Fue Jaime Guzmán quien, sin proponérselo, dejó al descubierto en la primera elección senatorial de la transición, en 1989, en qué consistía la trampa del sistema binominal, inventado por él y los demás fundadores de la UDI cuando eran colaboradores de la dictadura de Pinochet. En efecto, en la elección de senadores por Santiago Poniente, este fue el resultado:
Alianza por Chile
Jaime Guzmán: 224.396 votos (16,36%)
Miguel Otero: 199. 856 votos (14,47%)
Concertación
Andrés Zaldívar: 408. 227 votos (29.77%)
Ricardo Lagos: 399.721 votos (29,15%)
Vale decir, los candidatos de la derecha sumaron 30,83% de los votos, y los de la Concertación, 58,92%. ¿Cómo se distribuyeron los cargos? Un senador para la Alianza (Guzmán) y un senador para la Concertación (Zaldívar).
Muchos votantes mayores, que recordaban las elecciones anteriores al golpe de Estado, no lograban entender tal resultado si la Concertación había superado a la Alianza por 28 puntos porcentuales.
Pero el sistema exigía que la primera fuerza doblara a la segunda para quedarse con los dos cargos, o sea, la Concertación tendría que haber ganado por 31 puntos de diferencia.
El binominalismo debutó, pues, confirmando que era el regalo de Pinochet a las fuerzas que colaboraron con su régimen desde el primero hasta el último día. El sistema bonifica a la segunda fuerza, y la derecha sabía en 1989 que lo era. Lo curioso es que hoy también parece estar convencida de ello.
Para impedir que el binominal fuera reformado, los cerebros legislativos de la dictadura pusieron como condición una súper mayoría en el Congreso, la que hasta ahora no ha sido posible reunir precisamente porque el sistema ha forzado el empate de fuerzas.
Sólo en los primeros años de la transición, la Concertación dobló a la derecha en algunos lugares, pero no fue suficiente para aprobar el cambio. La derecha sigue teniendo la llave del candado.
La UDI se siente cómoda puesto que el sistema premia al partido que consigue más votos dentro de cada bloque, que es su actual situación. Tiene 8 senadores, al igual que RN, pero cuenta con 39 diputados, frente a sólo 18 de RN.
Por eso es que los jefes de la UDI han convertido la defensa del binominal en casus belli, como lo dejó en claro Jovino Novoa al desafiar a Piñera a decidir con quiénes desea gobernar, lo que representa una amenaza apenas velada de abandonar el barco.
El sistema binominal está ahogando a nuestra democracia. Eso es lo primero que debemos tener en cuenta, no si la reforma aumenta o debilita el poder de un partido determinado.
El país necesita un sistema que esté libre de sospecha. Eso significa establecer un sistema proporcional atenuado o corregido, que permita que las regiones de baja población tengan representantes, pero que asegure una mejor correspondencia entre los votos obtenidos y los parlamentarios elegidos por cada fuerza.
Es muy revelador que 63 diputados de un total de 120, y 24 senadores de un total de 38, hayan adherido al establecimiento de un sistema proporcional, incluyendo un nuevo mapa de distritos y circunscripciones. Pero el quorum que requiere la reforma es muy alto: dos tercios de los parlamentarios en ejercicio, esto es, 25 senadores y 80 diputados.
El cambio depende en gran medida de la postura que adopte RN, partido al que no le sirve dejar las cosas como están, ya que es la segunda fuerza del bloque de derecha y eso implica desventaja. Por cierto que en su decisión influirá decisivamente la línea de acción que adopte Piñera.
Sería un error que él creyera que, para ahorrarse problemas, debe limitarse a pedir que los bloques se pongan de acuerdo o no habrá reforma, porque eso legitima el veto de la UDI.
En realidad, serán peores los problemas para su gobierno si finalmente la UDI consigue frustrar la posibilidad de cambiar un sistema que no da para más. El precio sería la erosión institucional.
El país tiene una gran oportunidad de mejorar el régimen democrático y de renovar las formas de hacer política. Si Piñera desea dejar una huella positiva de su paso por la Presidencia, debe comprometerse con esta reforma, que hoy es reclamada por la mayoría de los chilenos.
Es urgente que la Concertación dé a conocer su propuesta de sistema proporcional corregido. Así, neutralizará el argumento de la UDI de que nadie sabe cuál es la alternativa.
Presentada esa propuesta, se requerirá enseguida una campaña de pedagogía político-electoral, con ejemplos concretos respecto de cómo funcionaría el nuevo sistema.
El cambio requiere aumentar el número de senadores (probablemente de 38 a 50), y de diputados (probablemente, de 120 a 150) y, como se ha dicho, rediseñar los distritos y circunscripciones. Esto puede causar incomodidades a los actuales parlamentarios, pero permitiría oxigenar nuestra vida política al crear un escenario de real competencia.
Nuestra democracia necesita vitalmente esta reforma. De ello depende que no se siga hundiendo la autoridad del Congreso Nacional y que los 4,7 millones de nuevos electores sientan que vale la pena votar.
Si el cambio no se produce ahora, deberá concretarse forzosamente en el próximo gobierno, lo que incluso podría crear un cuadro que exija convocar a un referéndum.
En todo caso, es mejor para Chile que el cambio se materialice ahora mismo, de modo que el próximo año elijamos senadores y diputados con un sistema más justo, más transparente y más competitivo.