Para hablar de fútbol creo necesario manifestar los posibles sesgos que tengo para enfrentar el tema.
En primer lugar, soy una mujer que no sabe nada de fútbol. De sus reglas y su técnica.
En segundo lugar, me declaro una de las miles “viudas de Marcelo Bielsa”.
Dicho lo anterior, me gustaría plantear algunas reflexiones acerca del problema suscitado por el comportamiento de parte de nuestra selección. Me refiero a los jugadores Jorge Valdivia, Jean Beausejour, Gonzalo Jara, Carlos Carmona y Arturo Vidal, y el famoso bautizo ad portas del partido contra Uruguay. Hecho que se suma al otro acaecido semanas atrás, en que dos de ellos son vistos en una heladería de la capital, también con copas de más.
Integrar un grupo de deportistas de elite, y pertenecer a una selección nacional es un privilegio, pero no uno cualquiera. Se accede por un talento, ó por un riguroso trabajo de adiestramiento.
Detrás de cada uno de los jugadores hay una historia ,no siempre fácil ni dulce, de un gran esfuerzo. Muchos de ellos además han tenido que lidiar con la pobreza de un entorno donde seguro que todo fue más complicado. Después fueron “descubiertos” y empezaron entrenamientos profesionales.
Exigidos, constantemente evaluados. Ensalzados después de las victorias, vituperados luego de las derrotas. Imagino que no es nada fácil.
Pero no cualquiera se pone la camiseta roja. Mientras el común de los mortales trabajamos siguiendo un horario, en oficinas más ó menos lúgubres, dedicando buena parte de nuestra jornada a resolver temas desagradables ó penosos, recibiendo sueldos a veces magros ó insuficientes, endeudados y aburridos, los seleccionados comparten el placer del fútbol, con una vida bastante parecida a la de los artistas.
Uno los ve llegar a Pinto Durán en autos de lujo, con anteojos de marca. También están las mujeres despampanantes, y las casas en barrios exclusivos. De vuelta del trabajo, los vemos en gigantografías publicitarias, que probablemente “engordan” aún más sus ingresos.
Pero fuera de estos placeres mundanos, está el máximo placer. Ese de salir a una cancha, en medio de una ovación, y correr sintiendo como el césped se aplasta bajo tus zapatillas.
Luego luchar 90 minutos, por la pelota, sintiendo todo el rato al público, vibrando con él.
Respirando a un solo pulmón con el resto de tus compañeros. Y a veces, también formando un gran monstruo, con la gente en las graderías del estadio. ¡Debe ser fenomenal! Trabajar en lo que amas, en tu pasión, y ser admirado por hacerlo bien.
Fantástico como subirte a un escenario, y sentir ese vértigo que se siente en el estómago, segundos antes de que empiece la función.
Pero hay más. El deporte es un ejemplo, una actividad que sirve (o debería servir) para que generaciones enteras de niños y niñas se motiven por seguir ejemplos.Esos de vida sana, de compañerismo, obediencia y rigor.
Poner una cancha, en una comunidad, es instalar un sitio de reunión que coopera con la salud mental, física y social de la misma.
La búsqueda de la excelencia en el deporte, y en la propia vida; el valor del trabajo bien hecho, riguroso; la puntualidad y el respeto; la obediencia, el sentido de autoridad; el compañerismo, la generosidad; el premio al mérito….todos fueron valores profundamente inculcados por Bielsa en su paso por Chile.
Pero no “de palabra”, sino con su propio ejemplo. Estos son los bienes primarios, lo esencial que busca el deporte. Es por esto que la práctica de estos ha movilizado culturas tan importantes como la griega, donde surgen las Olimpíadas.
Lo demás (fama, dinero, autos, prestigio personal, privilegios y honores) son bienes secundarios.
Confundirlos con los primarios, o sopesarlos por igual, es la ruina de profesiones y actividades como el deporte. Y lo digo como médico, porque en una profesión como la mía, es devastador confundir fama, dinero y prestigio, con el alivio de los enfermos y su cuidado, que es la razón por la que existe esta profesión.
Por lo tanto, y más allá de culpas individuales, personalidades, y contextos, todo esto abordado largamente en la prensa de esta semana, puede ser que en el deporte, y en nuestro fútbol, lo que está sucediendo sea también fruto de haber transformado esta actividad en un imperio millonario.
Uno donde los jugadores se transan, como artículos de colección, en que toda publicidad es bienvenida, fundiendo sus imágenes con objetos de consumo.
Finalmente poniéndole precios exorbitantes a lo que se juega en cada cancha, y cada barrio, cada escuela y cada plaza. A esa polvorienta y entretenida “pichanga”, que en la plaza de mi barrio, no cuesta nada.
No digo que sea fácil. Habrá que cuidar el arco, armar una táctica. Pero también llegar temprano, comer sano y tomar con moderación, incluso abstenerse de vez en cuando.
Cuidar las rodillas, los tobillos, como se cuida la honra. Deberse a uno mismo, al compañero y a los miles que confiamos en un resultado mejor. Entrenar musculatura, elongar tendones, pero sobretodo, queridos de la Roja, alimentar el espíritu, para que resista el mareo, el poder, la fama.
Y así tener la sabiduría para distinguir bienes primarios de los secundarios. En resumen: quizás sea hora de volver a desempolvar “La bitácora de Bielsa”.