Un pequeño grupo de chilenos ha logrado en estos días armar un buen revuelo en diferentes medios exigiendo “leer sin IVA”. Han realizado una muy efectiva campaña que hasta hoy les reporta alrededor de 30.000 seguidores y la simpatía de muchos más.
El gran punto de raigambre de esta iniciativa radica en la popularidad y nobleza de la causa ¿quién podría estar en desacuerdo? De haberlos los hay, de lo contrario no existiría el impuesto.
Cabe recordar que el libro en Chile estaba exento de carga impositiva hasta la instauración del IVA en 1976.Una época donde las libertades de expresión y representación ciudadanas eran inexistentes y el libro significaba para los gobernantes militares solo un arma cargada de peligro. Así fue como quedaron centenares de excepciones a este impuesto todas ligadas a intereses de los grupos de poder dominantes en la época. El libro evidentemente no tuvo ese privilegio.
Con el advenimiento de la democracia y a pesar que muchos líderes de la Concertación -incluyendo presidentes y ministros de Hacienda-eran partidarios de la excepción para el libro, en el poder cambiaron de opinión. La racionalización de esta metamorfosis fue disponer equivalentes al dinero recaudado en el flujo de los libros, en planes para su desarrollo,vía políticas públicas que se impulsarían a través de Consejo del Libro y la Lectura.
Esa es la historia del chileanway para el libro que nos diferencia hoy de casi todos lo países del mundo, que no tienen IVA o lo tienen diferenciado. Esta originalidad chilena no ha sido replicada por ningún otro país, ni ha provocado asombro alguno en los especialistas, entre otras razones porque los resultados luego de varias décadas hablan por sí mismos: Chile exhibe hoy ínfimos logros en todas las mediciones de hábitos y comprensión lectora.
Si bien es cierto todo lo realizado en beneficio del libro en las dos últimas décadas, incluyendo su institucionalidad, permitió salir del marasmo en que lo dejó la dictadura, no fue suficiente para el cambio radical que ameritaba.
El país creció en todos los planos y dio un gran salto en su desarrollo, pero al libro y la lectura no le llegó el esplendor.Actualmente cerca del 70% de posibles lectores chilenos no han entrado nunca a una librería o a una biblioteca (estudio Microdatos Univ. de Chile, 2011).
Nadie puede entonces asombrarse cuando nos enteramos que la mayoría de los chilenos no comprende cabalmente lo que lee.
Ciertamente “leer sin IVA” no resolverá el problema, pero hay que hacerse cargo del valor simbólico de la protesta.Estos ciudadanos están interpelando al país, y a sus autoridades, por la indiferencia que tienen y han tenido con el libro y los lectores. Están diciéndonos que es hora de pensar en el derecho a la lectura y que no es obligatorio que los criterios economicistas sean siempre el ombligo de las decisiones.
Por falta de convicción o visión no se impulsó oportunamente una política de Estado para el libro, que trascendiera los gobiernos de turno y que lo comprendiera en todos sus aspectos,con metas generacionales para el seguimiento del hábito lector, con estímulos a la industria editorial, a la creación de librerías y bibliotecas. Se perdió, y se está perdiendo, la ocasión propicia para realizarlo cuando el país cuenta con los recursos.
Escuchamos, hasta la majadería, sobre lo imperioso de invertir en Educación, pero parecen olvidar que el libro es su principal herramienta.