En Comunicación Política se enseña que si se quiere destacar un mensaje nunca debe superponerse otro tema que lo opaque, desvíe o confunda a los receptores de este.
El Presidente Piñera, dejándose llevar por el afán de enjuiciar a la ex Presidenta Michelle Bachelet y de intentar erosionar el prestigio que ella tiene ante los chilenos, sorprendentemente descuidó totalmente esta enseñanza y cometió este grave error en las sucesivas entrevistas televisivas que estaban destinadas originalmente a resaltar los contenidos de su Mensaje del 21 de Mayo.
Con ello, anuló todo el efecto positivo que pudo tener el gesto de perdón y el tono menos exitista y menos arrogante que exhibió en su discurso y que seguramente había sido cuidadosamente preparado por sus asesores comunicacionales.
De paso, dejó la sensación de que el ataque a Bachelet fue planificado desde La Moneda como resultado del pánico que les produjo la Encuesta CEP en el tema presidencial donde la ex Presidenta aparece liderando, casi incontrarrestablemente, la adhesión de los ciudadanos.
El resultado ha sido que el Presidente no solo recreó un duro clima confrontacional con la oposición, cuando justamente necesitaba generar un espacio de diálogo y de tranquilidad, sino que desperfiló los objetivos de fondo de su discurso y terminado con concentrar el debate político y la atención de la opinión pública ya no en las realizaciones de su gobierno y en sus propuestas hacia el segundo tiempo de su mandato, sino en el ataque a la ex Presidenta.
Todo, además, como lo demuestra claramente la Encuesta de La Tercera realizada con posterioridad a sus dichos y a la acción de los “cazabachelet” parlamentarios, con escaso o nulo rendimiento político dado que la ex mandataria supera ahora, con porcentajes aún mayores que en las mediciones anteriores, a todos los eventuales candidatos de la derecha.
Esto porque ante la ciudadanía este ataque feroz y coordinado contra Bachelet aparece mucho más como una maniobra electoral que como un sano esfuerzo por obtener la verdad de lo ocurrido.
El Presidente, dejándose arrastrar a la trifulca antibachelet, pone en entredicho la altura y dignidad política que un estadista debe exhibir al entregar un juicio frente a hechos tan complejos y discutibles como son la responsabilidad de un ex Presidente en la gestión de una catástrofe como el terremoto y tsunami del 27 de Febrero del 2010, una de las mayores acaecidas a nivel mundial en todos los tiempos.
En algo que aparece como parte de un insaciable ánimo de venganza política contra la ex Presidenta instalada por algunos exponentes de la derecha, el Presidente Piñera, reemplazando la investigación judicial y la propia investigación de la Cámara de Diputados, ha dictado una sentencia absolutamente discutible, que no corresponde formular a un jefe de estado, y sentado con ello un precedente peligroso para la institucionalidad.
El Presidente ha dado a entender que por sobre la legalidad, que atribuye a los órganos técnicos competentes decidir las medidas a adoptar en una catástrofe como la vivida, es la figura presidencial la que tiene en sus manos cualquier resolución final incluso sobre temas en los cuales un presidente no tiene competencia directa.
Alguien legítimamente argumentará posteriormente que a partir de esta “doctrina Piñera” y frente a cualquier hecho de magnitud que viva el país, será el propio Presidente Piñera el que, víctima de sus palabras, deberá responder, al margen de sus facultades y vulnerando las que la ley entrega expresamente a otros órganos del estado.
El enjuiciamiento del Presidente contra Bachelet ha estimulado a sus parlamentarios a verter juicios completamente irracionales.
Un senador de RN, que personalmente aprecio, llegó a acusar a la oposición de “camorristas sicilianos”. Es sabido que la camorra, asesina, secuestra, actúa sin piedad.
Ciertamente, el país sabe que ese comportamiento no tiene nada que ver con la historia de la Concertación y sí mucho que ver con la acción de la dictadura de Pinochet porque es conocido que entre camorra y fascismo hay muchos vasos comunicantes.
Por cierto, este no es el lenguaje ni el clima político que el país necesita y menos el que el propio gobierno requiere para intentar recuperar credibilidad política y encauzar su acción en los dos años que aún le restan.
Sin embargo, desgraciadamente, estas actuaciones han sido estimuladas por las propias declaraciones del Presidente y en ella han caído parlamentarios que con sus dichos desnudan la desesperación que los embarga y con las cuales solo contribuyen al desprestigio del gobierno y de toda la actividad política.
De paso, dejan claro que se trata de una persecución orquestada y, como lo ha advertido agudamente el alcalde Ossandón, al final, exaltan la figura de una mujer que, habiendo sido ella y su familia cruelmente perseguidas por la dictadura militar, nunca ha utilizado este tipo de calificativos, siempre ha observado la dignidad de sus adversarios y guardado un estricto respeto por la legalidad, por la grandeza republicana del cargo de Presidenta que ejerció y por la persona y la gestión del Presidente Piñera.
Creo que el Presidente debiera corregir sus dichos, llamar a los suyos a abandonar la trinchera y concentrarse en las tareas anunciadas el 21 de mayo, permitir que los tribunales continúen con la investigación en curso y adopten las resoluciones que corresponda y que la Cámara de Diputados finalice con su segunda Comisión Investigadora que para muchos en el país ha desviado su rumbo y no se ha concentrado en sacar las recomendaciones para que Chile esté mejor preparado para hacer frente a las emergencias que la naturaleza nos depare.