Era muy tentador quedarse allá, como presidenta de más de la mitad de los seres humanos, las mujeres, y trabajar por mejorar su posición en este mundo aún patriarcal.
Era tentador también por el alto concepto que de ella y su trabajo se tenía. Tanto es así que su nombre figuraba entre los posibles futuros candidatos al máximo cargo en Naciones Unidas. De haberse quedado, tal vez habría sido la primera mujer en detentar este puesto, en un organismo que aunque no siempre ha sido eficaz, ya es grande por trabajar por la paz y el bienestar de todo el planeta… ¿Qué podría ser mejor para un ego y para una feminista?
En lugar de eso, decidió volver… Volver a su país a continuar una obra ya empezada en su primera magistratura. O mejor, después de oírla en sus variadas intervenciones, a rectificar rumbos y hacer lo que antes no pudo y que el pueblo le reclama.
Sabía a lo que venía. En los tres años que estuvo ausente, con el mundo como “aldea global” que hoy tenemos, estaba enterada de todo cuanto aquí acontecía.
Sabía que la esperaba una tarea más ardua casi que la primera, cuando los descalificadores de siempre o quienes no la conocían decían que “no daba el ancho”,en que tuvo que convencer a las dirigencias políticas que sí lo daba, como lo dio y con creces.
Porque recordemos, ella surgió del movimiento de mujeres chilenas de la salud, donde fue ministra, de las poblaciones, de las profesionales. No fue sólo la primera mujer en llegar a Presidenta de la República. Fue también la primera dirigenta política surgida de la sociedad civil.
Hoy tiene que enfrentar adversarios que conocen su peso, su convocatoria, su capacidad y que desde que se fue con un 80 por ciento de aprobación ciudadana, tratan de aniquilar la inmejorable imagen que de ella atesoró su pueblo, reflejado en estas encuestas de opinión que no cesaron en declararla la figura más querida y más capaz para conducir otra vez nuestra nación.
Hoy es más difícil también porque tiene a los movimientos sociales o en contra o en la duda. Aún no confían en sus promesas de realizar cambios profundos en el país atacando la desigualdad.
Pese a que ha explicado que lo que quiso hacer en ese primer período no lo logró porque la Constitución pinochetista exige alto quórum de votos para remover los principales enclaves del modelo de hierro diseñado por Jaime Guzmán. Por el sistema electoral binominal, donde los minoritarios quedan empatados con los ganadores.
Responsabilicemos también a la “política de los consensos”, que dominó los 20 años de gobierno de la Concertación. Con ella, se gobernaba con la derecha y ésta incluso tenía derecho a veto al tocar los puntos cruciales de la coraza que llevamos como modelo económico, social y político.
Pero el tiempo y la distancia han hecho su trabajo. Y tanto Michelle como las directivas de los partidos que la sustentan, han hecho un mea culpa al confesar que ayer no hicieron los mayores esfuerzos por torcer este destino trazado a golpes y terror. Y ahora sí están dispuestos.
El programa que anuncia de cambios en profundidad no puede hacerlo sola ni con los partidos que la acompañan. Hay que construir esa Nueva Mayoría social y política, que supere a la Concertación. Porque primero que nada, hay que cambiar el binominal.
Y aquí es donde se nos pide nuestro aporte, el de los ciudadanos con derecho a sufragio que ahora somos todos, excepto los compatriotas del exilio. Dejemos nuestros gustos o disgustos fuera. Sin políticos, sin parlamentarios, no hay democracia. La real, la que necesitamos, la Nueva Mayoría que presentará la oposición unida, tras las elecciones de noviembre debe reflejarse en la Cámara y en el Senado.
Llegó el momento en que el movimiento social estudiantil, ecológico, regional, de trabajadores, de profesores, mapuche u otros que puedan surgir, tienen que convencerse de que la protesta es importante a la hora de denunciar los yerros y carencias y ponerlos sobre la mesa. Pero, como decíamos antes, no basta con la “problemática”, hay que continuar hacia la “solucionática”.
Como sería aceptar la mejor arma que tenemos en la nueva democracia que necesitamos: el voto.