Difícilmente muchos chilenos entenderán, con claridad, la larga lista de palabras ligadas al ajuste tributario anunciado por el Gobierno. Lo que sí entienden, claro está, es que nada cambiará mucho después de estos anuncios. Mucho ruido y pocas nueces.
Se sabía que habría anuncios, y desde todos los sectores surgieron propuestas.
Miles de millones en el tapete y la búsqueda de la anhelada justicia para disminuir las brechas sociales y económicas que hoy nos tienen con cifras vergonzosas a nivel mundial.
El 75% de los hogares chilenos vive con menos de $797 mil. Y, suma y sigue, porque el 55% de los hogares chilenos genera ingresos autónomos inferiores a $510 mil. Para un hogar de cuatro personas, a todas luces estos montos no sólo no alcanzan, sino que, además, obligan al endeudamiento.
Cuando se generan expectativas, la propuesta debe responder a lo que espera el colectivo.
Si la oferta es sólo una aspirina, como ocurre en este caso, quizás sólo sirva para aminorar algunos síntomas, pero la enfermedad persiste y, en este caso, estamos hablando de un sistema impositivo que sigue privilegiando a las grandes empresas, a esos grupos económicos que se han enriquecido a costa de intereses abusivos, de cobros indebidos y de un aniquilamiento de millones de deudores y familias que hoy se sienten , y con justa razón, al margen del crecimiento económico que tanto destaca el Gobierno.
Esperábamos una reforma, pero recibimos un ajuste menor; palabras como elusión o evasión, que no son otra cosa que los mecanismos que utilizan las grandes empresas para evitar sus pagos de impuestos, quedaron ausentes del discurso presidencial.
Nada se dice de las franquicias y de los múltiples beneficios que mantienen, por ejemplo, las mineras en Chile.
La verdad es que el 1 % de Chile, donde están los grandes empresarios, tiene hoy un traje a la medida, que se sostiene en beneficios, en las triquiñuelas para no pagar impuestos, en modelos que los defienden, incluyendo relaciones laborales que limitan la negociación colectiva, sumando perdonazos y recursos del Estado que, a través de diversos mecanismos, llegan de igual forma a sus bolsillos.
Por ello, la reforma tributaria no sólo es necesaria, sino vital. Con estos ajustes que hemos conocido, sólo se entrega una aspirina al enfermo, dilatando la real curación.
Ahora bien, los US$ 700 millones que espera recaudar el Gobierno, según lo dicho por el Presidente, estarán destinados a Educación. Hecho que valoramos, pues la deuda en esta materia es enorme.
Pero, ¿qué ocurre con salud y vivienda, qué ocurre, además, con la necesidad de reforzar el pilar solidario que implementó la ex presidenta Bachelet?
Obviamente no es suficiente, por ello esperábamos más, un mayor impuesto a las grandes empresas y tolerancia cero con la evasión y elusión. Hoy, así las cosas, la agenda social queda en lista de espera, como también lo queda gran parte de la clase media, porque seamos francos, hoy, los profesionales pagan proporcionalmente más impuestos que los empresarios.
Y surge, además, la famosa letra chica, porque cada vez que el ministro de Hacienda vuelve a hablar, un nuevo capítulo se escribe, claro que hay que verlo con lupa, porque a todo lo anunciado hay que agregar las condiciones que van limitando la cobertura de los beneficiados.
Parece ser que la estrategia del Gobierno es aprobar esta “reformita”, para tener la certeza que no habrá nueva reforma tributaria en por lo menos los siguientes 6 o 7 años y proteger de esta forma los ingresos del empresariado.
En suma, un ajuste cosmético que no cambiará la vida de los chilenos y que no cumple con el objetivo de fondo: terminar con las enormes desigualdades en Chile.