Las encuestas sobre la próxima elección presidencial son inequívocas: Michelle Bachelet concita un amplio respaldo ciudadano, con una enorme ventaja sobre los precandidatos de derecha. ¿Significa esto que la elección está decidida? De ninguna manera. ¿Puede ocurrir que las fuerzas de centroizquierda crean que la carrera ya está corrida? Así es. Y sería un inmenso error.
Sería equivocado también que la Concertación no efectuara las primarias que se comprometió a realizar, y a las que ha invitado a participar a las demás fuerzas opositoras.Aunque la ex presidenta Bachelet parece ser la candidata natural, no se debe cerrar el espacio de competencia. Se requieren primarias abiertas, nacionales y por supuesto vinculantes para quienes participen.
De aquí a noviembre de 2013 pueden pasar muchas cosas, y es preferible que la centroizquierda no se deje sugestionar por las encuestas. No debe confundirse la baja aprobación a la gestión de Piñera con el posible apoyo que consiga un candidato presidencial oficialista, el que en condiciones relativamente normales debería contar con una base electoral de 40%.
Así como la enorme aprobación final a la gestión de Bachelet no impidió la derrota de Frei, la baja aprobación de Piñera no significa que el candidato de la Alianza no tenga chance.No hay procesos mecánicos en las contiendas político-electorales. Los ciudadanos eligen en cada oportunidad.
Es obvio que si un gobierno termina su período en medio de una crisis económica, social o institucional, con poco que mostrar, será muy difícil que el candidato de continuidad salga bien parado. Pero no es el caso. Tal como van las cosas, el balance final del gobierno de Piñera no debería perjudicar al candidato de la derecha, y hasta podría favorecerlo en ciertos ámbitos.
Todo indica que Laurence Golborne tiene las mayores posibilidades de ser el candidato de la derecha. Pero Allamand está dispuesto a batallar por su opción con los dientes apretados, aunque para ello deba desafiar la ley y hasta las buenas costumbres sobre el ejercicio del cargo de ministro de Defensa, lo que hace insostenible su permanencia en el gabinete, al igual que la de Golborne. Si Allamand se lanzó tan impetuosamente a la competencia electoral es porque está convencido de que es ahora o nunca.
No será fácil el parto de la candidatura única de la Alianza. La UDI está alineada con Golborne y no quiere primarias. Su presidente, Patricio Melero, declaró que no existe un acuerdo vinculante con RN para efectuarlas, consciente de que, en un escenario de primarias, Allamand podría desplegar su condición de profesional de la política frente a un amateur como Golborne.
Allamand se propone impulsar una campaña que fuerce una confrontación áspera con la centroizquierda. Su propósito es crear un clima de tensión que le permita mostrarse como el fiero retador de Bachelet. Quiere demostrar que el ministro del MOP es light, mientras que él es heavy y que, por lo tanto, es el más indicado para golpear sin miramientos a los adversarios.
Si la UDI se opone a las primarias, pagará un alto costo político, porque ese mecanismo de participación tiende a legitimarse en nuestro país. Como sea, no hay que descartar que, ante una situación sin salida, Allamand y Golborne compitan en primera vuelta, tal como lo hicieron Lavín y Piñera en diciembre de 2005.
¿Puede haber un segundo gobierno de la Alianza? No sería realista negar tal posibilidad.
Para mantenerse en La Moneda, es probable que la derecha despliegue una campaña belicosa, con golpes bajos, buscando crear la imagen de que la eventual candidatura de Bachelet representa una especie de “amenaza revolucionaria”, con el fin de atemorizar a quienes rechazan la inestabilidad y la incertidumbre.
El gobierno ya inició la ofensiva para lograr que Piñera entregue la banda presidencial a otro representante de la derecha. Elemento central de su estrategia son los ataques directos o indirectos a la ex Presidenta Bachelet. El lunes 27 de agosto, Piñera dijo que al asumir la Presidencia, “enfrentamos un país que había perdido el norte, el ritmo y el rumbo, y que iba en un camino de decadencia”.
Esa es una enormidad. Esa imaginaria decadencia no guarda correspondencia con el 80% de aprobación con que Bachelet concluyó su mandato. No calza tampoco con el hecho de que la ex mandataria esté hoy a la cabeza de las encuestas. En realidad, se entiende por qué esas mismas encuestas revelan que el actual mandatario no inspira confianza ni es creíble.
La centroizquierda necesita ofrecer un camino que asegure estabilidad económica e institucional, y que al mismo tiempo se comprometa a trabajar seriamente por una sociedad más inclusiva e igualitaria, lo que es indisociable del empeño a favor del crecimiento económico.
Han crecido las expectativas de los chilenos, pero ningún gobierno posee poderes mágicos para atender todas las necesidades. Ello implica establecer prioridades y definir las iniciativas que es posible materializar en 4 años, entre las cuales deben estar el cambio del sistema electoral y las reformas constitucionales pendientes.
La candidatura de centroizquierda deberá dar a conocer un programa para el período 2014-2018, pero la definición del próximo año no dependerá tanto de un documento farragoso como de las ideas-fuerza de una estrategia progresista para gobernar eficientemente en los próximos años. Las fuerzas de centroizquierda tienen el deber de formular propuestas viables, no demagógicas y desde luego financiables.
Una de esas ideas-fuerza debería ser el mejoramiento sustancial del sistema público de salud. Hay allí una deuda acumulada, en la que pesa la inercia del viejo aparato estatal.Chile necesita hospitales públicos de primer nivel, policlínicos y consultorios que entreguen una atención digna y de calidad a la mayoría de los chilenos. Ello exige grandes inversiones.
Aunque los programas son relevantes, cuando elegimos gobernante realizamos un acto de confianza en una persona concreta, y podemos equivocarnos. Son los riesgos de la democracia. Lo que hacemos es entregarle a esa persona las atribuciones para que, en el marco constitucional aceptado, haga lo que le indique su mejor criterio por el bien del país, en condiciones propicias o adversas, en momentos de estabilidad o de crisis, por encima de cualquier servidumbre partidista.
Al votar, apostamos por esa persona, con la esperanza de que ejerza el poder con rectitud y ponderación.
Vienen tiempos de competencia dura.