Varias encuestas de los últimos años les han pedido a los consultados que se ubiquen políticamente dentro de una línea numerada en la cual el 1 representa a la extrema izquierda y el 10 a la extrema derecha. Con ligeras variaciones, el resultado gráfico ha sido una especie de colina al centro y niveles muy bajos en los extremos. El promedio ha estado alrededor de 4,7. O sea, la mayoría de los encuestados se ubica desde el centro moderadamente hacia la izquierda, y las posiciones extremas son minoritarias.
Por cierto que las encuestas constituyen solo una referencia, cuya confiabilidad depende del rigor metodológico con que se elaboran. Ya sabemos cuánto se equivocaron respecto de los resultados de la reciente elección municipal, uno de cuyos efectos fue la decisión de la empresa Adimark de suspender la encuesta telefónica mensual que efectuó por varios años.
¿Se puede decir, a partir de las cifras de la elección municipal, que la centroizquierda ha vuelto a ser la corriente política dominante en el país luego de tres años de gobierno de la centroderecha? Sí, es válido afirmarlo. Incluso, los propios partidos que gobiernan con Piñera se dan cuenta de que la mayoría que obtuvieron en 2009 ya no existe.
Sin embargo, la alta abstención del 28 de octubre plantea una incógnita para las elecciones que vienen. Los partidos tendrán que esforzarse para motivar a los nuevos electores para que voten en las primarias legales del 30 de junio, y luego en noviembre para elegir Presidente, senadores y diputados.
Dentro de poco se conocerán los resultados de la encuesta del CEP. Será la primera medición de fuerzas entre Allamand y Golborne. Además, revelará el orden de aparición de los postulantes opositores detrás de Michelle Bachelet. Aportará también información sobre la competencia entre Orrego y Rincón en la DC. Es probable que luego de esta encuesta se reduzca el número de presidenciables.
En este cuadro, y dado el pulso que muestra el país en lo económico, social y político, lo esperable es que los bloques principales busquen conquistar el centro político, pues allí se definirá la competencia.
No está de más precisar que el centro no es necesariamente sinónimo de indefinición o neutralidad. Es más bien el terreno de la moderación, del distanciamiento de las posturas extremas y, consiguientemente, del rechazo a la beligerancia y la estrechez de miras.
Se puede afirmar que los chilenos que se ubican en ese espacio quieren que el país siga progresando y que los frutos del progreso sean mejor compartidos, por lo cual entienden que es necesario impulsar reformas económicas, sociales y políticas en los próximos años, pero fortalecer al mismo tiempo la estabilidad y la gobernabilidad. Quieren verdadera igualdad de oportunidades, pero sienten instintivo recelo hacia las consignas populistas. Quieren cambios, pero no hacia cualquier lado.
Construir entonces una nueva mayoría para gobernar implica ganar la colina del centro. Fue lo que consiguió Piñera en la elección presidencial pasada, y es lo que debe proponerse ahora la centroizquierda. Esa nueva mayoría no será el resultado de sumar nuevas o viejas siglas, o de entretenerse en una competencia imaginativa para inventar un nombre de fantasía que permita que algunos parlamentarios puedan proclamar que “la Concertación está bien muerta”, objetivo al que han dedicado sus mejores energías en los últimos años.
Lo verdaderamente significativo es ganar la confianza de la mayoría de los ciudadanos, que no está afiliados a ningún partido ni tampoco forman parte de ningún “movimiento social”, pero se definen a favor del progreso duradero, valoran las reformas graduales y, en general, actúan con gran libertad en el momento de votar.
Hace algún tiempo, un dirigente opositor resumió su línea de acumulación de fuerzas diciendo que era partidario de una unión que abarcara “del PRI al PRO”. Tal declaración era confusa, puesto que incluso hoy no se sabe bien lo que representa el PRI: en su seno hay personas cercanas a la UDI y otras que, después de haberse entendido con la derecha en la Cámara, miran de nuevo a la Concertación para conservar sus cargos. Y en cuanto al PRO, lo más claro es que se trata de un partido de bolsillo, identificado con un proyecto personal y familiar.
La centroizquierda no tiene ganada la elección presidencial. Tiene que superar varias pruebas difíciles, en primer lugar ofrecer al país una alternativa coherente y que inspire confianza. Ese camino no es el llamado “giro a la izquierda”, que ha entusiasmado a algunos parlamentarios por razones estrictamente ligadas a su propia reelección. Por supuesto que tienen derecho a girar hacia donde quieran, pero no es seguro que los sigan.
Habrá que dar la batalla parlamentaria dentro del marco de hierro del sistema binominal, lo cual es lamentable para la perspectiva de perfeccionar nuestra democracia, pero en fin, habrá que hacer un esfuerzo gigantesco para que el próximo Congreso tenga una mayoría de centroizquierda, para enseguida volver a la carga para cambiar el sistema.
Todo el mundo sabe que Michelle Bachelet es la figura en torno a la cual se puede configurar una nueva mayoría política. Eso lo tienen claro todos los candidatos a alcaldes y concejales que hicieron campaña con su imagen. Pero ni siquiera ella garantiza la victoria. Lo que viene es una fuerte competencia.
¿Puede haber un segundo gobierno de la derecha? Sería un gravísimo error negar tal eventualidad. Lo mejor es que los partidos de centroizquierda actúen con realismo y que ofrezcan un camino que la mayoría de los chilenos sienta que vale la pena recorrer.
El debate programático en la centroizquierda no debería convertirse en un pie forzado. Lo que corresponde es definir un conjunto acotado de ideas-fuerza que puedan materializarse en 4 años. Como es obvio, no existe la posibilidad de “imponerle” un programa a Michelle Bachelet. Lo racional es que, llegado el momento, ella fije las prioridades y elija libremente a su equipo de colaboradores.
La centroizquierda necesita abrir canales de diálogo con todos los sectores. Tiene el deber de ofrecer a Chile una perspectiva que articule el crecimiento económico y la inclusión social, la prosperidad y la solidaridad. Y que apueste resueltamente por la renovación de la política y el mejoramiento de nuestra democracia.