Durante los días que estuve de vacaciones, frecuentemente conversé o escuché a personas que se quejaban amarga y largamente por tener que volver al trabajo.
La queja no sólo tenía relación con el hecho de terminar con dinámicas que sólo el tiempo de vacaciones permite, como es la flexibilidad horaria, la disposición de un mayor tiempo para la lectura, gozar de un entorno natural que sólo se visita en este tiempo y la realización de actividades recreativas, entre otras, sino que apuntaba hacia una desmotivación importante vinculada con la rutina laboral.
Este reclamo que escuché de otras personas, se convirtió en una suerte de pésame o acompañamiento en el duelo espontáneo que desde una muy noble motivación muchas personas me dieron, al saber que yo estaba próximo al fin de las vacaciones, y por ende de retomar mi trabajo.
Este sentimiento negativo se expresaba abiertamente y con tanta anticipación, que tenía la capacidad de afectar para mal, el goce de otros de esos días que seguían siendo de vacaciones. Esta queja no era reprimida, lo que da cuenta tal vez de una conducta socialmente esperada y aceptada.
Comparto este hecho porque me sorprendió por una parte la profunda insatisfacción laboral de las personas que se quejaban, así como la mezquina y reducida percepción que sospecho tenían del trabajo.
Conocidas y bastante difundidas son las distintas teorías que intentan explicar y desarrollar la motivación laboral, algunas de las cuales suscribo, discuto y comparto con mis estudiantes, sin embargo, en este caso intento relevar un hecho más fundamental como es la aparente disposición que aun tenemos en nuestro país de “pasarlo mal” en el trabajo a cuenta de la obtención de un valor superior, de manera de “empezar a vivir” después de las siete de la tarde, o bien luego de jubilar.
Estos argumentos podrían ser mayormente defendibles en tiempos pasados, en los que había un desarrollo económico y social menores, sin embargo el tiempo actual me parece que nos fuerza a tener otra mirada, concepción y valoración del trabajo, por cierto más trascendente.
Una invitación es valorar y conceptualizar el trabajo como un medio para servir a los demás, sea desde donde sea que realice mi actividad: desde la empresa privada, pública o desde el mundo de las organizaciones no gubernamentales, sea desde un emprendimiento personal, siendo empleado, socio, director o gerente.
Desde el paradigma del servicio, se me plantea como una oportunidad para una realización mutua en el ser persona, y en la construcción de sociedad.
No renuncio a que llegará el día en que las instituciones de educación superior junto con promocionar sus programas académicos, inviten y ofrezcan a los jóvenes, una contundente oferta que les permita servir más y mejor a los demás, a través de su desempeño laboral.
En una de esas, al igual que gran parte de los niños y niñas que declaran sus deseos de volver a clases para reencontrarse con sus amigos y amigas, nosotros los adultos estemos satisfechos de retomar el trabajo diario porque nos hace profundamente felices.