Irresponsablemente o con complicidad se acusa a las Universidades del Estado de estar privatizadas.
Esta privatización no ocurrió por azar, fue hecha a sangre y fuego por el Gobierno Militar y la derecha económica neoliberal para quitarles gran parte del alumnado y del “mercado educacional” y entregárselos a la oligarquía criolla.
Se nos acusa de falta de argumentos: el hecho inconstitucional de que los académicos del Estado de Chile seamos pagados y reajustados por el sector privado es testimonio suficiente y definitivo. Algunos hechos ignorados por el público indican la ideología de los que defienden esa posición.
No soy un académico especial en cuanto a relaciones sociales, pero mi compañero de pareja de ping-pong (Juan Chacón) con quién ganamos el Vice-campeonato de la Facultad desapareció.
Tiempo después el Prof. Hoecker (Premio Nacional de Ciencia) me dijo: Juan murió en las torturas. Centenares son los muertos y desaparecidos, los exonerados llegan al millar (entre ellos un hermano mío), sólo en la Universidad de Chile. Los que tuvieron que migrar fueron otros miles.
Cuando instalamos la red de Internet, lo hicimos en la Facultad con U$50.000 y en la casa Central no pudieron hacerlo ni con U$2.000.000. Nos llamaron para que les ayudáramos. Planteamos que lo primero era transparentar gastos.
La Comisión la presidía un Coronel en ejercicio (supimos después que era el jefe de inteligencia en la Universidad). No pudieron dar cuenta, nos negaron también los nombres de los académicos participantes. Les dijimos que eso era un robo. Los integrantes de nuestra comisión empezaron a sufrir amenazas de muerte, también sus hijos.
Algunos de estos niños eran nacidos en EEUU, por lo que se recurrió al Embajador de EEUU. La Cancillería de EEUU estimó que era una situación gravísima, tanto que el Embajador vino personalmente a la Facultad. Quería saber la participación de la CIA en estos asuntos. No podría contar este cuento si al Coronel no le hubiera dado un cáncer cerebral fulminante.
La investigación dilucidó el asunto: se dieron una gran farra en EEUU. Participaba la Universidad de Washington y eso quedó oscuro. Al desclasificar los archivos de la CIA se aclaró que esa Universidad (no ella sino que académicos miembros de la CIA) participaba en esas labores.
El Prof. Brncic (Premio Nacional de Ciencia) aseguraba, en estas conversaciones con los militares uno no sabía si a la salida lo esperaba un ataúd.
Las invasiones por carabineros o fuerzas militares era la norma.Una o dos veces por semana, no era raro ver alumnos saliendo con las manos en alto desde sus salas de trabajos prácticos. Las lacrimógenas invadían las oficinas y laboratorios. Generaciones de profesionales de la salud se formaron entre lágrimas. Simposios internacionales fueron interrumpidos por el llanto de los concurrentes.
Hicimos el análisis ideológico-docente de estas situaciones (Vida Médica 36,1, p21, 1985). Protestamos en la prestigiosa revista Nature (322, p 494, 7 Agosto1986) y casi nos cuesta la vida. Un líder de derecha dijo que la traición a la Patria estaba en el corazón de la Universidad.
En una toma no pudimos entendernos con los alumnos en una reunión en la sala más secreta que teníamos. Avisaron que llegaban los Carabineros y los alumnos se refugiaron bajo las camas del Hospital Universitario.
Se presenta el Capitán y me pregunta ¿Así que no pudieron entenderse con los alumnos?
La Facultad estaba intervenida por micrófonos o por soplones. Estos académicos de doble o triple militancia continuaron en la Universidad. El lastre ideológico, que supeditaba a la academia fue enorme.
Una Directora de Escuela exigió la asistencia a clases de todos los alumnos, al indicársele que no cabían en las salas y debían sentarse en el suelo, ordenó numerar el suelo.
Después supimos que en el Gobierno concertacionista del Presidente Lagos se promulgó una ley de no identificación de los civiles que participaron en los servicios secretos o en las torturas durante el Gobierno Militar, por un plazo de 50 años, pero sí se enjuicia a los militares (discriminación inconstitucional).
Esta es una prueba que el liberalismo o el neoliberalismo no se instala espontáneamente; se imponen fascistamente, porque el natural del ser humano es la comunidad equitativa.
¿Quiere otra? Carlos Marx en el Capital, cita a Santo Tomás Moro, quién critica a Enrique VIII (¡mish el triplete!), porque promulga una ley, en que a todo cesante por un año debe cortársele una oreja y al segundo año si continúa cesante debe ahorcársele.
La migración masiva de medianos y pequeños agricultores a las ciudades empobrecidos por la gran empresa agrícola creó un ejército de cesantes que no querían trabajar por sueldos bajos. Para obligarlos a trabajar a cualquier precio Enrique VIII promulgó esas leyes
¿Fue tan sólo por Ana Bolena que Enrique VIII mandó decapitar a Tomás Moro?