Pinochet instaló su violenta dictadura con el propósito – según él y sus seguidores – de “salvar” la democracia.
Por supuesto que él no entendía la palabra “democracia” como el derecho a voto, o como un régimen de igualdad entre los ciudadanos, o como una repartición equitativa de los poderes del Estado.
El horror del socialismo, que amenazaba con instalarse en Chile por una vía democrática, es decir, por una vía que se sostenía en la voluntad popular expresada en las urnas, es lo que movió a los militares y a las fuerzas conservadoras que los apoyaban, a alzarse en contra del régimen de derecho que Allende de ninguna manera pensaba sobrepasar.
En nombre de la “democracia” se pisoteó la democracia.
Finalmente, la “democracia” que se buscó salvar, fue el poder sin contestación de los empresarios, cosa que se tradujo en la instalación forzada del liberalismo desenfrenado y en el desconocimiento de todos los derechos que los trabajadores chilenos habían conquistado en años de luchas y sacrificios.
El “modelo” instaurado por la fuerza y gracias a la colaboración sin mayores deserciones de las fuerzas armadas fue su único verdadero legado, que borró de una plumada sangrienta la idea misma de ciudadanía que Chile a través de su historia había logrado construir.
Después de años de luchas en contra de la dictadura, ésta fue derrotada por una vía “democrática”, esto es, por el voto expresado en las urnas.
Aunque el dictador quiso invalidar esa elección en la que no pensaba salir perdedor, sus propios socios políticos no lo apoyaron y lo obligaron a entrar en el juego “democrático”.
¿Qué significado tuvo ahora la palabra “democracia”?
La de abrir el juego político, permitiendo la elección de autoridades a través de elecciones libres, manteniendo el “modelo” y compartiendo el poder – “demócratas” y Pinochet – a través de la aceptación de diferentes medidas de “transición”, como los senadores designados, la no puesta en cuestión de las medidas precautorias que el dictador había tomado antes de dejar la Presidencia, el mantenimiento del sistema binominal y la vigilancia de cerca de los militares para que no se fueran a producir desvíos frente a lo programado.
Es más o menos lo que Pinochet llamó en su momento “democracia protegida”, régimen que, por cierto, tenía mucho de protegido y poco de democracia.
Vino la transición, dando como resultado una suerte de convivencia pacífica entre “demócratas” y “demócratas”, situación que condujo a un hecho curioso: los gobiernos de la Concertación se mantuvieron fieles al modelo, tomando incluso medidas que además de reafirmarlo, lo impulsaron todavía mas lejos en el terreno del liberalismo desenfrenado: se privatizó casi todo, se jibarizó el Estado, se mantuvo el sistema municipal de educación favoreciendo con diversas medidas la educación privada, dejando cada vez con menos recursos a la educación pública.
Se inventó un sistema de créditos bancarios para financiar a los estudiantes, gran negocio para los bancos y para la educación privada. Se abolieron medidas que protegían a los consumidores con el objeto de favorecer a los empresarios. Es decir, se gobernó con la vista puesta en los sectores conservadores y no en la “gente”, como se prometía en la publicidad electoral.
Vino entonces una suerte de rechazo de todo este juego de parte de los desencantados.
Los políticos se desprestigiaron: el sistema ayudó a crear una suerte de casta asentada en el sistema binominal; ésta repartió los cargos, nombró a los candidatos sin darle gran importancia a las consultas populares, y hasta en algunos casos cayó en problemas de corrupción.
Las políticas gubernamentales no acercaron al país a un régimen de mayor igualdad, como se esperaba, y la brecha entre ricos y pobres continuó tan vergonzosamente abierta como siempre lo ha estado desde el inicio de la dictadura.
Además, los nuevos “demócratas” colaboraron con el desmantelamiento del sistema público en la educación, en la salud, en la previsión social y en otros. Las fuerzas que habían derrotado a Pinochet en nombre de la democracia perdieron el apoyo de los electores y se inició un nuevo proceso de renovación “democrática” que todavía no termina (tal vez no se haya ni siquiera iniciado).
Y nuevamente la democracia cambió de sentido: ahora comenzó a entenderse como una nueva forma de votar, un cambio al sistema binominal, una reforma a la educación pública y una serie de cosas más que aparecen, más como parches para que el barco no se hunda, que como verdaderos intentos de definitiva afirmación de la democracia.
Porque hay un montón de temas que sin duda afectan la verdadera democracia y que en Chile no son abordados:
¿Se puede hablar de democracia cuando el poder no reside en la voluntad popular sino en el dinero, en las armas, en las influencias, en las distorsiones políticas y politiqueras?
¿Es democrático un país donde hay una concentración de los medios de información como la que existe hoy día en Chile?
¿Puede hablarse de democracia en un país donde la publicidad no tiene mayores límites y es el factor principal en la elección de los cargos públicos?
¿Es democrático un país en el que las decisiones sobre temas ecológicos están entregadas más a los tecnócratas que a la ciudadanía?
¿Cuáles son los resguardos que tienen los electores frente a la representatividad de los elegidos, los que de pronto se cambian de equipo, o son simplemente reemplazados por decisiones partidarias cuando renuncian?
¿Estas formas de salvaguardar el poder de los partidos pasando por encima de los electores, son democráticas?
¿Puede llamarse democrática una sociedad que no pone límites para la concentración de la riqueza?
¿Es democrático reducir al mínimo el ámbito de lo común (lo público) para beneficiar lo privado? ¿Es democrático el sistema de libre mercado? ¿No será más bien un obstáculo para lograr una verdadera democracia?
¿A qué se ha llamado entonces “democracia” en Chile? ¿Y en qué consiste eso que pudiéramos denominar sin malentendidos con esa palabra?
La única certeza que se puede tener frente a esto es que estamos lejos de ella y que cada vez que a los chilenos se nos ha prometido un acercamiento, las promesas han estado lejos de cumplirse.
¿Será una pura quimera que nunca podremos verdaderamente realizar? ¿Habrá que contentarse con soñar con la democracia? ¿Cuándo terminará la transición hacia la democracia? ¿Pero, qué es finalmente la democracia?: ¿Un sistema electoral? ¿Una repartición de los poderes? ¿La igualdad ante la ley? ¿El poder entregado al pueblo?
¿Todo esto junto y muchas cosas más? Muy complicado. Los chilenos al menos sabemos perfectamente lo que no es: esto es, lo que hemos tenido en los últimos 40 años.