En los inicios de 1973 un joven de escasos 14 años camina por las calles de Viña del Mar escuchando los colores que la vida le expresa en notas musicales provenientes de los árboles, de los pájaros, del mar y del atardecer mientras a lo lejos comienza a percibir una sinfonía que la hace escapar una sonrisa y le invita a correr en busca del origen de esos sonidos emanados de instrumentos que a su temprana edad ya siente como elementos conformadores de su propio ser.
Izidor Handler se acerca al joven porteño asombrado por la forma en que sus manos evocan esa música.
¿Sabes qué estamos tocando? Sí, es la séptima de Beethoven.
Bien ¿y en qué tono? En La Mayor. ¿Cuál es su nombre joven? Mi nombre, maestro, es Nino García.
Al pasar de los días Handler conocerá de cerca el talento de este joven prodigio al piano y deslumbrado por ello pocas jornadas más tarde llegará al Pasaje Ludford en Valparaíso solicitando los permisos para que el adolescente que recientemente ha conocido tenga los permisos paternos para tocar el piano en la Orquesta Sinfónica de Viña del Mar que él mismo dirige y la cual muy pronto, en ocasiones, pasará a estar a cargo del mismo entonces estudiante de segundo año medio.
Lo anterior es sólo una pequeña muestra del talento de un músico chileno que decidió un día del verano de 1998 ir a regalarle su música a las estrellas y con ello salvar su espíritu mientras para nosotros sacrificaba su cuerpo.
Nino García demostró desde pequeño un talento sobrenatural con la música y en particular con el piano tocando e incluso componiendo sin saberla leer ni escribir.
Ese mismo talento le llevó de la mano a ser parte del mítico Sexteto Hindemith en 1976, a ser Director Musical del Sello Alba en 1977, a hacer los arreglos y dirección orquestal de los discos de Los Bochincheros en 1978 y a presentarse formalmente en la competencia del Festival de Viña del Mar en 1979 lugar donde ya era parte integrante de la Orquesta desde hacía un par de años.
Llegados los años 80 Nino participa varias veces en la OTI, arregla algunos temas de conocidos artistas nacionales, gana festivales, entrega una de sus magistrales composiciones a Gloria Simonetti (“Entre paréntesis”) y participa en connotados y variados programas de televisión mientras intenta dar a conocer su música grabando en estudio material que hasta hoy sólo es posible adquirir en casetes de las limitadas ediciones que fue posible distribuir en su momento.
Conforme a este escaso reconocimiento y a sus valores éticos a fines de los años ochenta Nino García comprende plenamente que lo que ocurre en Chile amerita actuar en consecuencia y dedica su arte a diversos ámbitos que se manifiestan contra la dictadura cuyo fin avizora próximo sólo en la medida que las personas tomen un compromiso sincero para que ello ocurra.
El retorno a la democracia es una alegría en el corazón de Nino García y para ella construye la “Sinfonía democrática” la cual, dicho sea de paso, no será formalmente tocada ni menos grabada sino prácticamente diez años después de su creación.
Su estado de ánimo comienza a decaer ostensiblemente al sentir cómo las oportunidades con las que ha soñado, en términos de valoración de su trabajo y enorme talento, simplemente no existen.
Su espíritu resiste año tras año pero su mente está cansada de esta injusticia y mientras en su alma de músico resurge con energía la creatividad de obras clásicas cuyo estudio acabado permanece pendiente– elaboradas en absoluta ausencia de los instrumentos que cada una requería y tales como “Gran Sonata para Violín y Piano”, “Artículo de concierto” (para cello y guitarra) o “Autorretrato” (tres trozos para cuarteto mixto) – su constante ejecución de La Sonata “los Adioses” de Beethoven comienza a indicar el camino que su cuerpo ha decidido tomar y cuya ejecución llega a través de una nota discordante de un arma en su sien un día dos de febrero de hace catorce años.
Aquello que a veces nos hace reír, llorar, reflexionar y volver a soñar puede ser encontrado en muchos ámbitos del arte.
Y quienes lo hacen posible en sus distintas áreas deben ser recibidos con alegría por una sociedad que intenta reconocerse a sí misma de alguna manera.
Los verdaderos talentos, como el de Nino o como tantos otros que pudieran estar recorriendo alguna calle de nuestro Chile, deben ser cobijados y abrazados con fuerza.
El olvido, el silencio o la soledad no pueden ser el pago que damos a nuestros artistas pues de lo contrario caeremos en un estatus de complicidad frente a lo que les ocurra.
El caso que se menciona aquí lo demuestra, a mi juicio, con meridiana claridad y nos debería llevar a la conclusión honesta de que también somos en parte culpables de la partida del maestro Nino García. Un error que no nos podemos dar el lujo de volver a repetir.