Stephen King acaba de publicar la novela “22/11/63″ en la cual el lector se traslada en un alucinante viaje al pasado, específicamente a la época del atentado en Dallas, Texas que le costó la vida al Presidente John F. Kennedy.
Se trata de un intento por cambiar lo que pasó ya que al decir del autor, el magnicidio de Kennedy constituye un “momento divisorio” de la historia, esto es, un acontecimiento que cambia la historia y la circunscribe de determinada forma, tal como una divisoria en cartografía delimita un área de tierra o una montaña que vierte sus aguas a un determinado río.
Al igual que el asesinato de Kennedy, el 11 de septiembre nuestro, y el 11 de septiembre del atentado a las Torres Gemelas, el 18 de julio del año 2004 es sin lugar a dudas un momento divisorio en la historia de Argentina y de toda América Latina.
Aquel día a las 9.53 hrs en calle Pasteur 633 de Buenos Aires una fuerte explosión, seguida por un gigantesco hongo de humo y polvo, destruyó 85 vidas, 85 historias, 85 familias. Y también destruyó la frágil creencia de que el terrorismo fundamentalista islámico patrocinado por el régimen de Irán y articulado con su apoyo por grupos como Hamas y Hezbolá jamás alcanzaría este extremo del sur del mundo.
En cuestión de segundos un atentado suicida arrasó con la sede de la organización judía más emblemática de la Argentina y todo lo que estaba a su alrededor.
En cuestión de segundos, y mucho antes del atentado a las Torres Gemelas, Sudamérica se incorporó al campo de batalla elegido por Irán para golpear a Israel y al pueblo Judío en su declarado objetivo de aniquilar a éste por medio de un nuevo Holocausto, esta vez nuclear.
Han pasado ya 18 años sin que la justicia pueda juzgar a los funcionarios del gobierno iraní cuya orden internacional de captura fue dispuesta por Interpol.
En estos 18 años el mundo ha sido incapaz de tomar conciencia que es precisamente la impunidad la que alimenta al régimen de Irán a apoyar las masacres en Siria, tal como apoya las acciones terroristas de Hezbolá en el Líbano o de Hamas en Gaza.
De allí, que si pudiéramos hacer un viaje fantástico como el que propone King en su libro para cambiar la historia, aventurándonos en los años que precedieron a esa trágica mañana bonaerense de julio de 2004 para intentar cambiar aquel suceso, tal vez debiéramos remontarnos a los años en que ante la indiferencia del mundo, Irán comenzó a apoyar al movimiento terrorista libanés Hezbolá.
Si en esos años la comunidad internacional hubiera entendido que el terrorismo fundamentalista no era sólo una preocupación para Israel, sino que para todo el mundo, el atentado a la AMIA no habría ocurrido y muchísimos sucesos de sangre se hubieran evitado.
Hoy Irán colabora estrechamente con los gobiernos de Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia.
Hoy, a 18 años del atentado terrorista a la AMIA en Argentina, Irán forja lazos de cooperación militar y de inteligencia con países de nuestra región lo que resulta especialmente preocupante para nuestro país.
Células del grupo Hezbolá operan con impunidad en la triple frontera de Brasil, Paraguay y Argentina, y versiones de inteligencia extranjera señalan que en la selva venezolana operan bases de entrenamiento de dicho grupo terrorista.
En Chile la justicia ha investigado vínculos financieros entre dicho grupo y empresarios que operaban en la zona franca de Iquique buscando crear una segunda triple frontera.
También el ministerio público ha investigado vínculos con movimientos neonazis en el sur de nuestro país.
Irán introdujo en Latinoamérica el terrorismo suicida y la historia no tiene vuelta atrás, salvo en novelas como la de Stephen King. Por lo mismo Chile debe estar más alerta que nunca.
Nuestros organismos de seguridad e inteligencia deben extremar sus cuidados para que jamás debamos lamentar un atentado como el que esta semana con dolor y tristeza recuerda Argentina.