Cuando éramos de la Media en los 80′, salíamos a la calle en Ñuñoa, la Unión de Estudiantes Secundarios de la Zona Oriente, que pertenecíamos a la Coordinadora de Estudiantes de Enseñanza Media (COEM), antecesora del Comité Pro-Feses, para recuperar la Federación de Estudiantes Secundarios FESES, que había sido prohibida por la dictadura. Soy parte de esa generación de “actores secundarios” de Ñuñoa.Nuestros liceos fueron intervenidos con directores que eran carabineros o militares.
Aún recuerdo cómo me sacaban de las patillas de clase de religión por hacer preguntas incómodas en el Colegio Benjamín Claro Velasco, alias “el gallinero” entre Lo Plaza y Ramón Cruz, y cómo nos hacían marchar los lunes al ritmo de bandas militares.
Nuestros barrios iban perdiendo sus colores, la “modernización del capitalismo popular” (la de los vouchers, subsidios y chorreo, con concentración monopólica en unos pocos) venía de la mano de una estética facha monocromática. Todo rasgo de cultura popular se fue perdiendo, en la que antes era una comuna alegre y lúdica.
Así, por ejemplo, las Fondas de Av. Grecia, entre Juan Moya y Lo Plaza, con sus cuecas, cumbias y jolgorio, fue reemplazada por las del Estadio Nacional, todas muy controladitas, ordenadas, con estética de los Huasos Quincheros, y sin rastro de la memoria social ñuñoína.
En la esquina donde íbamos a la fonda quedó grabada para la historia el linaje de aquel Director de Tránsito que pasó a Alcalde designado por su “Excelencia el Presidente de la República, Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte”: Pedro Sabat. Desde mi infancia estuvo ahí como un espectro oscuro, omnipresente en su estética y represión.
De la misma mano desapareció el gimnasio municipal Manuel Plaza -hasta hoy convertido en peladero, murió el Parque Juan XXIII donde crecimos en sus juegos y anfiteatro griego hoy abandonado, desapareció la piscina Mundt, frente a Salvador con Grecia, con su trampolín olímpico de 10 metros, se vació el Teatro California -reconvertido a “Teatro Municipal”-. La manu militari en mi comuna, en nuestra comuna.
Sabat, como todo el proyecto neoliberaloide criollo, soñaba, en último término, con hacernos desaparecer a los habitantes de Ñuñoa, poniéndonos traba de acceso a los liceos, expulsando a la gente de sus lugares, queriendo reconvertirnos en una comuna a lo Vitacura o Las Condes, aspiracional , consumista, carente de identidad, memoria y proyecto.
Por eso el abandono a las villas sociales, de copropiedad colectiva, como Villa Olímpica, Villa Frei, Villa Salvador Cruz Gana, la población Empart (los edificios rojos de Salvador con Grecia), Villa Alemana, Villa Yugoeslavia. Todas villas que conservan la memoria social de su origen: fueron construídas con un horizonte de barrio comprometido, organizado, en lo posible autogestionado por sus habitantes.
Esa era fascistoide es la que hoy se rompe en Ñuñoa, gracias a que mucha gente se movilizó durante años, mermando ese poder totalitario, que en alianza con el negocio inmobiliario, automotriz y de la basura, supo mantenerse incubado aún 20 años pasada la caída de la dictadura en el plebiscito.
Lo que se ganó en Ñuñoa no es mérito de una campaña electoral -también, pero no en exclusivo-, sino de la acumulación de resistencias de varias generaciones que dieron la pelea en este territorio llamado Ñuñoa, y que la seguiremos dando.
Espero que cuando se haga la película de cómo cayó Sabat, no emule la del “NO”, que hace pasar la historia social como si todo dependieran de buenas campañas electorales.
Tienen su mérito, pero hagamos justicia y otorguemos su verdadera dimensión como catalizador de una Ñuñoa que ya venía creciendo en los territorios, con los estudiantes movilizados en los 80, el 2006 y el 2011, en las jornadas por los peñi mapuche a quienes aplicaron la Ley Antiterrorista, en las peleas por el patrimonio, en los carnavales populares, en las luchas por una reconstrucción justa, en la resistencia cultural y uso libertario de los espacios públicos, en el movimiento sindical de los profes ante una Corporación de Educación militarizada, así como con los microempresarios exigiendo fomento productivo que nunca ha llegado, en los cicleteros con sus cardúmenes de colores exigiendo barrios amables, en los animalistas denunciando la tortura en los rodeos de la “Fiesta Chilena” de Sabat y Agustín Edwards, en las feministas peleando para que en los consultorios de Ñuñoa se entregara la Píldora del Día Después, en los activistas de la Memoria de las Violaciones a los Derechos Humanos desde la casa de José Domingo Cañas, en los ambientalistas marchando por una nueva matriz energética y preocupados por el crecimiento inmobiliario en Ñuñoa, en los “coleros” de las ferias exigiendo regularizar su situación, en los centros culturales que han sobrevivido sin subvención por no ser de la línea sabatista, y así un mar social que movió el piso, hasta lograr La Caída de Pedro Sabat.
Muchos fuimos parte de ello. Es una conquista social, que hoy tiene un rostro que lo encarna, pero que ha sido, es y seguirá siendo colectivo.
Al tiempo que celebro La Caída, no olvido.