Que duda cabe que la acusación constitucional en contra del ministro de educación Harald Beyer ha estado en el centro de la discusión los últimos días, adquiriendo nueva fuerza a propósito de su desenlace y el decisivo pronunciamiento del Senado en las próximas horas.
Quienes nos somos abogados ni expertos en procedimientos jurídico-constitucionales, además de aprender mucho de la discusión al respecto, hemos dirigido o concentrado la preocupación en otras aristas, de las muchas que rodean el tema.
Es así como en lo personal me ha llamado la atención, más bien me ha causado una extrañeza con cierto sabor amargo, esta suerte de solidaridad y defensa del ministro Beyer apelando a sus características y bondades personales, no sólo por parte del gobierno y como una expresión de sus últimas “gestiones” para salvar al ministro, sino también por parte de diferentes personalidades del mundo empresarial, científico, ex ministros y hasta rectores de universidades.
Con espacios privilegiados en medios de comunicación de clara cercanía con el gobierno, parte importante de la élite santiaguina ha salido en defensa cerrada del ministro acusado, argumentando su impecable vocación como funcionario público y sus indiscutibles atributos como persona.
Por cierto, no pongo para nada en duda las virtudes y bondades del ministro Beyer, no obstante, me sorprende que en un tema tan complejo, en que los fundamentos de la acusación no se centran precisamente en estas variables, se construya una especie de panegírico del señor ministro en relación a aspectos que derechamente no están en discusión.
Sólo a modo de ejemplo, se evita comentar y no aparece por ninguna parte la reflexión del porqué el ministro Beyer en la reciente encuesta Adimark aparece como el ministro más mal evaluado del gobierno en ejercicio.
Lo señalado en los párrafos anteriores me resulta doblemente extraño, en circunstancias que, tal cual ha sido publicado por diferentes medios (ver diario La Tercera, El Mercurio y la propia página Web de la radio Cooperativa de estos días), desde el regreso a la democracia se han acusado constitucionalmente diez ministros de Estado, de los cuales, los parlamentarios de la derecha han presentado los respectivos líbelos acusatorios contra ocho ministros de la Concertación, mientras que los parlamentarios de la Concertación han hecho lo mismo contra dos ministros del actual gobierno.
En ninguno de estos casos hubo cartas y/o declaraciones con amplia difusión de parte de grupos similares a los que hoy día han aparecido en defensa de los entonces ministros acusados. Y lo que es peor, en el único caso que llegó hasta la misma instancia en que hoy día se encuentra el actual ministro de educación, concretamente el caso de la ex ministra Yasna Provoste (2008), nada similar a los hechos señalados ocurrió.
¿Qué tiene el ministro Beyer que no tenía Yasna Provoste? Independientemente de los fundamentos de ambas acusaciones, ¿no era y es la ministra Provoste una mujer de gran entrega por el servicio público y con características y atributos personales tan destacables como las del ministro Beyer?
¿No llevó a cabo la ministra Provoste un esfuerzo significativo por la educación en Chile, también trabajando con diferentes grupos de expertos y distintos partidos políticos? ¿En qué estriba la diferencia?
Lejos de estar insinuando revanchismos y/o apostando a la vieja tesis del empate, la ciudadanía tiene derecho a plantearse estos interrogantes que también tienen que ver con otros tipos de desigualdades, más disfrazadas, pero igualmente vinculadas a exigencias de mayor justicia y respeto por todos los ciudadanos.
Concretamente y sin desmedro que las respuestas a estas preguntas pueden ser diversas y variadas, me parece que hay una que me hace especial sentido, que ya tiene antecedentes en este país frente a otras situaciones y que debería ser motivo de preocupación para el futuro democrático.
Se trata de cierto comportamiento solidario entre las elites que, tal cual lo señaló tan acertadamente hace décadas Wrigt Mills, “se compone de individuos cuyas posiciones les permite trascender el ambiente de la gente ordinaria, están en situaciones de tomar decisiones que tienen importantes consecuencias, pues están al mando de las principales jerarquías y organizaciones de la sociedad moderna. Ocupan los puestos de mando estratégicos de la estructura social, donde se concentran los medios efectivos del poder y la celebridad que disfrutan”.