Me llamó la atención constatar que en nuestro aeropuerto todavía hay ofertas para comprar tarjetas de teléfono para llamadas internacionales, procedimiento que tenía desde hace tiempo por superado. Y es que estamos viviendo en una época extraña, en la que coexiste en el mercado lo vigente y lo caduco.
Uno de los signos más evidentes de esto es que en algunos casos pagar o no pagar se ha transformado en un asunto voluntario. Los mismos servicios pueden hoy día obtenerse pagando, o gratuitamente, según sea la habilidad técnica del que los necesita.
Hablar por teléfono al, o desde, el extranjero, por ejemplo, puede ser llevado a cabo desde un servicio tradicional, a través de una empresa telefónica que agregará el pago de sus servicios en su cuenta. Pero lo mismo puede hacerse por Internet gratuitamente utilizando alguno de los programas especializados, como Skype o Viper, o, si la comunicación es entre aparatos Mac, directamente con la opción Face Time.
Utilizando estos medios, uno puede hablar horas sin gastar un peso. Hasta tal punto es así, que hablar a través de ellos con alguien en Europa o USA puede hacerse para cosas tan banales como pedir una receta de cocina o informarse donde habrá quedado la llave que andaba perdida o preguntar si está lloviendo. Además, no solo se habla, sino que se puede ver a la persona al otro lado de la comunicación, como si uno la tuviera a un paso de distancia.
Algo similar ocurre con la música. En Internet en este momento hay tantas direcciones de web que tienen este propósito, que si usted pone “música gratis” en Google, las respuestas son 136 millones. Usted tiene toda la gama de opciones imaginables y algunas ya son de uso masivo, como, por ejemplo, Deezer,Taringa o Grooveshark.
Si además se interesa en ver los clips puede hacerlo en Youtube. Pero si quiere pagar, puede ir a cualquiera de las tiendas especializadas que todavía subsisten y comprar un CD o un DVD. La misma música puede escucharla gratis, o pagando, como usted quiera. Y si quiere pagar, resulta que es bastante cara.
También se pueden ver películas gratis. Usted elige: la compra, la arrienda o la ve gratis.La calidad es la misma. Y algo similar está ocurriendo con la televisión: usted puede contratar el servicio de cable a alguna de las compañías que explotan este mercado, o comprarse un decodificador y una antena, conectarse con el satélite y ver todos los canales imaginables directa y gratuitamente.
Lo mismo sucede con los libros. Las opciones para bajar libros gratis en internet son en este momento 240 millones. Estoy hablando de páginas web, no de unidades, que deben llegar a varios miles de millones.
Quiere decir que pagar se ha transformado en una cuestión de gustos. Da la impresión de que pagar en algún tiempo más va a ser una especie de elegancia, de nota para hacerse valer, para dárselas de millonario.
Pero lo que uno se pregunta es por qué está ocurriendo este fenómeno tan extraño. La respuesta que se me ocurre tiene que ver con la rapidez de los cambios tecnológicos, tan acelerados, que ya es imposible que las empresas vendedoras de servicios derivados de ellos, logren organizar un negocio que puedan controlar. La tecnología va más rápido que los negocios y abre posibilidades de servicios gratuitos que se hacen espontáneamente masivos. La tecnología es más democrática que la empresa.
De ahí que las empresas intenten retardar los avances técnicos para poder explotar las facilidades que tenían en el momento anterior. Por eso, es en su mayoría la tercera edad la que está comprando servicios telefónicos, o música o películas. Actúan como se hacía antes, mientras los jóvenes ya se han cambiado de época.
Las empresas, por su parte, usando tecnologías nuevas de menor costo, siguen cobrando como si emplearan las anteriores. En Europa los planes para teléfonos celulares no hacen diferencias entre llamadas locales, llamadas a regiones o, incluso, llamadas al extranjero. Todas cuestan lo mismo. Y tampoco miden los minutos que uno utiliza: se paga una mensualidad y eso es todo. Se puede usar el teléfono el tiempo que se quiera llamando también donde se quiera.
En Chile esto podría instalarse, pero las empresas quieren exprimir el limón hasta el final.Por eso, todos estos servicios están sobre-evaluados. Los libros no cuestan lo que se paga por ellos en Chile, los discos tampoco, el servicio de cable tampoco. Todos estos negocios están distorsionados.
El resultado de esto es que comenzamos a vivir en la indeterminación: ¿Pagar o no pagar?Pagar por ciertas cosas pareciera haber ido pasando de moda, se ha transformado en una costumbre antigua de la que todavía algunos rezagados de la tecnología hacen uso, pero que está destinada a desaparecer.
Lo asombroso es que en este río revuelto, las empresas van corriendo detrás del tren que se les escapa, algunas quiebran, otras se reducen y otras se adaptan acomodándose a una merma en sus ganancias. Las más creativas se reinventan y los pescadores más hábiles y astutos llenan sus redes en el luminoso mar de la gratuidad.