Las discusiones en la política chilena con mucha frecuencia se llevan a cabo con ideas confusas, y hasta falsas, que se asientan en nuestro medio con tanta fuerza, que parece una obra titánica el intento de aclararlas.
En el último tiempo, hemos visto reaparecer intercambios de opiniones sobre nuestro pasado que no tienen el menor rigor histórico, y que nuevamente dan lugar a diálogos de sordos entre políticos de diferentes tiendas.
Uno de estos conceptos confusos es el de “extremismo”. La palabra fue majaderamente utilizada por la derecha chilena en los tiempos de la Unidad Popular para denominar a las fuerzas de izquierda en general, desconociendo las enormes diferencias que había entre las políticas preconizadas por los diferentes partidos de esa tendencia.
Y la misma palabra vuelve hoy día a ser utilizada por algunos sin el menor distanciamiento para justificar el alzamiento militar. Por cierto, en la izquierda había extremismo y este jugó un nefasto papel en el desarrollo de los acontecimientos que condujeron a la dictadura. Pero también es cierto que en la derecha también lo había, y pocos se acuerdan hoy día de los llamados a la sedición de Patria y Libertad, del crimen del General Schneider, y de los discursos furiosos de Pablo Rodríguez.
Y como el extremismo era de un lado y de otro, no es posible utilizar este concepto sin asumir una honesta autocritica, que, por supuesto, invalida cualquier intento de justificar el golpe. Neruda,en su momento, previendo lo que iba a venir, denunció esto poéticamente:
…ultras de izquierda y ultras de derecha
duros de la derecha y de la izquierda,
trabajan juntos en la misma brecha
para que la victoria conseguida
por un pueblo que lucha y que recuerda
(el cobre, el pueblo, la paz y la vida),
todo lo manden ellos a la mierda…
Por otra parte, el tema de Pinochet – ya lo sabemos – enciende de nuevo odiosidades.
En relación a esto, me sorprende que pocas veces se diga que la tan repudiada “dictadura militar” (no hace mucho se discutió sobre la pertinencia de utilizar esta expresión en los colegios), en realidad fue una dictadura militar de extrema derecha.
No todas las dictaduras militares son de este tipo, y no todos los militares chilenos eran sostenedores de esta tendencia. En las Fuerzas Armadas, lejos de haber “apoliticismo”, como se dijo hasta el cansancio antes del golpe, siempre hubo y sigue habiendo posturas políticas.
Por diferentes razones que nunca se han explicado muy correctamente, los militares de extrema derecha se apoderaron de estas agrupaciones y neutralizaron o eliminaron a los miembros de otras tendencias moderadas.
Nunca se ha explicado muy bien lo que pasó con el General Bonilla y existen muchas historias de militares, marinos, aviadores y carabineros que dieron la lucha al interior de sus instituciones, para finalmente salir derrotados. Algunos fueron asesinados, otros partieron al exilio, otros, atemorizados, trataron de acomodarse a la nueva situación.
Pero es el carácter extremista de Pinochet y su gobierno lo que lo llevó a cometer tropelías en contra de los derechos humanos, lo que lo aisló del mundo, lo que lo movió a implementar políticas ultra-liberales y lo que lo llevó hacer y deshacer en los organismos del Estado para favorecer a sus prosélitos y enriquecerse él mismo. Los gobiernos de derecha democrática en el mundo no quisieron saber nada con él y solo pudo contar con el apoyo de otros movimientos extremistas.
La derecha chilena ha tardado mucho en reconocer estas cosas. Todavía todos estamos esperando su autocrítica.
Lamentablemente en Chile, lo que fue la derecha republicana se mimetizó con el extremismo y solo en los últimos tiempos hemos visto signos de un rebrote de esta tendencia más liberal.
Piñera es un exponente de ella y por eso su gobierno no ha sido precisamente muy bien evaluado por los partidos que apoyaron su candidatura. Las últimas declaraciones de Chadwick van también en este sentido y debieran ser saludadas con beneplácito por los demócratas chilenos. Que exista una derecha verdaderamente democrática es una garantía para que el actual régimen de derecho se mantenga y fortalezca. Que se arrepienta Chadwick es un buen signo, y ojalá que otros lo sigan.
Y otra confusión con respecto a nuestro pasado se ha producido con las declaraciones de Aylwin sobre Allende.
Es curioso que sea él quién lo califica de “mal político”, como si se pudiera ubicar a los políticos o a los gobiernos del pasado en una suerte de ranking donde pudiera determinarse cuáles son buenos y cuáles son malos.
La verdad es que detrás de estas opiniones hay una cierta cuota de ceguera o, derechamente, una operación política que intenta desautorizar a los partidos de izquierda que buscan una coalición independiente de la Democracia Cristiana. Quiere señalar que el camino seguido por estas agrupaciones de izquierda estaría reviviendo los errores de la UP.
Decir que Allende fue un mal político, presupone que sean públicamente compartidos los criterios para determinar la eficiencia en este campo. Un político que llega a la Presidencia de la República apoyado en sectores que no eran mayoritarios, no puede ser tan malo.
Lo que pasa es que su intento de revolución en democracia fracasó, pero en su fracaso tuvieron que ver muchas cosas, entre otras, el propio rol que jugó Aylwin en esos años difíciles, de lo que hoy día él se olvida. Lo decisivo en la historia de Allende es que lo que se puso en juego en esos días era la propia democracia y eso, Aylwin y muchos de sus correligionarios lo comprendieron demasiado tarde. No todos – digámoslo para ser justos – porque hubo democratacristianos que rechazaron el Golpe.
Ojalá que pudieran tenerse en cuenta estas cosas. Tal vez de esa manera podríamos llegar a un acuerdo todos en rechazar los extremismos, vengan de donde vengan, en saludar a los que se arrepienten de sus errores del pasado y en valorizar siempre, por encima de todo, la democracia, que con tanto esfuerzo hemos conseguido.