Frente al fin del mundo y la próxima Navidad, así preguntó un niño de ocho años, sobreviviente de la reciente matanza del colegio Sandy Hook en Estados Unidos.
La respuesta es, sí. Vagando, y celebrando la Navidad, en el “Cementerio de las almas Perdidas”.
Estarán viviendo allí, para siempre, como cadáveres de cemento en suelos y paredes, inertes, como materia vaciada de tiempo, pero que a su vez, en una paradoja surreal, más bien, hiperreal, hablarán para siempre de la muerte horrorosa de los inocentes.
Y así, también serán leyendas en la memoria y el imaginario histórico colectivo, los niños y las educadoras, que cual modernas heroínas, sacrificaron sus vidas protegiendo a sus alumnos. Viajaron con la muerte, impulsadas por el amor incondicional, y la ética del deber y el sacrificio.
¡Qué otra cosa se podía esperar de esas mujeres!
Encarnaron la esperanza de humanidad, (que hoy tanto escasea), donde la muerte y la vida, se hermanaron en un ritual, que confrontó la existencia con lo trágico.
La acción de un loco, quizás, también víctima inocente en su delirio, tuvo el poder de comunicarnos la trascendencia a través de la muerte, y la muerte, a través de la trascendencia.
Nos sacudió con su, (y la), visión alucinante del hombre y la vida.
Nos remeció con el ser de hombre, sentido como un demonio, un “duende”, un “daimon” mágico,“fascinante y terrible, positivo y negativo”, que habita en el sentido, a través del no-sentido, de lo irracional, la enfermedad y la locura.
Es el hombre, que como misterio encriptado entre la nada y lo sagrado, escapa a cualquier intento de la razón, por descifrar su propia humanidad. En este caso, a través de la des- humanización más radical que puede darse en el mundo de hoy.
Asesinar a otro ser humano, para que sólo lo sea, en el momento mismo de su muerte.
¿Sólo soy humano, cuando mato al otro?
¿El otro sólo es humano, en su propia muerte?
Fueron las preguntas que intentó resolver el adolescente victimario, transmutado sólo en un terrible simulacro, de un dios vengador, pero de videojuego, ciego y sordo a la compasión, y los gritos de dolor.
De ahí, que finalmente, en un destello de lucidez, nuevamente humano, pero ¿menos que humano?, acosado por el dolor de todas sus víctimas, sólo pudo suicidarse, como una inútil manera de intentar escapar de un sufrimiento, que ahora, a diferencia del que lo obligó a matar, sí prometía ser infinito.
Sólo muertos y muertos, productos de la época, frente al ¿fin del mundo?
Frente a los adoradores de las catástrofes apocalípticas, (y a veces matanzas como la sucedida), reducidas hoy, a un mero espectáculo degradado,en un producto de consumo-sentido, mediático, turístico e histórico
Cuando pase el 21, ¿los cadáveres (de todos y el suyo), seguirán existiendo?
Total, parece que sólo somos “páginas muy bien escritas de un libro que no existe”.
Sólo si tiene ¿suerte? (y fe), celebrará el 24 en la noche, en la esperanza y el amor, el nacimiento del Escritor de su libro.