De vuelta están las preemergencias ambientales y la restricción vehicular, y con ellas, el incremento de las enfermedades respiratorias y el colapso del sistema primario de salud. Al mismo tiempo, surgen nuevas diferencias al interior del gobierno y una muestra más de la improvisación y falta de coordinación de que adolece lo que prometía ser una nueva forma de gobernar.
En este escenario, todo parece apuntar a que la calidad del aire seguirá empeorando y que bajo el actual modelo, solo nos queda acostumbrarnos a respirar aire, cada vez de peor calidad y resignarnos a las consecuencias ya que la falta de una mirada más integral al fenómeno nos lleva a tropezar una y otra vez con la misma piedra.
De hecho, no hay que ser un experto en urbanismo para entender que cada vez que una ciudad crece en extensión, alejándose del centro y de su periferia inmediata, se opta por un modelo de ciudad generadora de viajes.
Lo anterior porque el Estado no tiene la voluntad ni las herramientas suficientes para intervenir el territorio y hacerse cargo de las externalidades negativas que tiene un crecimiento de este tipo y tampoco está dispuesto a que los inmobiliarios carguen, de verdad, con los males que suelen generar, ya que nada ni nadie es capaz de asegurar que quien se desplaza a vivir en los barrios periféricos, sean estos populares o exclusivos, puedan resolver en su entorno inmediato sus necesidades básicas ligadas al trabajo, la educación, la salud, el esparcimiento, el comercio y la cultura entre otras.
De la misma manera, resulta obvio que una mayor cantidad de viajes, generarán una mayor congestión, más contaminación y un incremento significativo en los tiempos de viaje.
Todo lo anterior, sin duda trae aparejado un paulatino y sistemático deterioro de la calidad de vida y la salud de los habitantes, con el inevitable incremento del gasto social necesario para abordar estos fenómenos, aunque sea de manera formal.
Debe ser por lo mismo que el ministro de salud se ha enfrentado a la vocera del gobierno y ha declarado, en dos oportunidades, que está de acuerdo en aplicar la restricción vehicular a los vehículos con convertidor catalítico, ya que en la medida que los autos sin el dispositivo representan, a estas alturas, menos del 7% del parque automotriz, la medida no surte el efecto deseado de disminuir los viajes motorizados y por lo mismo resulta incapaz de contribuir a mejorar la calidad del aire que los 7 millones de habitantes de la RM respiramos.
Sin embargo, el apego al libreto significó que la vocera de gobierno salga a responder cada vez que ha sido necesario, que esa medida no está en carpeta, mostrando no solo descoordinación, sino también enfoques significativamente distintos al interior del ejecutivo para abordar el tema.
De hecho, si se sancionara la medida propuesta por el ministro, cómo podríamos explicar los tremendos esfuerzos desplegados por el mismo gobierno, para aprobar a principios de este año, con la complicidad siempre presente de algunos miembros de lo que fue la Concertación, la modificación del Plan Regulador Metropolitano de Santiago, que incorporó 10.000 nuevas hectáreas al área urbana de la Capital, privilegiando, precisamente, el crecimiento en extensión y la consiguiente generación de cada vez más viajes en la Región.
Con lo anterior se pone de manifiesto el enfoque parcial y poco comprehensivo para abordar los temas urbanos que ha primado durante los últimos 20 años, incapaz de comprender que la única solución para abordar de manera integral la calidad de vida en la RM, es conteniendo la ciudad, aumentando la intensidad del uso del suelo en las zonas centrales y pericentrales de la misma y distribuyendo de mejor forma la infraestructura social de primera necesidad, con el objeto de cada vez más habitantes puedan dar respuesta a sus necesidades básicas primordiales como salud y educación y esparcimiento, que en conjunto concentran más del 45% de los viajes diarios, privilegiando en su lugar, la caminata como forma primordial de desplazamiento.
De esta manera se fortalecería el rol de los barrios en nuestras ciudades, se mejoraría la experiencia urbana y la calidad de vida de sus habitantes y disminuirían significativamente los viajes, generadores de males como la congestión, la contaminación, el estrés y la pérdida de tiempo para la familia y en su lugar veríamos resurgir las calles y plazas dentro de nuestros barrios, como el lugar privilegiado para el encuentro, la socialización y el fortalecimiento de la comunidad.