Este mes de febrero se ha visto remecido mundialmente por el anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI.
Muchos factores han influido para que este hecho se haya convertido en una noticia que sigue teniendo una gran cobertura y una importante presencia en los medios de comunicación: lo sorpresivo del anuncio del propio Papa, lo inesperado e infrecuente del hecho y las interesantes señales y precedentes que se establecen para la Iglesia Católica, y por lo tanto para los católicos y católicas de todo el mundo.
La dimisión del Papa ha generado, y seguramente seguirá provocando gran cantidad e interesantes reflexiones, análisis e interpretaciones, lo cual muestra la relevancia que sigue teniendo la Iglesia Católica y en particular la figura del Papa.
Me incluyo, y me hago parte de la sorpresa que provocó la decisión comentada, y del interés que me genera el hecho en sí, como de sus múltiples y esperanzadoras posibles consecuencias.
Dentro de los aspectos que se han resaltado en torno a la dimisión del Papa, me ha llamado particularmente la atención la gran valoración que se le da al hecho de que Benedicto XVI haya argumentado que daba un paso al lado porque no se sentía con las energías y capacidades suficientes para servir a la Iglesia. Se ha destacado, atribuyéndole una gran y positiva carga valórica, el que una persona sea capaz de renunciar a una posición que detenta tanta responsabilidad, poder y capacidad de influencia. Se ha afirmado, en justicia por lo demás, que es un acto que demuestra una gran humildad.
Me sorprende, porque ratifica una vez más la incapacidad que hemos adquirido para comprender y vincularnos en “claves de servicio”. Como sociedad nos cuesta creer que existan personas, no necesariamente religiosas por cierto, que en lo cotidiano vivan honestamente desde un principio de servicio a los demás, el cual no pone el énfasis en el poder por el poder, sino en tanto cuanto es un medio para servir más y mejor a los demás.
El entender el mundo desde este paradigma (el servicio) debería ser un valor que estimo deberíamos promover y dar testimonio para contribuir al deseado bien común y a la construcción de una sociedad justa. Por cierto debería ser un mínimo exigible a toda persona que ocupe un cargo de alta responsabilidad – y por lo tanto, de poder – más aun si se trata de un cargo público, y para qué decir, para el líder de una Iglesia seguidora de un hombre que su mensaje fundamental es el de servir a los demás.
Que el Papa haya dimitido nos debería impresionar por muchos factores, menos porque lo haya hecho por no sentirse como el mejor medio para servir a la Iglesia Católica, este argumento debería ser obvio, esperable y exigible.