Para muchos el homenaje a Pinochet del día domingo fue retroceder a uno de los momentos más duros de nuestra historia como país, más allá de los hechos de violencia en las calles, los dichos de algunos adherentes a la manifestación nos demuestra que en Chile aún hay profundas heridas abiertas, que hemos fallado como sociedad en reconocer los horrores del pasado y lo que es peor, hemos fallado en pedir perdón.
Una cosa es que algunos estén de acuerdo con la dictadura de Pinochet, pero otra muy distinta es negar las atrocidades que ahí se cometieron. La violación a los derechos humanos nunca puede tener justificación.
Esta no es la lucha del bien sobre el mal, sino del tipo de sociedad que queremos construir.Una sociedad donde se respete al que piensa distinto o se celebre a quienes violaron los DD.HH.
Cuesta entender que en el Congreso aún existan parlamentarios como el diputado Iván Moreira, quien justifica la dictadura de Pinochet diciendo que “gracias a él, se salvó a una generación”, cuando lo que realmente sucedió fue la desaparición de generaciones completas, la mutilación de vidas, torturas, quiebres familiares irreparables y hacer que Chile haya tenido los años más duros de su historia.
En nombre de la democracia y la libertad, se han aniquilado pueblos y asesinado a muchos.
El homenaje a Pinochet no se trata del derecho a la libertad de expresión, se trata de qué Chile queremos ser y qué tipo de sociedad construimos a diario con nuestros actos. Existe la convicción de que gran parte de la ciudadanía no quiere un país donde se homenajee a quienes asesinaron, torturaron y mataron sin remordimientos.
Un país que no tiene memoria, es un país que no tiene futuro y no es mantener rencores ni odiosidades, sino reconocer el peso de la historia.
Nuestra sociedad aún está en deuda con su pasado y de cómo podamos resolverlo dependerá nuestro futuro. Porque hay dolores que no se pueden olvidar, es que nuestro deber es construir una sociedad conciente.