Está de moda decir que somos un “país a medias”. Lo sostuvo la fiscal que analiza las consecuencias del terremoto y maremoto del 27/F y quizás tiene razón.Somos una democracia a medias, una economía a medias, una sociedad a medias. Más aún, en algunos aspectos como la equidad, mucho menos que a medias.
La autoridad sanitaria es probablemente una de las principales y originales atribuciones de la autoridad de salud. Las epidemias que cíclicamente han azotado a la humanidad generaron las primeras policías sanitarias, los primeros impuestos marcados para pagar los costos de ellas en la Toscana renacentista del cuatrocientos y quinientos.
Hemos discutido extensamente sobre la profundidad de la autoridad sanitaria y se la ha confrontado con las libertades individuales y la autonomía de las personas para decidir qué les conviene para su propio beneficio.
En el caso de las vacunas el debate ha versado sobre si son obligatorias o voluntarias, beneficiosas o perjudiciales, legales o intrusas. Cada vez con mayor intensidad se argumenta sobre su lugar en el ordenamiento de la salud pública.Para los especialistas no caben dudas, para algunos todo debería ser sometido a la voluntad o aceptación de cada uno. Ahí tenemos un peligro sanitario evidente.
En las crisis de salud derivadas de la contaminación ambiental, creciente problema, la autoridad sanitaria ha parecido sin embargo quedarse a veces a mitad de camino.
No por falta de entusiasmo de quienes la ejercen, sino que por carencias en el orden técnico, en la falta de influencia de los actores que provocan o sufren las consecuencias, derivando en diálogos de sordo, aprovechamiento de facilidades o deficiencias legales en forma ilegítima, la comunidad reclamando tardíamente, en suma llegando todos a destiempo a conflictos que determinan violencias innecesarias y dolores evitables.
Mucho se ha discutido y comentado el caso de la planta criadora de cerdos de Freirina en la Región de Atacama. Ante los malos olores, la presencia de insectos y la certeza de que algo pasaba en esta faena, la población, normalmente tranquila, después de varios meses de sufrir se indignó, tomó las carreteras, cortó las entradas y se hizo escuchar por la autoridad.
Apareció raudamente el ministro de Salud quién dictaminó el cierre por seis meses de la planta, blandió el papel ante las cámaras y se inició el traslado de los 500.000 cerditos a su futuro matadero.
Fue un ejercicio “in extremis” de la autoridad sanitaria, ejecutiva y tajante. El gobierno resolvió una crisis intolerable desde el punto de vista de su imagen, pero renunció la Intendente y de la Secretaria Regional Ministerial de Salud poco se ha sabido.
No sabemos si la autoridad regional fue oportuna en su diagnóstico, sólida en sus argumentaciones frente a los responsables de la criadora de cerdos, consecuente frente a sus propios superiores. Ahí parece, o se vio, una actuación a medias.
En muchas partes del mundo desarrollado existen crianzas gigantescas que permiten producir carnes de alta calidad sin contaminar ni ofender a las comunidades dándole sólo beneficios.
Así lo ha declarado el empresario involucrado en este incidente en una intervención oportuna pero a lo mejor también tardía. Pero también muchos recordamos como él mismo detuvo la inversión y el proyecto hace algunos años ante “exigencias excesivas” por parte de la autoridad de la época.
Para quienes trabajamos en la formación de recursos humanos para la mejor gestión de la salud pública no deja de ser una frustración ver esta realidad que impide racionalidad en la prevención de los conflictos ambientales.
Siempre será más conveniente prevenir y educar que tener que sancionar por fallas en las cadenas productivas con perjuicio a la salud de las personas. Para ser plena, la autoridad sanitaria necesita la mejor formación posible, los poderes y la capacidad de ver y proponer soluciones oportunas.