La crisis actual de la política es triple, de representación, de participación y de legitimidad.
La clase política ha puesto en marcha un conjunto de reformas económicas y políticas que tienen como objetivo ajustar la relación permanente entre política y sociedad y de ese modo, superar la coyuntura de malestar que se ha instalado en el Chile de hoy.
Una sensación de malestar y descontento recorre al país y al mundo. Este hecho, es el resultado de un conjunto de situaciones que han generado las condiciones para la actual coyuntura.
Empleos precarios, abusos del capital, explotación indiscriminada de los recursos naturales, contaminación ambiental, financierización de la economía, ingresos desiguales, alza de los precios, sobreendeudamiento, etc. son algunas de las situaciones que han conducido hacia el actual escenario.
Los Estados y los políticos se han visto sobrepasados por estos hechos. Se han mostrado incapaces de responder a las demandas que surgen desde todos los rincones de la sociedad. Y ello, ha generado una crisis de legitimidad y de credibilidad con la política. Los signos de esta situación se encuentran en la calle –vida cotidiana-, en las encuestas y en la baja participación política.
Entre las causas de los bajos niveles de legitimidad se encuentra el hecho de que la economía, el mercado y los economistas han reemplazado a la política, al Estado y a los políticos en sus labores tradicionales de control, planificación y negociación social.
Las grandes decisiones colectivas se han trasladado desde los partidos y las instituciones hacia las empresas y sus influencias. Se ha pasado del “Estado protector” hacia el “Estado subsidiario”. Lo colectivo ha sido doblegado por el individualismo.
En ese escenario, la política es cada día menos influyente y sus liderazgos más ineficientes.
Ante tanta demanda y necesidades de protección los ciudadanos se sienten impotentes, desamparados y desilusionados, frente, a quienes son los llamados a resolver sus problemáticas y diseñar un mundo distinto. Sucede, que ellos ya no tienen el poder y los recursos que tuvieron en épocas pasadas.
¿Cómo reconocemos la baja legitimidad? La calle cuando se refiere a los políticos usa frases y adjetivos negativos; entre ellos, se escucha de manera recurrente que son “apitutados”, “ladrones”, “que se arreglan los bigotes”, “que sólo se interesan por ellos”, “que no hacen nada” y “que se llenan los bolsillos de plata”. Por su parte, la participación política va a la baja.
Finalmente, están las encuestas que muestran mes a mes como los niveles de legitimidad y credibilidad bajan y se estancan. Las posibilidades de alza no se ven a corto plazo. Este hecho, no es nuevo ni coyuntural. Al contrario, es una tendencia que se viene manifestando, por lo menos, hace una década. Y ello, en Chile y el mundo.
Las cifras de la encuesta Adimark muestran los bajos niveles de aprobación-desaprobación de la Concertación, la Alianza, el Congreso, el Gobierno y el Presidente. Y del mismo modo, los datos de identificación política y de algunos atributos presidenciales.
Los datos de las encuestas van generando mes a mes preocupación en la élite política del país. Las cifras generan preocupación por el hecho de que se trata de tendencias, ya no son resultados aislados.
El problema político es que ellas se consolidan en un escenario de intensas movilizaciones sociales que encuentran en mayo del 2011 sus primeras manifestaciones. Justo, en un momento en que la Concertación obtiene un histórico 65% de desaprobación y sólo un 23% de aprobación. Sin embargo, la actual oposición ya conocía similares cifras de aprobación. Para la derecha tampoco se trata de resultados desconocidos.
Desde esa fecha el nivel de aprobación-desaprobación de ambas coaliciones es a la baja. Lo peor estaba por venir. Los resultados de octubre del 2011 vuelven a causar alarma.
En efecto, la Concertación llega al 14% de aprobación y al 73% en la desaprobación. Se trata, de las cifras más bajas desde su historia. En enero del 2012, la aprobación llega al 20% y la desaprobación al 69%. Por su parte, la Alianza se encuentra en una fase en que sus cifras de aprobación-desaprobación son mejores que lo que conocieron en el ciclo 2006-2009.
El promedio histórico de aprobación de la Concertación y de la Alianza entre el 2006 y el 2011 –en seis años- es del 24,5% y el 27,5% respectivamente. La desaprobación llega al 56,5% y el 52,4% respectivamente. Gana la Alianza. Sin embargo, hay que destacar que el alza de la derecha ocurre desde el último trimestre del 2009.
De hecho, el promedio de aprobación en la Alianza entre el 2006 y el 2009 llega al 23% y en la desaprobación al 54%. En las Concertación esas cifras llegan al 24% y al 55% respectivamente.
Son cifras, sin duda, que dan cuenta de la crisis de legitimidad que hemos identificado. Si a ello, agregamos los niveles de aprobación-desaprobación del Congreso el escenario de baja legitimidad se va consolidando.
Así, la aprobación promedio del parlamento en el ciclo 2009-2011 llega para los Diputados al 26% y al 30% para el Senado. La desaprobación llega respectivamente al 58% y 53%. Son cifras, no muy distintas a las que muestran los dos grandes bloques políticos. En enero del 2012, la aprobación en los Diputados llega al 22% y en el Senado al 25%. A su vez, la desaprobación llega al 62% y al 60% respectivamente.
Hay otras cifras que siguen dando cuenta de la crisis de legitimidad. En esa dirección, la identificación política con ambas coaliciones llega en promedio al 26,6% entre el 2006 y el 2011. Los ciudadanos se identifican políticamente pero, cada vez creen menos en ella.
Finalmente, lo que ocurre con el Presidente y su gobierno es otro signo de la crisis.En efecto, la aprobación de Piñera en promedio -2010/2011- llega al 43,6%; considerando, una baja entre un año y otro del 52,2% al 35%. A su vez, la desaprobación sube del 32,6% al 57,1%; el promedio del ciclo llega al 45%. Por su parte, la aprobación del gobierno cae del 55% al 35% y la desaprobación sube del 32% al 58%.
Hay otros indicadores que dan cuenta de la baja legitimidad. En esa dirección, la credibilidad del Presidente no supera el 50% para el ciclo 2010-11. En efecto, para el 52,1% el Presidente es “nada o poco” creíble. Del mismo modo, para el 50% el Presidente genera “poco o nada” de confianza.
¿Cómo revertir este aspecto de la crisis actual de la política? La apuesta ya la hicieron: reformas políticas, reforma tributaria y equilibrar la relación capital-consumidores.
Sin embargo, ¿serán suficientes para re-encantar a los ciudadanos? y con ello, re-legitimar el modelo de desarrollo y asegurar la gobernabilidad de corto, mediano y largo plazo.
¿Y cómo podrán lograr sus objetivos de “re-encantamiento” si el poder va seguir al lado de la economía y del capital? ¿Y a su vez, el Estado seguirá prisionero del dogma de la subsidiariedad, de la ortodoxia liberal y de la “razón técnico-instrumental”?
Ha llegado la hora de la política y de los ciudadanos.