Para mí no hay opción. Con esa frase el diplomático sueco del cual se conmemoran los cien años de su nacimiento, Raoul Wallenberg, resume su actitud vital frente a los crímenes del nazismo. En casi 200 días de frenética actividad en Budapest como enviado especial de la legación sueca, salvó miles de vidas amenazadas por la maquinaria de exterminio dirigida personalmente desde la misma ciudad húngara por el fanático de la eficiencia criminal Adolf Heichmann.
La labor infatigable de Wallenberg, su enorme coraje moral, la desgraciada suerte que lo llevó a los campos soviéticos donde encontró la muerte, le han convertido en un personaje admirado mucho más allá de las fronteras de su Suecia natal, confiriéndosele el título de Justo entre las Naciones en reconocimiento a su impresionante labor humanitaria.
Wallenberg es un ejemplo que está vivo. Los conceptos de la exposición, que se desarrolla en estos días en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, inspira son los de Responsabilidad Individual, Coraje Moral y Tolerancia. Los tres significados están íntimamente unidos y en situaciones de extrema violencia, en que el crimen se convierte en la forma de gobierno, se ponen a prueba.
La historia de Wallenberg, un hombre de negocios, acomodado, que bien podría haberse sustraído de los horrores de la guerra, llama a reflexionar sobre el tema de la responsabilidad política de cada uno como ciudadano frente a situaciones de crisis y de violencia.
Su ejemplo nos muestra que la reacción decidida de un hombre o mujer enfrentado a la arbitrariedad y al fanatismo puede hacer una diferencia. Esa diferencia se mide en vidas. Wallenberg salvó miles de ellas, pero también en dignidad humana, Wallenberg enseñó que callar y mirar hacia el lado no es una opción ética para él, como lo fue desafortunadamente para una gran parte de la población europea durante los años del nazismo.
El ejemplo de Wallenberg es universal y sirve también para mirar la historia en nuestro país y evaluar a los personajes públicos.
Se vienen espontáneamente a la cabeza las imágenes de otro sueco, el embajador Harald Edelstam, quien protegió a nuestros compatriotas perseguidos por la dictadura, así como lo hizo también en sus años mozos en Noruega durante la segunda guerra mundial. No en vano a Edelstam se le conoció como el Wallenberg de los años 70.
También viene el recuerdo del Cardenal Raúl Silva Henríquez visitando el Estadio Nacional, coordinando la creación del Comité Pro Paz y luego la Vicaría de la Solidaridad. Para él, y para los abogados, asistentes sociales, médicos, personal de apoyo que laboró junto a él, tampoco había otra opción que no fuera estar junto a los perseguidos.
Coraje moral y responsabilidad individual, fueron los valores que ellos también supieron atesorar y poner en práctica en las horas difíciles.