El martes 29 de noviembre, el profesor francés Pierre Rosanvallon dictó en la Universidad Diego Portales una conferencia titulada “Problemas y desafíos de la democracia en el siglo XXI”.
En el momento en que Ernesto Ottone, profesor de esa universidad, presentaba al conferenciante, entró a la sala el ex Presidente Aylwin, lo que determinó que Ottone interrumpiera las palabras de introducción para agradecer su presencia y felicitarlo por haber estado de cumpleaños hace pocos días. Los asistentes expresaron entonces su respeto y aprecio por el ex mandatario.
Necesitamos tener sentido de la historia, vale decir, comprensión de que el país es el resultado de procesos en los que se han mezclado los avances y las frustraciones, los aciertos y los extravíos.
Tener perspectiva exige, por ejemplo, comparar el Chile actual con el de 1990, 1970 o 1960, lo que nos ofrece la posibilidad de extraer ciertas conclusiones respecto de lo hicimos bien o hicimos mal como comunidad.
Al respecto, no sirve estimular entre los jóvenes las simplificaciones desdeñosas sobre el camino recorrido por Chile desde la recuperación de las libertades, como han hecho algunos parlamentarios para sacar aplausos fáciles en medio de la confusión. Una cosa es reconocer errores y otra es vender ilusiones.
Es cierto que la realidad será siempre deslucida en comparación con los proyectos de un futuro radiante, pero necesitamos tener alguna conciencia respecto de cómo hemos avanzado. Escuchamos decir a veces que “un mundo mejor es posible”. Por supuesto, cómo no. Y uno peor también.
Los países pueden tanto avanzar como retroceder, basta con mirar lo que sucede hoy en Europa para comprobarlo.
La complacencia puede jugar malas pasadas y los errores de los gobiernos los pagan todos los ciudadanos. Una cosa debería estar clara por lo menos: los chilenos hemos progresado porque hemos vivido en democracia y porque hemos podido hacer las cosas razonablemente bien.
Esto no implica perder de vista los problemas no resueltos, las tareas pendientes, las falencias de nuestras instituciones que es urgente corregir, pero es preferible que todos reafirmemos nuestro compromiso con las libertades y el rechazo a la violencia.
Precisamente por ello, necesitamos tener memoria, aprender de la historia, mirar el bosque, lo que cuesta cada día más cuando la existencia humana parece llevar el ritmo de Twitter o Facebook.
Es incluso explicable que los jóvenes de hoy vean la época anterior a Internet casi como la prehistoria. Del mismo modo, por haber nacido en democracia, las referencias sobre lo que fue la dictadura deben parecerles lejanas.
Sin embargo, es indispensable que los jóvenes conozcan la historia de Chile del último medio siglo. Es un requisito para su formación cívica.
Así, se darán cuenta de que hemos recorrido un trayecto pedregoso como comunidad y que cometimos errores que es deseable que ellos no cometan (cometerán otros, por cierto).
Los jóvenes necesitan saber que nunca se valoran tanto las libertades como cuando se pierden, que nunca es tan esencial la defensa de los derechos humanos como cuando el crimen se convierte en doctrina de Estado.
Necesitan saber también sobre los hombres y las mujeres que demostraron lucidez y coraje cuando todo era riesgoso y batallaron por reconquistar la tolerancia, el pluralismo, la cultura de la libertad.
En ese contexto, el ex Presidente Aylwin merece el reconocimiento del país entero por su contribución a la recuperación de la paz, la libertad y el derecho.
Pocas coyunturas más complejas que la que le correspondió enfrentar como gobernante, con un Ejército atrincherado aún bajo el mando de Pinochet y una derecha dispuesta a protegerlo con pocos escrúpulos.
Hoy pocos dudan de que Aylwin fue el hombre adecuado para ese momento en el que, después de tantos desgarramientos, los chilenos intentábamos dejar atrás el miedo y el odio, reaprender a vivir en libertad, iniciar el difícil camino de la verdad y la justicia, favorecer el reencuentro nacional, asegurar que la economía creciera, atender las necesidades de los grupos más desprotegidos, restablecer el buen nombre de Chile en el exterior.
Todo fue difícil. Había que combinar la decisión y la prudencia, la voluntad de cambio y el realismo, los planes y las posibilidades. Una frase memorable sintetizó entonces la misión que Aylwin se impuso: “Seré el Presidente de todos los chilenos”.Los ministros que lo acompañaron entonces pueden sentirse legítimamente orgullosos de la tarea cumplida.
Aylwin ha tenido una larga y fructífera vida. Ha podido ver los frutos del camino abierto por las fuerzas de centroizquierda. Ha defendido hasta hoy la validez de la alianza entre su partido, la Democracia Cristiana, y el Partido Socialista, cuya semilla puso junto a Clodomiro Almeyda hace ya más de 22 años, y que fue una forma de reparación del doloroso antagonismo entre ambas fuerzas en 1973.
La colaboración entre las fuerzas de centro y de izquierda ha tenido siempre en él un gran sostenedor, junto a los ex mandatarios Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.
Nos alegramos de que el ex Presidente Aylwin siga recibiendo el cariño de tantas chilenas y tantos chilenos que no olvidarán cuánto hizo él por construir un país más justo y más humano.