La idolatría y la obsecuencia que despierta la monarquía entre casi todos los británicos, francamente, no tiene desperdicio.
Especialmente, cuando se trata de una de las más onerosas y escandalosas Casas Reales europeas, protagonista de bochornosos escándalos que son seguidos por sus súbditos a través de la prensa “amarillista” y la tevé basura como todo un culebrón de sexo, mentiras y drogas…
Sin ir más lejos, uno de los últimos lo protagonizó el año recién pasado el príncipe Andrés, “Duque de York”, hermano del príncipe Carlos, al ser revelados algunos detalles de sus “amistades peligrosas”, entre las que figuraba un pedófilo, el magnate estadounidense, Jeffrey Epsteinn (que cumplió condena en los EEUU por abusar sexualmente de menores); un traficante de armas libio, Tarek Kaituni; y por si fuera poco, también aparecía en el listado el más influyente y megalómano de los hijos del defenestrado y excéntrico sátrapa libio Muamar Gadafi, Saif al-Islam.
Muestra de este retrógrado fanatismo por la corona, es la insólita decisión adoptada recientemente por el Parlamento inglés de cambiar el nombre a la mítica torre conocida en el mundo entero como la “Torre del Big Ben” (nombre dado por su gran campana de 13,5 toneladas), uno de los más importantes símbolos y monumentos mundiales ubicada en pleno corazón de London City, por el de “Torre Isabel”, en homenaje al jubileo de diamante de la reina.
Ésta tan incomprensible como inequívoca muestra de la extravagante pleitesía real inglesa, debiera sonrosar, al menos, a los más lúcidos de sus connacionales, pero el vocero de la Cámara de los Comunes señaló que la medida se adoptó “en reconocimiento de los 60 años de reinado de Isabel II”; mientras que por su parte, el primer ministro y el líder de los laboristas han calificado el hecho como un “justo tributo a la reina”, según declaraciones a la BBC.
Se trata de un insólito y desmedido agasajo por donde se le mire, más cerca de una república bananera que de la ponderada sensatez y refinamiento inglés, si lo sumamos a las fastuosas celebraciones que ya se han desarrollado a todo lo alto y por todo el país (incluido Gibraltar y Las Islas Malvinas), que comenzó, como era de esperar, con la moción de un parlamentario conservador, Tobias Ellwood, a la cual posteriormente se le fueron adhiriendo otros 40 miembros de la cámara de todas las formaciones políticas mayoritarias, léase conservador, liberal demócrata y laborista, incluidos el propio David Cameron, Nick Clegg y Ed Miliband, sus respectivos líderes.
Una cuestión que se torna de más difícil digestión, especialmente, si se ha de tener en cuenta de que estamos hablando de un país en donde las más profundas y ancestrales tradiciones tienen un enorme arraigo.
La mejor prueba de ello es su “ejemplar” ordenamiento jurídico, el “Common law”, que emana de la jurisprudencia, y hunde sus raíces en el mismísimo derecho anglosajón, desde donde fue exportado a los demás países de la Commonwealth durante los tiempos del imperio británico.
No obstante, cabe destacar, que ésta no es la primera vez que una parte del Palacio de Westminster es rebautizada con el nombre de un monarca, lo propio hicieron con la “Torre del Rey”, al costado occidental, cuando el palacio fue construido en 1860, rebautizándola como “Torre Victoria” en conmoración al largo reinado de esta monarca. Única reina que después de Isabel ha completado 60 años sentada en el trono.
Lo cierto es que dentro de poco, para el próximo viaje a Londres, no sabremos si nos tendremos que encontrar en el “Big Ben” o en la “Torre Isabel”. No, no cuela, ¿verdad?, tanto como no cuela en los tiempos que corren una anacrónica y decrépita institución como la monarquía, por más que sea vanagloriada y enorgullezca desorbitadamente a un importante y significativo sector de la sociedad inglesa, tan poderoso como retrógrado.
Big Ben or Elizabeth Tower? That is the question!… “Big Ben”, pues me temo que ya sentó jurisprudencia. ¡Qué duda cabe!