La capital del imperio romano de oriente siempre fue una dorada aspiración. Todos la quisieron, pero sus murallas resistieron los embates por casi mil años, hasta que los turcos otomanos supieron superarlas.
Hoy conocida como Estambul, fue el objetivo soñado de esta selección de Mario Salas, que tenía como primer desafío clasificarse para el mundial que se jugará en junio. No sería fácil, pese a la estupenda ronda inicial y a las sorpresivas eliminaciones de Argentina y Brasil, pero nunca se pensó que el grito ganador llegaría luego de tanta angustia.
Y es que el partido contra Perú fue tan o más duro de lo que se preveía. Los del Rímac llegaban con increíble motivación: jamás han clasificado a un Mundial de la categoría, tienen un equipo poderoso y armónico, les ofrecieron cinco mil dólares por cabeza para estar en la Copa del Mundo y tuvieron la fortuna de ponerse en ventaja muy temprano merced a un error defensivo de Chile.
Para aumentar la frustración del adversario, hubo un gol bien anulado sobre los minutos finales que los llevó a pensar, otra vez, en un despojo.
Cuando quedaron eliminados por los chilenos en 1999, siempre creyeron que el gol de Claudio Maldonado fue anotado en posición ilícita.Pero este equipo supo administrar con tranquilidad (finalmente) el trámite del partido, pese a las lesiones defensivas que complicaron la capacidad de reacción de Salas. Gracias a las principales figuras de este equipo, la tarea se sacó adelante con los dientes apretados. Rabello apareció en el momento justo, Cuevas mostró una vez más su incansable trajín, Melo fue clave nuevamente con una tapada providencial y la pareja de centrales brilló a la altura de su innegable proyección.
En el balance final, la campaña de Chile ameritaba este premio y algo más.La impresionante marca de seis triunfos (incluido uno frente a Argentina), un empate y dos derrotas significó una suma de puntos pocas veces dadas en este tipo de torneos.
Y que, en otro sistema, pudo significar pelear por el título. Pero eso es un análisis mañoso, porque a la larga las estadísticas dirán que la conquista de Estambul se logró con siete puntos.
Y una dosis de angustia que en caliente y entre el festejo desbordado de la hinchada y la amargura del grupo de periodistas que estuvimos un mes en Mendoza por el fallecimiento de un amigo –Hugo Kyonen, camarógrafo de Canal 13- en los mismos vestuarios donde se cantaba la victoria, le da a esta gesta un sabor particular. Inolvidable, épica, dramática.
No podía ser de otra forma. Constantinopla nunca fue una conquista fácil.