Hace algunos meses, el Consejo Nacional de Televisión llamó a un Concurso para realizar un film sobre Matta que se difundiría en el Canal Nacional en conmemoración de los cien años de su nacimiento. Loable iniciativa.
Se presentaron varios proyectos y no fue difícil para el jurado decidir el más promisorio, pues al concurso se presentó Ramuntcho Matta, hijo del pintor, con un verdadero tesoro de documentos grabados durante los últimos dieciséis años de la vida de su padre.
La idea era hacer una película para mostrar a Matta en su intimidad, de ahí el nombre del proyecto: “Intimatta”. Se trataba de acercar a su pueblo al artista plástico más importante que ha habido en toda la historia cultural de Chile, pueblo que lamentablemente todavía tiene un conocimiento muy precario de su vida y de su obra.
Hasta aquí, todo bien. La película se terminó en el plazo fijado por el canal, que tenía fechada su difusión alrededor de la fecha de nacimiento de Matta, el 11 de noviembre, para hacerla coincidir con las diferentes festividades que se han programado en homenaje al pintor.
Las dificultades comienzan cuando los responsables del Canal ven que el film que ha hecho Ramuntcho tiene dos horas. No es una duración “apta para la televisión”.
Se supone que en la televisión chilena pueden hacerse programas de dos o hasta tres horas con piernas, cómicos, payasos, concursos y noticias de imbecilidades faranduleras, pero no con el mayor artista nacido en esta tierra. El público se aburriría.
El “público”, esto es, los telespectadores del canal, que están predefinidos como una turba de cretinos incapaces de comprender una idea algo más elevada que las nimiedades difundidas diariamente por el canal. Si no hay suficiente dosis de tetas en un programa, baja el rating. Conclusión: hay que tomar las tijeras y reducir la película sobre Matta a 50 minutos. Vamos cortando.
Se llega a un resultado pasable, pero bastante lejos de la proposición original. Se vuelve a estudiar y se concluye que todavía hay escenas “difíciles”.
Por ejemplo, momentos de silencio en que se muestra a Matta pintando, juegos de palabras que se consideran intraducibles y que el espectador medio “no comprendería”, o explicaciones que Matta hace sobre su obra que se consideran demasiado sesudas.
Se vuelve a tomar la tijera. Se llega entonces al resultado esperado, un film adaptado a la comprensión de los menos inteligentes (los organizadores de todo esto piensan que el público del canal coincide con esta categorización) y expurgado de todas las sutilezas que le daban su valor. Lo dramático de todo esto es que la expurgación va exactamente en el sentido contrario hacia el que Matta dirigió siempre su vida.
Su utopía consistía en hacer crecer, en despertar la imaginación y el pensamiento, en buscarle una salida al nihilismo de nuestra época, quería encontrar la llave para hacer al ser humano más humano, potenciar sus facultades, invitándonos a todos a volver la mirada hacia lo todavía no visto, lo no descubierto.
El canal nacional termina con todo esto, busca aplanarlo todo, incluso a Matta, con tal de no perder sintonía. Se trata de medir lo que se difunde con la mínima vara del público menos curioso, menos despierto, menos inteligente, pero no para hacerlo mejor, si no para satisfacer sus necesidades primarias, sin exigirle demasiado.
Por fin, la película se pasa el día domingo 6 de noviembre a las 22:50 horas, después del noticiario. Y aquí se llega al paroxismo de los malentendidos. El film ya recortado se interrumpe cada 15 minutos para pasar spots publicitarios. Con eso se completa una hora de programación. Con lo cual uno ya no sabe si todo esto es un homenaje o un ignominioso acto de agravio.
Como se sabe, Matta fue un crítico de la sociedad de consumo. Pasó su vida denunciando la enajenación propalada por los medios masivos de comunicación y, particularmente, por la televisión.
Lo paradójico es que entre las escenas de la película que no se recortaron, se guardó una en que se muestra un cuadro de Matta y otro de Víctor Brauner. En ambas obras se representa el peligro que genera en los seres humanos el encantamiento hipnótico de la televisión.
En el cuadro de Matta aparece un rostro extraño pero muy brillante, pintado en el estilo de Brauner, con unos ojos de Sibila dentro de una pantalla. A la derecha, unos personajes totémicos feroces, que encarnan la violencia del poder, dirigen la transmisión.
Abajo, los telespectadores, encarcelados en su mundo de la caverna se someten al encanto que los monstruos han organizado para esclavizarlos. No se puede dar una imagen más potente y dramática de los peligros en que estamos cotidianamente por culpa de los poderes mediáticos.
Constatamos entonces que este contra-homenaje es la prueba fehaciente de lo lejos que estamos como país de un mensaje humanista como el de Matta, de lo poco que nos importa el ser imbecilizados cotidianamente por una televisión que debe estar entre las más malas del mundo, del escándalo que significan estas indignidades que en un país menos farandulizado provocarían explosiones de furia, de lo bien que nos adaptamos a una televisión que nos trata en cada minuto como necios. ¡Qué lástima!
Cuando supimos que se iba a hacer un homenaje televisivo a Matta tuvimos la ingenuidad de pensar que por una vez se iba a hacer un alto en la estupidización colectiva y que por fin se nos iban a entregar unos minutos de creatividad, de inteligencia y de vitalidad a través de este canal que se supone que es de todos los chilenos.
Pero no, este canal, como todos los demás, es de los que lo pagan, de los avisadores publicitarios. Lo demás son cuentos.
Volvamos entonces a las tetas, a las piernas, a los escándalos de los tontitos sonrientes de la farándula y sigamos esperando que algo suceda para que por fin los chilenos puedan tener acceso a lo más grande, profundo y creador que ha surgido de su tierra. Por el momento, más importante que esto, que es considerado por estos bárbaros como “aburrido”, es la sacrosanta e intocable publicidad.
¡Pobre Matta! No eres profeta en esta tierra.