó a ser desde 1967 en adelante simplemente el partido de Frei.
Salvador Allende, no siempre apoyado por el conjunto del Partido Socialista, fue, sin embargo, siempre un hombre de partido. Y un hombre que, en la formación y triunfo de la Unidad Popular, en 1970, buscó y valoró el apoyo de los partidos que integraban la coalición: el PS, el PC, el PR, el Mapu y el API de Rafael Tarud.
Cada partido, no cada líder por sí mismo, levantó candidato para la lucha interna de la UP (Allende por el PS, Neruda por el PC, Baltra por el PR, Chonchol por el Mapu y Tarud por el API) y Allende fue el proclamado. Luis Corvalán lo comunicó en la Plaza Bulnes: “Habemus candidato: Salvador Allende Gossens”.
Sin su partido y sin los partidos de la izquierda, Allende no habría sido ni candidato ni Presidente.
¿Qué ha pasado, en estos años, que Michelle prefiere en su campaña (y lo anuncia para su segundo gobierno) una “dirección ciudadana”, en que los partidos que la apoyan aparecen en segunda línea o submarineados, a mi juicio con razón?
¿Qué sucede, que Michelle hace lo que no hicieron en nuestra historia candidatos independientes como Ibáñez y Alessandri y candidatos militantes como Frei Montalva, Allende y, después, claramente, Aylwin, Frei Ruiz Tagle y Lagos?
Lo que sucede es que la crisis de los partidos actuales de la oposición es tan grande que es mejor avanzar casi sin mirarlos.
En el caso de Michelle, ella, hoy, se abochorna, se ruboriza, del mismo partido que refundaron Arrate y Camilo.
No sólo porque ella tiene mucho más apoyo ciudadano que su partido y que los partidos –eso sucedió por ejemplo siempre con Frei Montalva – sino porque los actuales partidos de la oposición dejaron de ser lo que eran, no sólo para la sociedad y los politólogos sino para sí mismos.
¡Ningún militante socialista cree que su partido sigue siendo un partido socialista! Es decir un partido que lucha por la sustitución del capitalismo. Para luchar por cambios valóricos y reformas al neoliberalismo se puede ser sencillamente liberal.
¡Ningún militante demócrata cristiano cree que su partido es un partido demócrata cristiano, como se entendió en su fundación, sus grandes victorias y sus congresos!Es decir, un partido anticapitalista que lucha por una sociedad comunitaria. Para luchar por reformas católicas al sistema se puede ser socialcristiano y empresario cristiano.
Y, me atrevería a decir, ¡ningún militante comunista cree que su partido es un partido comunista! Es decir un partido que se funda en el leninismo y que apunta a conquistar el poder del Estado para avanzar hacia la dictadura del proletariado y, posteriormente, a la sociedad sin clases. Para luchar por la democratización del país y mejoras de los trabajadores se puede ser sencillamente socialdemócrata.
Muchas veces los partidos, como destacamentos, se desligan de las masas, o se alejan y cambian, pero pocas veces, sólo en etapas de pre-extinción, se ven a sí mismos sin reconocerse, porque se disipó su ideología o porque los tiempos dejaron su ideología colgada en el pasado.
Tienen ellos más sentimientos que razones para subsistir; más memoria y más símbolos que visiones de sociedad y proyectos; más lazos que siguen uniéndolos por la aventura del poder que ideas acerca de qué hacer con el poder.
La ley electoral y la timidez de la izquierda le otorgan a los partidos actuales de la oposición poderes parlamentarios pero, incluso ese poder, de concretarse en votos mayoritarios, será un poder prestado por la ciudadanía votante de Bachelet.
Michelle es una dirigente cada vez más dotada y cultivada. Cuatro años en la Presidencia y tres en lo más alto de la ONU no pasan en vano.