En septiembre de 1985 fuimos depositados como paquete, con los ojos clausurados con scotch, en La Patilla, una cárcel subterránea controlada en esos años por la CNI y el Covema. Antes habíamos sido perseguidos y exiliados.
La dictadura parecía temer que ese septiembre de 1985 hubiere protestas.
En La Patilla éramos unos cincuenta, sin cargos y sin juicio, sin reconocimiento alguno, secuestrados.
Entre nosotros había dirigentes sociales, dirigentes políticos, gente laceada sin antecedente alguno, y mucha, mucha ultra, no pocos “anarquistas” que, para nuestra sorpresa, después de 12 años de dictadura pinochetista, culpaban de nuestros males “en primer lugar”…a la Iglesia Católica. La chilena, de Silva Henríquez, no la universal.No la de las cruzadas. La de la Vicaría.
Nunca entendimos el porqué. Salvo por la conducta desquiciada que suelen tener ciertos grupos en determinados procesos históricos.
Salimos en libertad un tiempo después gracias en primer término a la solidaridad internacional y al empeño de la Vicaría y de Monseñor Valech.
Los que culpaban en 1985 y calificaban de “principal enemigo” a la Iglesia Católica se esmeraron antes, entre 1970 y 1973 (y después) en calificar a Allende de reformista y a la Unidad Popular de alianza de centro. Acusaron al Presidente mártir, ya mártir, de “no haber dado armas al pueblo”.
Las armas, como se sabe, no las tenía Allende sino otros y si se hubiese “armado al pueblo”, con lo que Allende podía contar, no cabe duda que la masacre habría sido multiplicada porque en el golpe estaban asociados el imperialismo y los altos mandos de las fuerzas armadas.
Algo se dijo en esos años en la lucha de los revolucionarios contra la ultra, antes y después del golpe. Humberto Sotomayor, ex Mir y luego PC, escribió en Cuba “Ultraizquierdismo, caballo de Troya del imperialismo” poco después del golpe de 1973.
Medio siglo antes, poco más, Lenin había calificado al ultraizquierdismo como una enfermedad infantil del comunismo.
Hubo ultraizquierdismo en sectores del Directorio Revolucionario, contra Fidel, en Cuba.
Hubo ultraizquierdismo en el PC de Nicaragua, contra la dirección sandinista.
Hubo ultraizquierdismo en facciones del Farabundo Martí en El Salvador contra Cayetano Carpio, que terminó suicidándose.
Los hay hoy en Haití, en pequeños grupos de “intelectuales” blancos que no entienden creole ni cultura vudú.
Lo hay en Venezuela, donde el ex guerrillero Teodoro Petkoff ataca a Chávez y apoya a Capriles.
Siempre habrá quienes culpen a otros de “caminar lento” y de “no hacer la revolución”, cuando los revolucionarios de verdad no hablan de los que no la hacen sino que hacen ellos mismos la revolución. Como afirmaba el Ché ser revolucionario es hacer la revolución.
El lumpen suele ser el caldo de cultivo principal para la ultra.
Pero la ultra no acaba en los límites del lumpen proletariado.
Puede haber ultras (extremistas sin sentido), y los hay, en las capas medias, en la pequeña burguesía, en el estudiantado, y hasta en las rémoras de la aristocracia, pasando por cierto por los especuladores del capital financiero.
Mucho de las crisis actuales del capitalismo se explica por posturas ultras de los especuladores.
La mayor parte de la actual aristocracia europea –esa que se ayunta con reyes y princesas- es lumpen y fácilmente ultra: no participa en ningún proceso productivo, no trabaja ni piensa en emprendimientos colectivos de verdad.
Entre nosotros a los ultras los conoceréis por sus obras.
Funaron a la exitosa dirección estudiantil de 2011 por “reformista” y “política”.La líder nacional del movimiento, apreciada y respetada en todo Occidente, fue relegada a segunda fila.
Hoy dirigentes secundarios funan “las elecciones”. No a los actuales elegidos por el binominal, no al sistema político actual, menos a la derecha o sectores de la Concertación, no, a “las elecciones”.
O sea, el sistema de representación política en sí, el voto. El voto, el universal, no el censitario, por el cual los pueblos lucharon décadas y décadas, entre nosotros más de un siglo.
Para “enfrentarse” con gritos, garabatos, capuchas, un par de palos y un par de pistolas en la Región Metropolitana a todo el sistema que reprime y puede reprimir más. De cuando en cuando y por algunos minutos, para hacer una especie de ejercicio que sólo conduce al fortalecimiento del aparato represivo para cuando las cosas sean en serio.
Y funan el voto en las concretas elecciones de concejales y alcaldes del 28, ésas en que NO regirá el sistema binominal sino el más proporcional sistema electoral conocido.
Recién se trenzaron a golpes con manifestantes mapuches en las calles de Santiago y, mezclados con delincuentes habituales de poca monta, destruyeron y robaron en la calle Miraflores.
La izquierda real, nuestra vieja izquierda y la nueva que apenas surge, han sido débiles en enfrentar y condenar ahora a la ultra. Ésta está ahuyentando, asustando, a sectores sociales que deberían votar por la oposición, y regalándoselos a la derecha.
En agosto de 1970 (ahora suelen celebrar el triunfo de Allende en septiembre de ese año) una declaración pública de la ultra de la época señalaba “¿Qué puede ocurrir en septiembre? Que los allendistas pueden obtener una mayoría electoral, lo que no significa la conquista del poder por los trabajadores. Porque la llamada Unidad Popular es reformista y apaciguadora. Asegura la pasividad de los trabajadores. Los adormece con el opio electoralista y parlamentarista…¿Entonces? Llamamos a prepararse para acciones realmente revolucionarias. Un paro nacional. Ocupación de fábricas. Si existen mercaderías en las bodegas…a repartirlas. Planear el levantamiento de barricadas. Preparar cócteles molotov.” ( Ercilla 1837, del 2 de septiembre de 1970).
¿No le suena la misma cantilena de hace 42 años? ¿No lograron los de antaño debilitar desde el inicio el movimiento allendista que gobernó entre 1970 y 1973? ¿No pagaron también ellos, incluso con sangre, las consecuencias de la caída del “reformismo” que había que debilitar?
¿Quién ganaría ahora si los jóvenes que pueden votar – no los secundarios – no votan? La derecha. El status quo. La UDI. Piñera. Labbé.
¿Quién ganaría si los habitantes de la calle Miraflores, del Paseo Bulnes, del Parque Bustamante, del centro de Santiago, se sienten sin ganas de votar o con ganas de votar por los amigos de la Intendenta para que pierdan los encapuchados? El status quo. La UDI. Piñera. Zalaquet, el Z.
¿No saben los que llaman a funar las elecciones –o sea a abstenerse- que los conservadores y los jóvenes de derecha no les hacen caso?
El país ha vivido horas terribles entre 1973 y 1990 para no haber aprendido las lecciones más elementales. Y hacer oídos sordos a la cantinela ultra.
Muchos, la mayoría, no vivieron ese período pero una minoría, calenturienta y atontada, no tiene el derecho a sepultarlo.
Suelo citar a Morales Álvarez, un célebre periodista de los años sesenta que describió a tres tipos de viejos: los viejos propiamente tales, los viejitos y los viejos de m… Aún al costo de ser calificado entre los últimos me atrevo a decir que entre los jóvenes de hoy se puede hacer la misma clasificación y no se peca de exagerado.
Ya Neruda, poco recordado para estas lides, decía poco antes del golpe sobre la ultra: “Ultras de la derecha y de la izquierda, váyanse todos a la misma mierda”.
Decir lo que decimos es obligación de los que estuvimos, estamos y estaremos.