Todos –o casi todos- hemos estado opinando acerca de cómo una revista inglesa, “The Economist”, en un artículo reciente, describe la situación actual de nuestro país.
Ello me parece interesante pero estimo que convendría buscar opiniones de otros extranjeros, más extranjeros aún – habida consideración que nosotros seríamos “los ingleses de América del Sur”.
Tomé un descanso y “googleando”, o sea explorando las redes de información del espacio cibernético, encontré una revista de la India, país-continente, remoto, misterioso, arcano, insondable, en la que, para mi sorpresa, había un artículo sobre Chile, corto, casi meramente introductorio, pero muy bien escrito – en sánscrito.
Se trataba de una revista titulada “Salla Khana”, muy antigua puesto que se publica desde el año 1435 –antes de que Johannes Gutenberg inventara la imprenta- y al parecer tiene cierto prestigio entre los intelectuales.
Me llamó la atención el tema -la cultura chilena- y el autor del artículo, un pensador indio, de la escuela jainita, de nombre Mahatvira –así no más, sin más- y traté de contactarme con él.
Luego de muchos esfuerzos logré enterarme que estaba en Chile, para ampliar sus conocimientos sobre nuestro país. De inmediato lo ubiqué y pude convenir una entrevista con él.
Fue una larga conversación, en la cual el indio -vocablo que en este caso significa habitante de la República de la India, para que no me acusen de discriminación- me dijo que desde hacía seis meses estaba inmerso en la cultura de nuestro país.
Me confidenció que había llegado a la conclusión que ciertos epigramas o sentencias cortas, describían bien algunos aspectos de la cultura de Chile o al menos la de Santiago – que “es Chile”, dijo Mahatvira, esbozando una sonrisa algo socarrona.
A continuación expongo algunos de sus epigramas.
“Díganme de qué se trata, para oponerme”.
Mahatvira me explicó que había llegado a la conclusión que en materias políticas los chilenos estaban todos y cada uno en contra de otros todos y cada uno. Bastaba con expresar una opinión, exponer una idea, hacer una proposición, para que de inmediato surgiera la oposición de todos contra uno – el proponente- y contra los otros, o sea, todos.
No importaban los méritos de lo que se expresara, oponerse era simplemente un requisito sine qua non, esto es, algo esencial de la convivencia política chilena.
“En política no trates de convencer a nadie, porque a nadie convencerás”.
Este epigrama precisaba que en la política chilena no es posible acuerdo alguno -ni siquiera entre los que están de acuerdo- pues nadie convence a nadie, todos tienen sus propias interpretaciones de los hechos y acerca de qué debe hacerse.
Así, las interpretaciones son tantas como habitantes del país, incluyendo a los niños y niñas – no necesito agregar que también a los jóvenes, anotó Mahatvira, y de nuevo apareció la sonrisa socarrona.
De tal manera, siguió, que cuando se reúnen tres chilenos, de la edad que sea, se percibe nítidamente que en el país existen al menos cuatro o quizás cinco partidos políticos y unas diez agrupaciones ciudadanas.
“Para qué hacer las cosas fáciles si las podemos hacer difíciles”.
Este epigrama, me explicó Mahatvira, alude a todos los asuntos de la vida cotidiana chilena, sean del transporte, la educación, la salud, la vivienda, el trabajo, la recreación, etcétera.
En Chile nada puede hacerse de manera fácil, expedita y simple, siguió.
Siempre existe o es posible diseñar una manera complicada, difícil de hacer, compleja, y esa es precisamente la elegida, dijo, y como que exhaló un suspiró, mas no de alivio, creo.
“Quítate tú para ponerme yo”.
Mahatvira ya contrajo esa predilección cultural chilena por la política y entonces volvió a ese tema; me dijo que él creía que este epigrama explicaba alrededor del 95 por ciento de las conductas de los que practican ese difícil, duro y complejo arte.
Así, éste se aplicaría no solamente a los conflictos y competencias entre partidos y agrupaciones políticas o ciudadanas sino a las relaciones entre todos y cada uno de sus integrantes.
El ejemplo preclaro de su aplicación –aunque no el único- se encontraría en los procesos de selección de candidatos a las elecciones, especialmente las parlamentarias y, más aún, las presidenciales.
(Paréntesis: yo ya estaba cansado y quizás usted también señor lector -si queda alguno, digo- de una cierta liviandad de las opiniones que escuchaba, bastante extraña además por provenir de un pensador indio que se presume debiera tener una cierta sabiduría filosófica. Entonces apremié a Mahatvira para que profundizara sus razonamientos y expresó el epigrama que sigue).
“La casa es chica pero el televisor es grande”.
Para mi sorpresa, Mahatvira expresó este último epigrama. No lo entendí bien y me pareció que estaba algo despistado y exageraba, incluso más que en los anteriores epigramas.
Sin embargo, me explicó que a su juicio los resultados del censo que se está realizando mostrarán que en la mayoría de los hogares chilenos no solamente existen varios televisores sino que uno de ellos es un plasma o LCD, grande – al menos 41.4×32.0×11.2 pulgadas, precisó
Ello no le parecía negativo, dijo, ya que los chilenos estaban aprendiendo -en grande- la cultura de su país con “Mundos opuestos” y la cultura inglesa con “Downton Abbey”, de modo que podrían reforzar aquello de ser los ingleses de América del Sur.
Mahatvira concluyó ofreciéndome una nueva oportunidad para conversar con él, en alguna otra ocasión, ya que esperaba quedarse otros seis meses en Chile.
Agradecí su amable gesto, pero no creo que en definitiva acepte su invitación.
Reconozco que concuerdo y pueden aplicárseme, en buena medida, las elucubraciones culturales de mi ahora amigo – y especie de alter ego- Mahatvira.
Sin embargo, después de esta primera conversación quedé suficientemente agotado y no deseo correr el riesgo de desarrollar una depresión luego de una eventual segunda entrevista.
Advertencia del autor: Esta columna es un relato de ficción, un invento, un ejercicio de creatividad, una especie de juego. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.