Max Weber definía el poder como el fenómeno a través del cual quien domina influye sobre la voluntad de los dominados de manera tal que estos asumen como máxima de su actuar el deseo del dominante. Agregaba que el poder se funda sobre el monopolio de la fuerza, pero no puede durar si no obtiene obediencia a través de la convicción.
Esta premisa, que se extiende en la sociología política desde Machiavello a Gramsci, es el punto de partida de la documentada investigación de Manuel Castells para el cual en la era de la sociedad de la información para quienes detentan el poder es aún más importante y necesario el objetivo de “plasmar la mente humana”, por lo cual el factor mas estratégico de la lucha por el poder político coincide cada vez mas con la esfera de las comunicaciones.
“Torturar cuerpos, dice Castells, es menos efectivo que modelar mentes”, y señala que el poder y la política se deciden en el proceso de construcción de la mente humana a través de la comunicación, de la “producción social del significado”.
El que el escenario de la política sea el de la comunicación, sostiene Castells, tiene como consecuencia la personalización cada vez más creciente de la política dado que el elector tiende, en este contexto, a elegir hoy más al candidato que a su programa o como lo ha dicho Macluhan “el político en si es el mensaje”.
Triunfa la política de los escándalos que es parte de la sociedad dominada por la TV y que se constituye en el mecanismo más eficaz para golpear la imagen y contrastar al adversario. “El asesinato del personaje se convierte en un arma política muy poderosa”, dice Castells, y en una herramienta extrema de la estrategia del escándalo, según politólogos como Thompson y Bennett.
El dominio de estos elementos produce en la política una reacción en cadena cuyo efecto principal es la reducción de la confianza de los ciudadanos en la política, en los políticos y en las instituciones que están detrás de ellos, una crisis generalizada de legitimidad de la política y el surgimiento de liderazgos mediáticos populistas, mas o menos modernos, que aprovechan la centralidad de los medios y actúan en el “teatro de la política” con una profesionalizada asistencia.
Sin embargo, aún en medio de estas dificultades y de la crisis de las instituciones que han sido los pilares de la democracia surgida del iluminismo, de las culturas y luchas políticas y sociales de los siglos posteriores, la democracia tiene esperanza porque junto a estas mutaciones negativas de la era de la información surge, también, otro fenómeno que Castells denomina la “autocomunicación de masas” y al estudio del cual está centralmente dedicado su fascinante ensayo “Comunicación y Poder”.
El sociólogo catalán usa este término para nominar el fenómeno en irrefrenable expansión en nuestros días constituido por la comunicación en red que cancela nada menos que los límites, hasta ahora existentes, entre la comunicación interpersonal y comunicación de masas, generando inéditas oportunidades de participación del bajo, es decir, un tipo de participación ya no vertical sino horizontal que involucra directamente a las personas de edades y grupos sociales muy distintos y ofreciendo la enorme posibilidad a líderes, ideas y movimientos alternativos, de competir, a su vez, para conquistar el corazón y la mente de los ciudadanos.
Lo que observamos es que estamos solo al inicio de un proceso en que la difusión de Internet, de la Web 2.0, de los medios electrónicos y de la comunicación inalámbrica crea un espacio multimodal de las comunicaciones que abre un nuevo espacio social a los ciudadanos, a una comunicación masiva individual.
Castells nos confirma con su investigación empírica que la era digital amplía los alcances de la comunicación a una red “que es global y local, genérica y personalizada, con patrones siempre cambiantes”.
Es decir, lo que Castells afirma y prueba a través de ejemplos empíricos confirmados es que el surgimiento de la “autocomunicación de masas” puede ser una respuesta a la crisis, a la “capitulación” de la envejecida democracia y de sus instrumentos frente a la política – mercado y al poder de la política mediatizada y puede ofrecer a los ciudadanos inéditas y paradojales oportunidades de contestar, de emanciparse, de contar, frente a los “poderes fuertes”.
Lo que Castells en el fondo nos muestra es un análisis profundo del poder en la globalización donde los medios han llegado a ser el lugar totalmente privilegiado de las decisiones políticas, al punto que “lo que no está en los medios no existe”.
Pero también, la hipótesis de que la nueva forma de comunicar puede constituirse en una resistencia a la “fábrica de consensos” y en la afirmación de poderes basados en la multitud de expresiones de una nueva opinión pública que se expresa masivamente a través de la red.
Castells, coincidiendo con las reflexiones de Habermas, va sustancialmente más allá, y en esto reside la originalidad y novedad de su investigación.
Para él la comunicación no está relegada solo a la formación de una opinión pública que controla el poder y la obra del soberano, sino en una acción pública de millones de seres humanos en todo el planeta que “produce sociedad” sin la intervención de las instituciones tradicionales.
Es decir, el paso largo que teórica y empíricamente da Castells, reside en que los medios escritos, la TV, las radios y sobre todo Internet ya no constituyen solo un “cuarto poder” sino el medio de un poder “sans phrase” y donde el futuro del control del poder ya no pasa esencialmente a través del control del estado sino del “gobierno” de los medios, tanto de los antiguos como sobretodo de los híper modernos, de las nuevas redes sociales.
Por tanto de la circulación de la información en la aldea global analizada por Macluhan, Castells dando por adquiridos esos fenómenos y basándose en el análisis de los efectos de la globalización, previene la crisis del modelo de comunicación vertical tradicional de “uno a muchos” a un nuevo modelo, “narrowcasting”, de “muchos a muchos”, donde se presentan interlocutores diseminados en diversas plateas, que a través de Internet constituyen un nuevo poder que se confronta con el poder de los medios.
Pero, además, esta nueva forma de “política insurgente” que se expresa en la red y está vinculada hasta ahora a una o varias contingencias puede transformarse en un contrapoder de crítica y de propuestas, de debate de ideas ejercitado por los movimientos sociales.
Por tanto, la tecnología digital crea un escenario nuevo para la política, la participación y la libertad de los ciudadanos que ya nadie puede ignorar.