Fue uno de los asesinatos más repudiables de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, todas militantes o simpatizantes de las JSU (Juventud Socialista Unificada), la mitad de ellas eran menores de edad (entonces el límite de edad eran 21 años), fueron cobarde y arteramente ejecutadas en los extramuros del madrileño Cementerio de la Almudena. Todavía, a pesar del paso del tiempo, se conservan los agujeros provocados por las balas asesinas.
Este aniversario, como todos los anteriores, en verdad, pasó casi por completo desapercibido en una sociedad esquizo en donde la impunidad y el olvido institucionalizados banalizan e ignoran cualquier esfuerzo, por menor que sea, de rescatar su memoria histórica.
Francamente, la ignorancia y la indiferencia con la que este país ha enfrentado su pasado resultan pavorosas y hasta repulsivas.
Hoy la historia de “Las trece rosas”, como se les conoce, sigue más viva que nunca, gracias a algunos honrosos y señeros esfuerzos, artísticos, principalmente, para que esos “nombres no se borren nunca de la historia”, parafraseando uno de los testimonios más íntegros y conmovedores que nos dejó una de ellas, una hermosa mujer de tan solo 19 años de edad, Julia Conesa.
“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”.
Esta sería, en efecto, la última carta de Julia dirigida a su madre, sabiendo que así sería pues ya había recibido la sentencia. Una escueto y duro fallo que en su parte sustancial señalaba.
“Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados responsables de un delito de adhesión a la rebelión. Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados a la pena de muerte”.
Julia, fue víctima de una acusación infame y absurda, haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”. Se refiere a los tiempos del gobierno republicano.
Santiago Carrillo, el longevo máximo dirigente (euro) comunista español, quien fuera por entonces el primer secretario general de las JSU, recuerda que “en las guerras, son ellas siempre las que más sufren. Y el régimen de Franco hizo todo lo posible por destruir el espíritu de libertad de las mujeres que se había creado con la República”.
Fue la noche del 5 de agosto del ’39, cuatro meses después de finalizada la Guerra Civil española en medio de un Madrid vencido y destruido por las bombas y la metralla fratricida.
Mientras, las radioemisoras se hacían eco de la infamante propaganda de tufillo fascista: “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino”, y el “caudillo de la triste figura” espetaba furibundo: “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”.
Y así fue que “Las trece rosas” murieron, pero no en vano pues lo hicieron en defensa de los imperecederos y universales valores de le II Republica. En efecto, lucharon por ellos con valentía y decisión, desarrollando todo tipo de labores durante la defensa de Madrid, hasta poner en riesgo sus propias vidas.
“Las trece rosas” fueron Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa Conesa. Todas militantes de las JSU, menos Blanca Brisac.
Todas modestas y humildes mujeres de este pueblo que desarrollaban diferentes labores de época, costureras, cocineras, panaderas, amas de casa, etcétera, pero valientes y fieles a los ideales de libertad, justicia social y solidaridad.
Los mismos valores que sus impíos cancerberos y verdugos jamás rozaron ni de lejos, pues fueron injusta y cobardemente castigadas. Se dijo que fueron represaliadas en venganza al asesinato del comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, su hija y su chófer el 27 de julio del ’39.
Un castigo inclemente y furibundo que simboliza la carencia del sentimiento de piedad con los vencidos y toda la brutalidad y el salvajismo del holocausto español.
Algo que aun hoy, casi a tres cuartos de siglos trascurridos, nos llena de amargura e indignación.