Theodore Roosevelt y su Partido Progresista instalaron las primarias para elegir a todos los candidatos a los cargos de representación del Estado dentro de lo que llamaron la “ley del pueblo” en 1912 y con ello dieron a la política norteamericana un instrumento centenario que ha sido esencial en la solidez de la democracia y en la participación de la ciudadanía.
En los últimos decenios las primarias se han incorporado al sistema político en varios países de Europa y de América Latina como remedio a la creciente oligarquización de la política y estímulo a la participación ciudadana, como instrumento de renovación de los liderazgos y como factor de ampliación de la vida democrática.
En Chile, después de la reinstalación de la democracia, la Concertación por la Democracia ha utilizado las primarias para dirimir el candidato presidencial y solo el año 2012, después de continuos rechazos por parte de la derecha, se legisla una ley de primarias, que aún sin ser obligatoria para los partidos, las legaliza, les da estatus y compromete a los órganos electorales del Estado en su desarrollo.
Hoy, en medio de la falta de prestigio de los partidos políticos, de la crisis de representación existente en la política chilena y con un sistema electoral binominal que impide una real competencia pluralista en la carrera parlamentaria, las primarias aparecen como una forma a través de la cual, al menos la decisión sobre los candidatos, sale de las manos de grupos reducidos de dirigentes y se abre a un proceso de participación abierta a toda la ciudadanía.
Ciertamente, las primarias no resuelven los males de la política chilena, no reemplazan la exigencia del fin del binominal y de una nueva Constitución, pero son una válvula, un poco de oxígeno, de transparencia, que puede motivar la participación en un electorado cruzado por una gran desafección con la política y sus instrumentos tradicionales.
En los partidos hay resistencia velada o abierta a las primarias, sobre todo en la UDI pero también y transversalmente en algunos personeros de la oposición. Sin embargo, será difícil que partidos y candidatos puedan sustraerse de ellas por el costo político que conllevaría en la ciudadanía.
Las primarias se han posicionado en la opinión pública, las encuestas hablan de que el 70% cree necesario elegir a los candidatos sea a la presidencia o al parlamento y en la DC, en una disputa suave para elegir el candidato del partido a la primaria de la oposición, votaron sesenta mil personas, la mayoría independientes, lo cual revela el deseo de participación en la gente.
Las primarias son una enorme oportunidad para el mundo político de reconectarse con la ciudadanía, generar diálogo, escuchar las demandas y aspiraciones de la población y, sobretodo, generar nuevas confianzas.
En la derecha no hay cultura de primarias y todo indica que la disputa Golborne – Allamand adquirirá una fuerte connotación ideológica, sobre todo, después del libro y de las polémicas afirmaciones del Senador Novoa que define el perfil económico, político y valórico de la derecha dura y contamina el marco teórico de la candidatura del propio Golborne que, prologando el libro del senador, de alguna manera, avala las descalificaciones que en el se vierten hacia el gobierno de Piñera del cual fue Ministro hasta hace un par de meses.
Es evidente que sea por impericia política o porque esa es también su visión sobre lo que debiera ser la derecha en el gobierno, Golborne, aparece hoy ligado al sector más duro de la UDI y con esas señales, aún ganando la primaria, le será difícil aglutinar toda la votación de RN y en particular el plus que obtuvo Piñera para ser presidente, justamente porque se presentó al país como una nueva derecha distinta a aquella ligada a la dictadura.
Todo indica que las primarias de la derecha tenderán a una fuerte confrontación porque se enfrentarán dos visiones de la derecha, una más moderna, que es la que ha intentado instalar Piñera desde el gobierno, y otra conservadora, nostálgica, más integrista culturalmente, identificada con la postura del senador Novoa.
Además si alguien quisiera bajar esta primaria, para imponer a Golborne sólo en virtud de su peso en las encuestas, ello motivaría una dispersión de una parte del electorado de la derecha que ha aprendido, como todos los electores, que hoy puede abstenerse si no se comparte la opción que los partidos les presentan.
En la oposición el cuadro está marcado por el amplio apoyo ciudadano que tiene Michelle Bachelet en todas las encuestas y que hace pensar a algunos, a esta altura voces aisladas, en lo innecesario de las primarias.
Sin embargo, habrá primarias y ellas tienen sentido porque la Concertación misma, ampliada hoy a una convergencia opositora de hecho, es una coalición y tiene inspiraciones culturales y políticas, puntos de vista, énfasis programáticos, distintos y que es necesario que se expresen, en un debate de ideas integrador, al conformar, en diálogo con la ciudadanía, las bases de un nuevo gobierno del progresismo.
Las primarias permiten a la oposición crecer y canalizar hacia el candidato o candidata vencedor sensibilidades más amplias que hoy están en disputa en la izquierda, en el centro y en el mundo liberal democrático.
Incluso un liderazgo tan potente como el de Michelle Bachelet sale aún más legitimado políticamente de una primaria opositora que, al ser por ley es vinculante y evita ulteriores dispersiones. Además, por cierto, un elemento no poco relevante, es que quién participa de la primaria de la oposición está pensando en la proyección de su propio liderazgo hacia el futuro y ello es positivo para una coalición que necesita reformularse y generar nuevos liderazgos.
La oposición tiene, sin embargo, un tema no resuelto, el de Enríquez-Ominami. Hay quienes estiman, como el ex senador socialista Ricardo Núñez, que éste no actúa de buena fe dado que afirma estar disponible a conversar sobre primarias con el resto de la oposición, pero ya tiene decidido estar en la primera vuelta.
Buscaría únicamente estar en una primaria parlamentaria pero excluyendo de antemano someterse a una primaria él mismo. El tema es importante, y mi opinión es que hay que dialogar, con paciencia y respeto político hacia este liderazgo, e intentar un acuerdo básico de lineamientos programáticos que permitan que Enríquez-Ominami esté en la primaria presidencial de la oposición. Si esto ocurre y la oposición se presenta totalmente unida, aumenta las posibilidades de que Michelle Bachelet pueda ganar las elecciones en una primera vuelta.
El tema es complejo también para Enríquez-Ominami y él sabe que se juega en gran medida su futuro político en la decisión que adopte.
Competir en primera vuelta con Michelle Bachelet, ungida en primaria democrática con alta concurrencia ciudadana, deja a Enríquez-Ominami en un cuadro de aislamiento político que tendrá consecuencias electorales. Quedar fuera de una primaria de los alcances que está tendrá lo excluye del debate sustantivo por varios meses y lo marginaliza.
Marco no tiene el 20% que obtuvo en la primera vuelta contra Frei, ya no representa una novedad política y se enfrentaría a una mujer que el país quiere que vuelva a ser Presidenta.
Por tanto, su gesto aparecerá como una decisión individualista, cargada de un cierto egoísmo político y contraria a lo que quiere la mayoría del país. De paso, el PRO, quedaría fuera del parlamento ya que es muy improbable que el resto de la oposición acceda a que MEO y su partido participen en las primarias parlamentarias sin compromiso presidencial.
Todo se complica para Enríquez-Ominami si Michelle Bachelet, pese a su candidatura, gana en primera vuelta y ello no es descartable.
En cambio, si Marco decide participar en las primarias de la oposición se legitima hacia el futuro como un liderazgo válido en una convergencia, que más allá de sus límites, sacó el 50% de los votos en las últimas elecciones municipales y gobernará Chile con Bachelet en los próximos cuatro años.
Mucho se juega, entonces, en las primarias del 30 de junio que serán, sin duda, un acontecimiento político histórico para la democracia chilena.
De hecho, y dado que serán simultáneas para todos, quien movilice más ciudadanía, entre la derecha y la oposición progresista, tendrá un gran punto a su favor en las elecciones de noviembre.