El sueño de Bolívar, la integración latinoamericana, fue impulsada decididamente por el Presidente Hugo Chávez y constituye uno de sus proncipales legados.Dichas políticas continuarán su marcha de una u otra manera, puesto que obedecen a los intereses estratégicos más profundos de la región y también los de Venezuela.
Resultaría aventurado afirmar que los acuerdos energéticos y otros establecidos por su gobierno, representen subsidios unilaterales de Venezuela a otros países. Por ejemplo, los favorables pero razonables precios de largo plazo acordados para el abastecimiento de petróleo a Cuba, son compensados en parte, por el significativo y valioso aporte de los médicos cubanos que trabajan en Venezuela. Otros acuerdos de integración energética, como el oleoducto que recorrerá buena parte de Sudamérica, resultan de evidente interés para Venezuela en primer lugar.
El Presidente Chávez, como buen militar y discípulo privilegiado de Bolívar, otorgó la debida importancia a un elemento clave de la estrategia desarrollista estatal latinoamericana: la integración regional.
Es decir, avanzar hacia la conformación en la región de un espacio más amplio de circulación libre y estable de mercancías, dinero y personas, el que históricamente sólo ha resultado posible en territorios amparados bajo la protección y regulación de instituciones estatales que ejercen soberanía nacional o compartida sobre un espacio supranacional crecientemente integrado.
La integración resulta ineludible para Latinoamérica, para compensar en parte la enorme atracción gravitacional que ejerce nuestro gigantesco vecino del Norte, que constantemente atrae a nuestros países individualmente hacia su órbita y, crear condiciones para competir en buenas condiciones en el mercado mundial del siglo 21, conformado por gigantescos Estados-mercados de cientos de millones de habitantes.
La importancia histórica del Presidente Hugo Chávez es que puso fin a la locura anarquista burguesa neoliberal – como la calificó el gran historiador Eric Hobsbawm – de la omnipotencia del mercado, impulsada interesadamente en la región en las últimas décadas, por los intereses de las grandes corporaciones financieras y rentistas de recursos naturales, de los países desarrollados.
Restableció las políticas que, bajo diferentes inspiraciones ideológicas, el desarrollismo estatal latinoamericano impulsó a lo largo de buena parte del siglo XX y que constituyeron la base de la modernización de la región: enérgica intervención del Estado, para recuperar las riquezas básicas, resolver el problema agrario, acompañar la transformación de los campesinos tradicionales en una fuerza de trabajo urbana, razonablemente sana y educada, y protección al naciente empresariado local, para impulsar un desarrollo basado en la producción de valor agregado por las nuevas ciudadanas y ciudadanos.
La estrategia desarrollista debe ir evolucionando, desde una fuerte presencia estatal inicial en todos los aspectos de la producción, hacia un creciente impulso a la empresa privada en la misma, a medida que la urbanización va creando las condiciones para el desarrollo de esta última, sin abandonar jamás, sino que incrementando constantemente el papel del Estado en la regulación y protección de la economía y la sociedad.
En este sentido, el desarrollismo impulsado por el Presidente Chávez – con una fuerte presencia el Estado en la producción -, resulta adecuado a las condiciones de Venezuela, en pleno proceso de urbanización, pero no es en esencia diferente al que impulsan Brasil, Argentina o Uruguay – que Chile deberá volver a impulsar – países que ya han alcanzado hace décadas niveles superiores de urbanización.