Ha sido para muchos una desilusión que el título de la película chilena “No” en definitiva se haya constituido en una profecía auto-cumplida: no ganó el Oscar.
Los realizadores, sin embargo, al parecer tenían bastante claro que era muy difícil lograr el preciado trofeo y que haber llegado a las últimas instancias –estar entre las 5 mejores películas en idioma extranjero nominadas- era ya un gran logro.
De otro lado, sin duda que el cine chileno pasa por un buen momento y promete seguir presente en competencias internacionales.
En ese contexto, aunque reconozco y advierto que no soy un critico de cine sino solamente un aficionado amateur a ese arte, me parece que conviene preguntarse por qué la película “No” no ganó.
Considero que una explicación plausible es su localismo – versus el universalismo de la película “Amour”, que terminó ganando el Oscar en la mencionada categoría, y que, conviene destacar, también estaba nominada entre las candidatas a mejor película.
Objetivamente, la historia que cuenta el “No” es tremendamente localista, pues trata de una historia política chilena específica de finales de los años 80 del siglo pasado, que es muy peculiar, absolutamente nuestra y difícil de desentrañar para alguien que no sea chileno.
Es cierto que la película es entretenida, está bien realizada, incluso es emocionante, porque recurre a las imágenes y nuestras vivencias de aquella época. Pero, no contiene una historia ni una temática universal.
La vejez, la enfermedad, el deterioro, la desolación, el despojo, la cercanía de la muerte –que son los temas de la película “Amour”- combinados con una mirada al terrible tema de la “eutanasia por amor”, sí son universales, y convocan a audiencias de todas partes del mundo.
La trama de “No”, en cambio, se circunscribe a una historia política local contada además desde el (reconocido y legítimo) limitado ángulo de la publicidad; más específicamente, de la publicidad política.
A mí me hizo recordar, mucho, la exitosa serie “Mad Men”, que nos ha permitido a los legos adentrarnos en el complejo mundo de la publicidad, tan desconocido y tan entretenido al mismo tiempo.
Así, al ver “No” tuve la impresión en algunos pasajes que estaba mirando un capítulo de larga duración de esa serie televisiva, excepto que se trataba de Chile a fines de los 80, pero el estilo, el contenido, incluso los recursos técnicos elegidos, eran, en cierta medida, los de ese medio, la televisión, no los del cine.
Es posible que ello también haya afectado las probabilidades de “No” para tener éxito en los Oscares, ya que allí se trata de la industria global del cine, no de la televisión.
En fin, considero que para seguir por el camino del éxito internacional que han abierto “No” y otros filmes recientes del cine chileno, quizás nuestros realizadores deban tener presente que los temas que aborden y las perspectivas que planteen debieran ser más universales, menos locales.
De otro lado, me pareció extraño que el protagonista en algunas escenas se movilice por Santiago –de todos los medios posibles- ¡en patineta!
Por cierto, la película acierta al tener como su intérprete principal a un gran actor, que además es conocido internacionalmente –algo que habría que tener en cuenta en las futuras películas chilenas- pero, ¿en patineta?
Es probable que el comentario socarrón de uno de los competidores de “No” al decir que Gael García no temía al ridículo se haya referido precisamente a aquello de la patineta.
Una última observación: me parece que la política chilena actual sigue recurriendo en buena medida al marketing o publicidad y de ese modo la nuestra puede terminar siendo algo así como política ficción.
Es de esperar que en las próximas campañas los candidatos al Parlamento y a la Presidencia de la República no se inspiren tanto en esa especie de simulacro de la política que es la publicidad.
Chile necesita, todos necesitamos, que los políticos, del sector que sea, nos propongan ideas, problemas y soluciones viables expresadas en programas a realizar en tiempos específicos, y no meras cuñas publicitarias.
Después de todo ya pasó el tiempo en que para convencernos bastaba con algún slogan como que la alegría ya viene o el arco iris, el futuro, la nueva generación, crecer con equidad, el cambio, etcétera, acompañado de una cancioncilla insípida.¿O no?