El 26 de Octubre de 2005, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la designación del 27 de enero de cada año como el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto.
Desde entonces, enero se ha transformado en un mes para recordar ese crimen horrendo que nadie puede ni debe negar.
Los estados que aprobaron dicha resolución, aprovecharon de condenar “sin reservas” toda manifestación en contra de personas o comunidades sobre la base de sus orígenes étnicos o sus creencias religiosas.
A pesar de lo correcto de la medida, resulta increíble que debieran pasar 60 años para que las Naciones Unidas tomaran una medida que habría sido mejor recibida si hubiera llegado el mismo día y año de cometidos los crímenes contra la humanidad a los que se refiere.
Extrañamente, también por estos días se recuerda un año más del genocidio llevado cabo por el Estado de Israel en Gaza durante diciembre de 2008 y enero de 2009 y sin embargo, ningún medio de comunicación ha hecho siquiera una sola mención a lo de Gaza, a tan sólo tres años de ocurridos los hechos.
Lo anterior resulta particularmente extraño si consideramos que lo de Gaza se enmarca dentro de una política sistemática y permanente de exterminio físico y político de un pueblo entero, que dura inexplicablemente casi los mismos 60 años.
De hecho, resulta paradójico que durante los 62 años siguientes al Holocausto, todos los días de cada año y todas las horas de cada día, la comunidad internacional siga siendo testigo mudo y cómplice de otro holocausto similar a aquel que inspiró dicha decisión.
Yo, en lo personal, cada día de cada año de los que tengo memoria, vengo preguntándome hasta cuándo el holocausto nazi servirá de aval al sionismo y al Estado de Israel para perpetuar sus crímenes contra el pueblo palestino, cuyo único delito ha sido estar en el mismo lugar por los siglos de los siglos.
Lo más patético, sin embargo, es que quienes cometen hoy estos crímenes se digan descendientes y herederos de las víctimas de ayer y utilicen sus nombres y su propio dolor, para justificar el mismo patrón de comportamiento, las mismas mentiras y la misma política de exterminio contra otro pueblo, esta vez, más débil que ellos.
Afortunadamente, muchos amigos judíos y anti sionistas me recuerdan a diario que Israel no actúa, por más que lo repita, sin vergüenza alguna, en nombre de los judíos esparcidos por toda la tierra, sino en nombre del sionismo, que ha intentado durante años apropiarse de la historia judía para esconder tras ella, toda la crueldad y la vileza de Israel, de sus autoridades y de sus acciones.
Afortunadamente con ellos, amigos entrañables, nos preguntamos a diario y sin hipocresía de por medio, cuántos años más hará falta para que todos los falsos dioses y sus seguidores en la tierra se convenzan de que no hay nada, ni nadie que justifique lo que los nazis hicieron con los judíos y tampoco lo que Israel hace con los palestinos.
Lamentablemente, no existen por ahora en la comunidad internacional ni en Medio Oriente líderes con cojones y con voluntad de superar esta hora maldita que viven nuestros pueblos, hace ya tantos años.
Lamentablemente, en ambos lados existen más líderes dispuestos a conducir a sus pueblos hacia la solución final que algunas mentes afiebradas proponen, antes que enfocarse decididamente a la tarea de construir una sociedad nueva para todos y todas.
No faltarán quienes levanten su voz horrorizados por mi singular comparación.
No faltarán quienes me acusarán de neonazi y de antisemita por decir que me da pena y vergüenza el solo imaginarme a las víctimas del nazismo revolcándose en sus tumbas al ver lo que los sionistas han hecho en su nombre, con los palestinos.
Mi conciencia, en todo caso, está tranquila, porque no creo en ninguna promesa divina. No creo que bienaventurados sean los que sufren y que luego de muertos serán recompensados. Tampoco creo que una guerra pueda ser santa. Mucho menos, después de ver las atroces consecuencias de las mentiras con que suelen justificarse todas las batallas que solo sirven para enriquecer a los que lucran con la muerte.
Tampoco creo que algún dios haya puesto los bienes en la tierra solo para el 5% de la población mundial mientras el 70% no puede satisfacer sus necesidades básicas ni vivir dignamente.
Es de esperar que más temprano que tarde aparezcan, en ambos bandos, líderes de la talla de aquellos pocos que han sabido conducir a sus pueblos por los caminos de la paz, de la justicia y la libertad, basada en principios y valores y no en el poder del dinero y la subordinación ciega de unos a otros.
No tengo duda que tendrán que venir desde aquellos partidos laicos capaces de entender que el futuro de ambos pueblos está indisolublemente unido y que se requiere avanzar hacia un estado binacional capaz de acoger por igual y sin discriminación a judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos y ateos.
Un Estado verdaderamente humanista, sin discriminación de ningún tipo, en donde el nazismo, el apartheid y el sionismo; donde la pobreza y el hambre; donde la enfermedad, el derroche y la escasez, sean solo un mal recuerdo y un ejemplo de aquello que los seres humanos deben superar como especie para mirar con algo de esperanza el futuro.
En definitiva, un Estado para cualquier hombre o mujer libre de pensar y vivir como quiera, pero en un estado modelo, democrático e igualitario, comprometido con la defensa y el respeto irrestricto de los derechos humanos y capaz de extender la ética discursiva a las relaciones entre la especie humana y entre ésta y el medioambiente del cual es parte.
Solo así tendremos una paz justa y duradera. Solo así generaremos un desarrollo sostenible. Solo así podremos mirar a los ojos con absoluta tranquilidad a las generaciones futuras, partiendo, por supuesto, por nuestros hijos.