Siempre las sociedades de clases han producido marginalidad y verrugas. O se han fundado en el terror y la muerte.
De cada cien mil esclavos que, en los siglos XVII y XVIII, los grandes emprendedores europeos compraban para traer a América desde África, treinta mil eran lanzados al mar antes de llegar a destino si enfermaban o enflaquecían sin razón. Pocos morían en el mismo barco, salvo que se suicidaran.
En la Edad Media la miseria mató a millones. Era habitual que en torno de los conventos se murieran de hambre o peleándose por un mendrugo los siervos que pudiesen acercarse.
En la India los parias, marginados por su miseria y “su maldad” por los brahamanes, no tienen derecho a nada y no son dueños ni siquiera de sus cadenas.
Los parias entre los parias no sólo eran “intocables” eran llamados “invisibles” porque sólo podían salir a las calles cuando fuera de noche.
Mil millones de seres humanos, hoy, carecen de agua potable y tienen una expectativa de vida que es la mitad de la los que en Chile estamos por encima de la discutible línea de pobreza.
En reemplazo de los miserables de la Edad Media el capitalismo produjo la extrema marginalidad de lo que desde el siglo XIX, se llama el lumpen. Y mantuvo en el planeta la de los llamados incivilizados.
Los pocos más ricos del mundo tienen hoy fortunas personales del orden de los 70 mil millones de dólares. Difícil decir en pesos: 35 millones de millones.
Cuando el sistema moderno se ha ordenado bien, y “el bienestar” se ha instalado, como en Chile, el lumpen (trabajadores con cesantía crónica, pobladores sin casa y sin nada, trotamundos desvalidos, mendigos, gente sin ingreso o con ingresos que no alcanzan ni para comer) se ajusta y no pasa del 5 o 10 por ciento (se contará en la próxima Casen).
Nuestros parias, los de “extrema pobreza” no pasan del millón de personas y en general son invisibles para la inmensa mayoría.
Los parias de los parias chilenos empiezan a verse en el teatro de la TV cuando mueren.“De frío” se dice.
Cuando al lumpen del lumpen se le suma la droga, el alcohol y el frío del invierno, en Chile, como en Ucrania, mueren “de enfermedades bronquiales o pulmonares”, “asfixiados o quemados en incendios de sus cuartuchos en que se volcó la parafina o no se apagó la vela”, “congelados de frío en Recoleta o en el centro”.
Eufemismos. Todos ellos mueren de marginalidad y de miseria. Cuando a uno le funciona el trabajo, la salud, la sociedad, las redes y la familia, el frío y el hambre y la droga se combate y se vence.
En estos días el cura Pablo Walker, Capellán del Hogar de Cristo, denunció que en Chile “se produce gente en situación de calle”. Tiene toda la razón. Se produce desde la colonia.
Cuando yo tenía unos 10 años y vivía en La Cisterna, el Moncho dormía en la calle, pegado a un muro de ladrillos, en frente de mi casa, en Baquedano, entre Vicuña Mackenna y Condell, paradero 27.
El Moncho era un hombre de treinta o cuarenta, veinte o cincuenta, azotado por la pobreza y el trago, cargador de camiones las pocas veces en que estaba medio emparafinado y cesante cuando estaba emparafinado entero. No pedía limosna.
Desde que tengo recuerdos – y desde cientos años antes- el lumpen del lumpen ha habitado entre nosotros, en la gran ciudad.
En los tiempos que recuerdo, el per cápita debe haber sido de 2.000 dólares.
Gobernaban los radicales y luego Carlos Ibáñez por segunda vez.
Después, en tiempos de Jorge Alessandri, buena parte del lumpen del lumpen, trasladado o empujado por el gobierno, se fue a vivir y a morir al sector de la José María Caro. En tiempos de Frei Montalva, muchos a La Bandera.
Esos mismos años algunos estudiantes universitarios progresistas empezaron a entregarles fonolas para el invierno, para capear el frío y la lluvia. Tapaban más que los cartones. En ese tiempo no había plásticos.
Para abreviar, ahora que tenemos un per cápita de 8 veces más, sigue existiendo el lumpen del lumpen. Y, como suelen ser bastante poco disciplinados y bastante impredecibles, los políticos progresistas se ocupan poco de ellos. Los conservadores los encuentran normales, naturales, casi pecadores, como los parias. Los curas caritativos suelen abrirles las puertas por algunos días y algunas noches pero creen lo que Cristo le sentenció a Judas: “A los pobres los tendréis siempre, a Mí no”.
Esta sociedad los produce y el país se muestra impotente frente a su frío.
Cuando ya iban 14 muertos de frío en Santiago, Piñera llamó desde el Víctor Jara para que todos pudiesen abrigarse allí. Esa noche murieron otros dos. Ahora llevamos 16.
Piñera no afirmó que mientras haya unos pocos que tengan millones de millones habrá algunos que vivirán en la calle.
No es el sino el que los lleva a vivir como viven y a morir como mueren, no es el destino, no es Dios como señala en alguna parte el Evangelio, no es su maldad como creen en India los hindúes.
Los cambios en el capitalismo a favor de los poderosos producen más pobres. Con Pinochet los llamados pobres, medidos por ellos mismos, llegaron a casi el 50 por ciento de la población. Esa cifra bajó en la democracia al orden del 15 por ciento y se ha mostrado firme.
Y los pobres entre los pobres, el lumpen, tuvo bajas considerables pero allí está.
Su existencia y reproducción están lamentablemente aseguradas mientras haya estructuras que posibiliten que unos tengan millones de millones, como sucede también en Chile.
Es de verdad el viejo sistema que hoy domina el mundo y las limitaciones que caracterizan a los Estados lo que está en el fondo del asunto.