Hace unos meses conocí a una pareja que estaba visitando Chile por primera vez. Eran australianos y estaban muy contentos con su experiencia en nuestro país. Todo cambió cuando les robaron un bolso mientras almorzaban en un restaurante en Providencia.
El problema en sí no fue el robo. Ellos no se dieron cuenta ni sufrieron ningún daño físico, además tenían un seguro que cubría sus posesiones.El problema fue la indiferencia que hubo por parte de quienes trabajan en el restaurante y de los clientes que estaban sentados en las mesas cercanas. Todos siguieron en sus respectivos mundos, problemas y conversaciones. Nadie pudo dejar de lado su vida y acercarse a los turistas para ayudarlos. Ni siquiera pudieron preguntarles qué les había pasado, al menos por curiosidad y para chismear sobre el suceso más tarde.
Si bien es cierto que existía como limitación el idioma, nadie parecía saber qué hacer o simplemente no querían hacerlo. Y este escenario lo he visto repetirse en muchos países y ciudades, no sólo en Chile. El detalle es que este fenómeno parece ir creciendo cada vez más.
Se ve en el metro cuando nadie se para a darle el asiento a una viejita o a la mujer embarazada.También, lo vemos en la mujer que va caminando llena de bolsas de supermercado y nadie le ofrece ayuda.Tampoco nos inmutamos con el señor en silla de ruedas que lucha por subirse a la micro. Lo dejamos que se las arregle solo.
Lo más contradictorio es que nos gusta mucho criticar a los estadounidenses por ser tan individualistas pero pareciera que poco a poco nos estamos volviendo más egoístas y estamos dejando de lado ese perfil de solidaridad que se dice nos caracteriza.
Un factor de peso en este problema es la desconfianza. Ya no confiamos en nada ni nadie. El famoso cuento del tío, los engaños escondidos detrás de una causa caritativa y las miles de experiencias que muchos chilenos han tenido al brindar ayuda para luego ser estafados nos han hecho precavidos y desconfiados. Es lo más lógico y humano. Es un mecanismo de defensa.
Lo negativo de este individualismo es que se está propagando rápidamente. Es muy contagioso y se vuelve parte de nuestros hábitos con mucha facilidad. Cerramos los ojos, fingimos que no escuchamos, miramos para el otro lado y listo.
Por un momento nos sentimos menos culpables pero igual escuchamos esa voz que nos dice que debíamos hacer algo y no fuimos capaces de hacerlo. No hay excusa o justificación que valga. La única solución es ayudar sin esperar nada a cambio.
Por eso, la próxima vez que veamos a alguien que necesita sentarse en el metro o que apenas pueda llevar sus compras del supermercado, tomemos unos minutos de nuestro tiempo y ayudémosle. En el fondo sabemos que eso es lo correcto y nuestra recompensa será haberlo hecho.Además, irnos de pie mejora la postura y desarrollar unos bíceps más tonificados no le hace mal a nadie.
Si luego de hacer esto, te sientes listo para ir más allá, puedes pasar de ayudar de manera cotidiana a algo más macro. Por ejemplo, puedes entregar una donación, no en dinero sino en útiles de aseo, comida y/o ropa en alguna fundación reconocida.
Otra opción puede ser visitar a alguien que no tenga familia o esté enfermo. Ser empáticos y tener la disposición para ayudar a los demás no requiere que gastemos dinero. Lo principal es estar dispuestos a dar de nuestro tiempo.
Tratemos de dejar de lado la desconfianza y empecemos a ponernos en los zapatos de nuestro vecino.Todos tenemos problemas y necesitamos ayuda.