¿Somos violentos los mapuches?…No más que cualquier mortal cuando se siente herido o afectado por una injusticia, llámese de cualquier manera.
Cuando niño, algunos de mis compañeros en la básica del Liceo de Hombres de Playa Ancha, en Valparaíso, mi ciudad natal, me decían “indio” y agregaban algunos epítetos. Se reían de mi apellido. No lo entendían (namun=pie; cura=piedra). Yo tampoco tenía muchos argumentos para “ilustrarlos” sobre mi condición de indígena.
Mi padre había emigrado de su comunidad en Loncoche para buscar un mejor horizonte.
Hizo el servicio militar en la Armada y ahí se quedó, hasta que jubiló y aún cuando compartía con nosotros algo de su cultura nunca fue suficientemente explícito para “enseñarnos a ser mapuches” en la ciudad.
Ser indígena era raro. Tener apellido mapuche sonaba excéntrico. “Indio” era más fácil.
Recuerdo que una en una ocasión llegó al curso un señor que hizo una exposición sobre Pueblos Indígenas y llevó varios instrumentos, entre ellos, una trutruca, un cultrun y pifilca. Nos habló de los indígenas y cantó en mapuche. Fue hermoso para mí, pero mis compañeros se reían de su apariencia y sólo aceptaron su diálogo porque el profesor nos hacía guardia. En el fondo algunos de ellos se burlaron de él.Del expositor aún recuerdo su imagen y sus palabras, porque decían algo importante de mi identidad.
Mi padre nunca nos enseñó mapudungu plenamente. Seguramente pensaba que era mejor “integrarnos” a la sociedad y navegar en ella como pudiésemos y sobrevivir.Nuestros padres sólo podían dejarnos como herencia la educación.
Mi madre era lavandera. Mi padre, luego que jubiló de la marina, fue obrero de la construcción. Me decían “indio” casi todos las semanas. Tenía buenos amigos entre mis compañeros y los recuerdo con afecto, pero siempre hay uno o dos pesaditos y cargantes.
Un día no aguanté más y como sentí que uno de ellos me dijo “indio” (tal por cual) y que lo dijo con desprecio, le aforré un puñetazo y comenzamos una gresca en el patio. No sé cómo, porque yo nunca había peleado, entre golpes que iban y venían, al parecer yo iba ganando la contienda, hasta que de pronto quedé encima del susodicho y le propiné más de algún golpe certero. Los dos quedamos con “chocolate” (jerga escolar de la época para indicar que salía sangre de nariz y de la boca).
Mi salvación vino del Inspector que nos separó y, por cierto, nos castigó por desorden y entonces citaron al apoderado, en este caso mi madre. El día había sido aciago para mí.
Pero sentí que algo había cambiado cuando varios de mis compañeros después de la pelea me palmotearon y me decían “..buena Namuncura..”, “le sacaste la cresta”, “te hiciste respetar”….”bravo”…
Mi madre acudió al colegio. Previo tuve que decir en la casa lo que había pasado. Ella se preocupó mucho pero me quería demasiado. Mi padre me miró, dijo pocas palabras y sólo señaló que estaba bien que me defendiera y que no permitiese que nadie me ofendiese. “Cuida tu dignidad y cuida a tu gente”. Fueron sus escasas palabras. (Los mapuches de esos tiempos hablaban poco, pero siempre con sabiduría).
Al día siguiente, el profesor nos hizo ponernos de pié a mí y al contendiente. Lanzó un discurso sobre el compañerismo y que las peleas no eran un camino para entenderse. Pero a continuación agregó algo que me impactó mucho: “Ustedes tienen un compañero mapuche. Eso es muy importante. Ellos estuvieron aquí antes que todos nosotros. Son un pueblo. Tienen una cultura propia y ustedes tienen que respetarlo”.
Nunca más me dijeron “indio” (tal por cual) en el Liceo. Quizás temían mi bravía (bastante camuflada por lo demás, por mi temperamento real). Quizás sólo fue una pelea más de estudiantes. Pero, al menos, después de ese incidente, ya no era “el indio” o “el mapuche” burlado. Era, simplemente “Namuncura”, el cro de la clase. El amigo y ahora relativamente temido.
No recuerdo mucho ahora a mi contendiente, pero igual fuimos buenos amigos hasta salir del Liceo y después recordábamos la pelea como una humorada, pero a mí me marcó para siempre y luego de ello supe que sólo con la fuerza, la determinación y la lucha era posible hacerse respetar.
Pero mi fuerza no es la violencia. Es la opción política por un mundo más justo. Por la formación de actuales y nuevas generaciones. Por eso soy profesor en la UAHC. Y soy dirigente de un Partido político el PPD (a pesar del estado calamitoso de los políticos de hoy), porque creo que la política (de verdad) y la toma de conciencia son “armas” magníficas en la lucha por la Justicia.
Entiendo muy bien entonces la rabia que se acumula cuando te discriminan; cuando eres objeto del odio y la intolerancia. Durante la dictadura militar, estuve en la cárcel por promover los DDHH. Viví, con muchos compatriotas la violencia estructural de un régimen oprobioso. Lo combatimos, la mayoría sin armas, pero sí con la organización y movilización ciudadana hasta que sacamos al dictador.
Pero en las comunidades mapuches todavía se viven tensiones y conflictos. Las tierras de nuestros ancestros fueron usurpadas. Hay que leer las crónicas de la época para apreciar, con vergüenza, cómo el Estado permitió el robo a destajo de nuestro patrimonio y además lo amparó con medidas legales.
Lo indígena fue “invisibilizado” por décadas por una sociedad arribista (los “ingleses” de América), por un país que se avergonzaba de tener “indios”. Eso ha ido cambiando. Hoy lo indígena es sinónimo de orgullo y Chile tiene el honor de contar entre los suyos a sus pueblos originarios. El problema es que algunos todavía no lo entienden.
En general, nuestro Pueblo no es violento. Los mapuches no saben de movimientos “subversivos”. Sí saben de lucha contra la discriminación. Y por décadas su lucha ha sido no-violenta.
El Estado se equivoca cada vez que criminaliza nuestras demandas y extiende un manto de sospecha “terrorista” en contra de los que ha discriminado a destajo. Pero confiamos en que a mayor democracia, hay mayor conciencia y que más temprano que tarde se producirá el ansiado “encuentro” entre chilenos y mapuches.