Es un hecho conocido que en Chile los recursos hídricos están expuestos a una fuerte variabilidad climática de origen natural, algo que se experimenta con mayor claridad al relacionarlo con fenómenos como La Niña y El Niño, que alternan periodos de sequías con otros más húmedos. Sin embargo, también existen otros factores que inciden en la disponibilidad de agua en nuestros ríos y que tienen un origen humano.
En primer lugar, la economía chilena basada en una fuerte presencia de exportaciones de recursos naturales, presiona las demandas de agua hacia un incremento en diversos usos tales como agricultura, industria, minería y energía, además del consumo humano.
Un segundo factor de más largo aliento tiene relación con el cambio climático, donde el calentamiento de la atmósfera hace prever diversos impactos sobre la disponibilidad de agua en el planeta. Esto es algo que está presente, más allá de las discusiones de foro acerca de su verdadero origen, donde incluso caben teorías de origen conspirativo.
Con los impactos del cambio climático algunas zonas podrían verse afectadas y otras beneficiadas, lo cual plantea el desafío lógico de minimizar los posibles costos y aprovechar las oportunidades.
En Chile ya diversos estudios coinciden en algunas señales robustas, respecto de que ocurriría una desertificación en avance hacia el sur y una menor capacidad de almacenamiento de nieve en la cordillera de la zona central producto de un aumento en la línea de nieve promedio.
Sea cual sea el punto de vista, se prevé un escenario futuro en que los recursos hídricos serán cada vez más escasos, impactando fuertemente en las actividades económicas del país.
Mucho se habla de la huella de carbono y de la reducción de gases efecto invernadero, pero en este caso es preciso caminar y mascar chicle a la vez, planteándose la interrogante de cuán preparado está nuestro sistema nacional de gestión hídrica para enfrentar estos desafíos. No actuar con anticipación podría ser una piedra de tope para el manoseado camino al desarrollo del país.
En un sistema estructurado fuertemente por la ideología neoliberal, es necesario indagar en aquellos principios e intereses de nivel nacional y poder determinar si éste genera las respuestas adecuadas.
En términos más específicos, el debate debiera empezar por conocer las garantías (si es que existen) que puede entregar hacia el futuro la lógica que hay detrás del mercado de derechos de agua, considerando la inexistencia de entes reguladores que tengan la capacidad de planificación y priorización de usos de agua en escenarios de escasez.
Por otro lado, bastante consensuados son ciertos principios en los que se basa la denominada gestión integrada de recursos hídricos, la cual destaca la necesidad de un desarrollo de la gestión del agua basada en enfoques participativos, involucrando a usuarios y gestores de políticas. Otros principios hablan de equidad, sustentabilidad y eficiencia en la repartición del agua.
Ante esto hay preguntas lógicas que pueden plantearse: ¿de qué forma nuestro actual sistema de gestión de agua basado en el mercado asegura ciertos criterios mínimos que orienten los cursos de acción frente a futuros escenarios de escasez, mayores conflictos y abusos de sectores económicamente poderosos?, o bien ¿este sistema considera el interés nacional por sobre el interés particular de sectores específicos que utilizan el agua y que tienen el poder económico para adquirirla?
¿Hasta qué punto el Estado está amarrado de manos para ejercer un cierto grado de planificación sobre la utilización de un recurso vital?
Las preguntas son generales, pero las respuestas deben ser específicas y con vista a la ciudadanía, más aún cuando la carrera presidencial ya estaría desatada, donde temas como la reforma tributaria, educación y salud serán los redundantes.
El agua por ser el recurso natural más importante no puede ser abandonada a las manos invisibles de un mercado, que por lo demás no funciona tal como fue previsto en el año 1981.
Su gestión debe ser materia de discusión en los próximos debates, ya que es bastante irónico que el recurso natural más presente en nuestra cotidianeidad sea a la vez el más ausente en los debates políticos.