De más está decir que no viví la crisis del 19 y 20 de diciembre de 2001, que culminó con el estado de sitio, con la consecuente muerte de treinta y nueve personas (hay discrepancias en las cifras) y con la fuga del Presidente De la Rúa en helicóptero desde La Rosada.Sólo seguí la noticia como muchos en Chile, a través de la televisión.
Hoy se cumplen diez años de ese hito y aquí es tema.Desde esta semana la televisión pública anuncia la emisión del documental “2001: relatos en primera persona”, dirigido por el periodista Martín Rodríguez y el historiador Javier Trimboli. En uno de los tráilers se puede ver a la animadora Mirtha Legrand (la abuela de Juanita Viale), mirando a la cámara y diciendo: “Cuando se meten con la propiedad privada, la cosa es muy seria: es anarquía”.
Muchos en Chile han tomado el “que se vayan todos”, la consigna piquetera de ese movimiento, como un ejemplo a seguir, pensando en que ahí hubo una verdadera revolución. Pero como señaló Javier Trimboli la singularidad de ese movimiento fue la participación de la clase media. Martín Rodríguez, en tanto, advirtió que los alcances de lo que sucedió en ese momento no se podían ver ahí, porque todo era muy confuso. Se necesitaba tiempo para tener perspectiva.
No es fácil analizar esto, más si uno no es argentino. Pero sigamos.
El periodista y escritor Miguel Bonasso escribió algo muy acertado sobre la opinión que, desde la perspectiva que les otorgaba la provincia de Santa Cruz, tenía el matrimonio Kirchner sobre esa crisis: “… tenían cierto grado de razón de vacunarnos contra un entusiasmo precipitado, en advertirnos sobre la índole conservadora y mezquina de gran parte de la clase media argentina que había guardado absoluto silencio frente a los treinta mil desaparecidos”.
Y agregó: “… tenían razón en augurar ‘piquetes y cacerolas, la lucha es una sola’ se acabaría en cuanto cada uno regresara a su clase o a su definitivo desclase”.
En otras palabras lo que menos tuvo ese movimiento de piqueteros fue ese carácter revolucionario que desde Chile se ha persistido en levantar. Porque cuando se tocó el bolsillo de la clase media, ahí la anarquía de la que hablaba Mirtha Legrand recién se hizo “realidad”, pero ya sabemos, la clase media no estaba por la anarquía, sino por exigir lo suyo, el dinero “acorralado”.
Cuando escribo estas líneas leo en el suplemento feminista de Página 12 de hoy, una entrevista a la socióloga Graciela di Marco, quien por casi diez años estuvo estudiando el impacto de esta revuelta en lo que denominó el “pueblo feminista”.
Dicho estudio salió como libro, cuyo título es “El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía”. Para Di Marco lo ocurrido el 2001 fue una oportunidad: “Hubo además una estrategia política inteligente de parte de militantes feministas y militantes populares para que todo se articulara de esta manera. Uno de los resultados fue esta construcción: el surgimiento de un pueblo feminista”.
Pero esa consecuencia es acotada, aunque, reitero, no viví ese 19 y 20 de diciembre. Lo más cercano que vi fueron sus consecuencias a finales de 2003, cuando vine a Buenos Aires por primera vez. Nada de lo que había visto fue similar a eso: los sándwiches de milanesa estaba a un peso, cualquier comida era muy barata en realidad.
Y a ese niño vestido solamente con pañales en la calle y a esos otros niños pidiendo limosna en los restaurantes son algo que todavía no consigo sacarme de la cabeza, al igual que muchos argentinos quienes al menor atisbo de crisis económica, imaginan nuevamente un “corralito”.
Enlace sugerido por el autor: http://www.youtube.com/watch?v=Tycc3VPKmek